Por desconocimiento, o aún con pleno conocimiento, la humanidad amenaza, desmantela, destruye y desarticula los ritmos y ciclos de la naturaleza, alterando también las condiciones para su propia subsistencia: reordena el espacio y transporta materiales a una velocidad pasmosa comparada con la velocidad con que lo hace la naturaleza. La actividad humana es disruptora de equilibrios y balances que son el resultado de microajustes entre los factores físicos del medio y la fauna y la flora -la biota- que tomaron millones de años en ocurrir. Nuestra ciencia, por muy avanzada que resulta en algunos casos, es una fuerza que opera en forma bruta, aún torpe y sin una conciencia completa de las consecuencias de sus acciones e intervenciones.
La educación y los medios de comunicación tienen una grave responsabilidad, en tanto que brindan información y conocimiento aplicable que la sociedad utiliza en su relación cotidiana con el medio ambiente.
Se trata de señalar que es todo el conglomerado de acciones y actividades humanas las que deben y pueden ser sometidas a revisión a la luz de la noción de sustentabilidad. ¿Cuántos recursos de diverso tipo se desperdician al día porque continuamos consumiendo y produciendo de la forma en que lo hacemos? ¿Cómo podemos incorporar nuestra actividad a los ritmos de la naturaleza, sin destruir con nuestros burdos esquemas la complejas sutilezas que preexisten en nuestro entorno?
Las bibliotecas de todo tipo juegan un papel importante en esta toma de conciencia, en este cambio de paradigma que nos conduce del estado actual de consumo compulsivo egoísta y ecocida, a una convivencialidad más allá de la neurosis, gozosa, altruista y biófila, que parte del reconocimiento permanente del status ontológico de los otros seres humanos, de las otras especies y de la totalidad la naturaleza.
Foto: Oak Tree Sunrise, de Ansel Adams.