Sin embargo, en virtud de una educación más integral, que incluya el respeto al derecho de autor y la sana costumbre de dar el crédito, de no abusar del texto preparado con dificultad por otros, en fin, de poner en práctica las capacidades propias de las personas alfabetizadas informacionalmente, Approbo es una herramienta gratuita, cuyo registro no toma más de 3 minutos y que le permitirá a cualquier profesor interesado -ésto es lo importante- en saber de dónde y en qué proporción, un estudiante presenta como propio un texto que, previsiblemente ha sido armado a base del típico «copiar-pegar» o «copy-paste» de fuentes indistintas de Internet.
Approbo tiene una utilidad variada. Permite comparar el texto elaborado por el estudiante con la fuente más probablemente relacionada, independientemente del idioma. Permite saber el porcentaje de la «transcripción» o «copia» que hizo el estudiante, y permite conocer el documento fuente de donde se obtuvo presumiblemente el texto. Esta triple funcionalidad es todo un regalo navideño para los docentes universitarios que «no tienen tiempo» -¿y quién lo tiene?- para hacer revisiones exhaustivas de los trabajos académicos encomendados.
Para los investigadores, también resulta muy interesante conocer las fuentes probables de algún documento, y con estas dos vertientes de servicio, Approbo es un acierto total que seguramente verá crecer su base de usuarios de un modo impresionante en el tiempo venidero.
Felicidades a Citilab por esta aportación para hacer del mundo académico un lugar más transparente y para reducir el plagio.
P.D.: Una alternativa al empleo de Approbo es diseñar las actividades de investigación y búsqueda de información de tal manera que copiar y pegar no sea la estrategia más adecuada para cumplir con las mismas. La elaboración de productos como cuadros, tablas comparativas, mapas conceptuales y otro tipo de documentos, como ensayos, entrevistas, crónicas, etc., pueden ayudar a reducir el plagio, e incentivar más a los alumnos a buscar información y a procesarla de manera analítica y crítica.
Otra actividad posible para desatar procesos de autoaprendizaje e investigación autónoma, que por años ha estado al alcance de los profesores, pero para la cual deben tomar por aliados y cómplices a los bibliotecarios, son las «búsquedas del tesoro».

Puede ser la biblioteca municipal, ese lugar casi siempre cerrado, vacío y a oscuras, adonde nada invita a entrar, pero que el bibliotecófilo encuentra poco menos que subyugante. O puede ser la biblioteca «de la ciudad» (como si una biblioteca bastara en nuestros tiempos para servir información y documentos a todos los habitantes «de una ciudad»; si acaso, las bibliotecas «de la ciudad», sirven a los estudiantes de los centros escolares más cercanos, o a aquellos cuyos padres pueden costearles el viaje desde la periferia hasta la biblioteca de la ciudad). Hay que decirlo: en las colonias hay iglesias, hay parques, hay comercios, hay cantinas, pero en México es raro que haya una biblioteca. Uno puede esperar décadas a que se abra una biblioteca de barrio o colonia, y lo más probable es que, de acuerdo con la forma en que se «administra» el presupuesto, jamás se abra una.
