Desde la decáda de los 60, en plena erupción de las luchas por los derechos civiles en los Estados Unidos, algunos bibliotecarios estadounidenses enfatizaban ya el importante papel educativo, concientizador y de cambio social de las bibliotecas -en particular, el de las bibliotecas públicas-.
En nuestro país, tradicionalmente, las bibliotecas públicas han actuado como complemento o reemplazo de las diminutas -cuando existen- bibliotecas escolares y por ello, un segmento importante de la población tiene la idea de que las bibliotecas públicas sirven principalmente para que los estudiantes puedan ir a hacer sus tareas. Pero poco más que eso.
No obstante, las bibliotecas públicas -y las escolares, académicas- constituyen un bien social, un bien público, y por lo tanto un bien de interés público, que tiene por finalidad el garantizar el acceso, de todos los ciudadanos, a todo el conocimiento humano; en última instanca, así debería ser.
En realidad, la pobreza de la inversión pública en el ámbito de las bibliotecas públicas y de otros tipos, en nuestro país es un síntoma, o bien de la desinformación y, por lo tanto, de la insensibilidad de quienes toman las decisiones que afectan a este sector, olvidando o haciendo a un lado la obligación de un Estado verdaderamente democrático, de proveer a los ciudadanos información en cantidad y calidad suficiente, para que éstos a su vez puedan actuar como ciudadanos informados y responsables que mantengan vivos los rasgos de la democracia; o bien, aquello es evidencia del rechazo a que grupos crecientes de ciudadanos, informados y responsables, críticos y concientes gracias al acceso a la información y el conocimiento depositado en las bibliotecas, utilicen esos instrumentos de la razón y el intelecto, de la cultura, de la historia y de la ciencia, para diseñar alternativas, organizar y organizarse en acciones de largo aliento, con objetivos y metas claros, para transformar -de acuerdo a sus necesidades e intereses- las estructuras políticas, culturales y económicas existentes.
A la riqueza muchas veceses desestimada de las colecciones impresas de algunas bibliotecas públicas, académicas y escolares debe sumarse la inmensa oferta de información y conocimientos, muchos de ellos de acceso libre y gratuito, y que están depositados en la red mundial de Internet.
Han emergido en las dos últimas decádas nuevas posibilidades para la lectura y para la interacción con los conocimientos, que se suman a la oferta de servicios tradicionales de las bibliotecas, que complementan y refuerzan dichos servicios con modalidades virtuales o electrónicas.
Por lo anterior, y por que las bibliotecas son espacios ideales para realizar una extensa oferta de acceso a la tecnología de la información, se refuerza el papel de éstas en la transformación de nuestra sociedad.
Los bibliotecarios no podemos obviar, ni ser indiferentes a los ofensivos contrastes socioeconómicos, la insuficiencia de oportunidades reales para los productores, los manufactureros y los comerciantes del país, ya no digamos oportunidades para competir, sino tan sólo para participar activamente en los mercados internos y externos, ni podemos se ajenos al escaso o nulo acceso de la juventud a una oferta consistente, permanente y variada, de opciones para acceder a la cultura, la salud, la educación y un empleo digno; la acción de los bibliotecarios es indispensable para procurarnos una sociedad más igualitaria y justa, una adonde los individuos adopten concientemente una forma de vida basada en los valores de la democracia, la fraternidad, la sustentabilidad.
No se trata solamente de cubrir los requisitos formales de una democracia representativa -un modelo que cada día parece más insuficiente-, brindando información a los potenciales electores, sino de que los espacios bibliotecarios contribuyan a la búsqueda de una democracia participativa, en la que vida política y la vida privada de los individuos no sean más como compartimentos ajenos o estancos, sino adonde cada ciudadano asuma esa responsabilidad y esa congruencia que debe existir entre la vida privada y la pública en un sistema de vida democrático, como la que señalaba Pericles en su Discurso Fúnebre, pues «[…] no es posible que tomen decisiones equitativas y justas, quienes no exponen a sus hijos a que corran peligro como los demás».
Los 7 y medio millones de ninis -como ya se conoce a los jóvenes que ni estudian, ni trabajan- que hay en el país -como acusa el rector Narro, de la UNAM- son el fruto de las decisiones de sus padres, tomadas en los últimos 30 o 40 años.
De haber actuado en lo político y decidido en lo electoral de un modo distinto, todo ese potencial, hoy, estaría rindiéndole al país un lugar destacado en el ámbito internacional, viviríamos una de las etapas más dinámicas de nuestra historia: veríamos un florecimiento del genio y la cultura, de la ciencia, el arte y la tecnología, etc., pero no es así.
El destino a mediano y largo plazo de este número gigantesco de jóvenes es incierto, a falta de políticas públicas que, como en el caso de Colombia, orienten el esfuerzo social, entre otras medidas en el ámbito socioeconómico, educativo y cultural, a la creación de numeros espacios bibliotecarios, sumamente atractivos y bien equipados, en áreas cercanas a la población pobre, en la periferia de las ciudades -aún en regiones conflictivas- para brindar, en primer lugar, la oportunidad de que cada ciudadano se haga de una educación informal, audodidacta, de una formación basada en sus inquietudes e intereses, entre la lectura de libros y de la información disponible en las redes de datos, el diálogo y el intercambio, con la asesoría de bibliotecarios capacitados y con un alto espíritu de servicio y compromiso social, para avanzar en la construcción de una nueva ciudadanía, más informada y creativa, participativa, responsable y dispuesta a hacer frente al rezago económico y la injusticia social, no por la vía de las drogas, las armas y el delito, sino por la vía del trabajo conjunto, la creatividad y la participación en la vida política.
La realidad del país nos plantea un grave dilema: condenamos a 7 y medio millones de jóvenes a la demencia del mercado de las drogas y las armas, los abandonamos para que los absorban en sus filas los enemigos de México, o abrimos espacios bibliotecarios a lo largo y ancho del país adonde esos millones de jóvenes puedan acudir a aprender cosas nuevas, a nutrir su inteligencia con la cultura universal; o los involucramos en un gran proyecto de reactivación nacional basada en la educación para adultos, el fomento a la lectura y el uso inteligente de las nuevas tecnologías, o simplemente esperamos a que sigan cayendo sin vida, como frutos cosechados a destiempo, derramada su sangre inútilmente sobre los aparentemente interminables campos de la muerte.
(Imagen: Wikimedia Commons. Discurso fúnebre de Pericles).
Archivos diarios: 24 agosto, 2010