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Cientos de réplicas complican la situación de Japón

Animación que muestra la actividad sísmica en Japón, tras el terremoto Sendai, recategorizado como de escala 9.0 hace algunas horas.


El Economista.es difunde esta fotografía publicada originalmente -en 2008- en el sitio Purpleslinky.com, y que circula por las redes sociales como un testimonio -falso- de la situación catastrófica que experimenta el Japón.

  

Cuatro mil días y noches

Para que nazca un verso
debemos matar
muchas cosas,
debemos acribillar, asesinar y envenenar
a nuestros seres amados.

Ved,
en el cielo de los cuatro mil días y noches,
por tanto codiciar la lengua trémula de un pájaro,
hemos matado a tiros
lo silente de las cuatro mil noches y el resplandor
de los cuatro mil días.

Escuchad,
en todas las ciudades lluviosas y en los hornos de fusión,
en todos los puertos y las minas en estío,
por arrancarle lágrimas a un solo niño hambriento,
hemos asesinado
el amor de los cuatro mil días
y la misericordia de las cuatro
mil noches.

Grabad en vuestra memoria
tan solo por codiciar el miedo de un perro callejero
con ojos capaces de ver lo que no vemos,
con oídos capaces de oír lo que no oímos,
hemos envenenado
la imaginación de las cuatro mil noches
y el recuerdo frío de los cuatro mil días.

Para engendrar un solo verso
debemos matar a nuestros seres queridos.
Es el único camino para resucitar a los muertos.
Habrá que seguir este camino.

Ryuichi Tamura

Tomado de Poesía: Poetas para el siglo XXI.



IRIS Seismic Monitor y CAB

Incorporated Research Institutions for Seismology (IRIS) ofrece este Monitor Sísmico global a los usuarios de Internet. Por otro lado, Children of the Atomic Bomb (CAB), es un proyecto de largo aliento de la Universidad de California para informar sobre las secuelas sobre generaciones de niños japoneses, del uso del arma atómica por parte de Estados Unidos de América, en la II Guerra Mundial.



El terremoto Sendai liberó la energía equivalente a una explosión nuclear de 336 megatones

De acuerdo a datos consultables en Wikipedia, el terremoto de magnitud 8.9 ocurrido en la costa de Japón, sería equivalente a una detonación nuclear de 336 megatones.

Haciendo una simple operación arimética, puede afirmarse que ésta es la energía equivalente a 22,400 bombas atómicas, como la estadounidense que estalló sobre Hiroshima el 6 de agosto de 1945, y que liberó «nada más» 15 kilotones. Puesto que la explosión de dicha bomba ocurrió en el aire, sobre la ciudad japonesa de Hiroshima, la devastación que provocó en unos pocos minutos fue práctivamente absoluta y el número de muertos que provocó, ascendió a más de 150,000.



Información relacionada con el terremoto y tsunami en Japón

Embajada de Japón en México.

Búsqueda de personas desaparecidas durante el tsunami en Japón

Eskup de El País sobre el terremoto en Japón.

¿Por qué no se caen las casas japonesas?

Normativa española NCSE-02 de construcción sismorresistente

Ayuda a Japón (noticias)

Ayuda a Haití (noticias)

Falta cultura antisísmica

En riesgo de colapso dos mil edificios, a 24 años del terremoto de 1985

25 de febrero de 2011: Temblor de 5.7 grados despierta al D.F.

14 de junio de 2010: Admite Bueno Torio que Laguna Verde trabaja con deficiencias

¿Cómo funciona una planta nuclear?

Efectos de la radiación

Recomendaciones de la Comisión Internacional para la Protección Radiológica

Seguimiento de la Asociación Internacional de la Energía Atómica (IAEA) al terremoto en Japón

Crisis nuclear en Japón: Lo que sabemos (de la Union of Concerned Scientists, UCSUSA), texto en inglés

Qué es y cómo funciona un contador Geiger



El más fuerte en 120 años

El terremoto de 8,9 causó una ruptura en la corteza terrestre de 240 kilómetros de largo y de 80 kms de ancho, según el Servicio Geológico de EE UU. A pesar del miedo y la devastación de sus costas, puede verse a través de esta prueba, que Japón le ha dado una lección inmensa a todo el mundo.



«Estoy en un refugio improvisado en Sendai…»

Por las ideas que expone, transcribimos textualmente la nota de Juan Manuel García Ruíz, recién publicada en El País, que narra cómo un científico español, actualmente en Japón, está viviendo el terremoto desde un refugio improvisado en el barrio de Omahi, en Sendai.

«Estoy en un refugio improvisado en una escuela en el barrio de Omahi, en puro centro de la ciudad. Hace algo más de cuatro horas estaba en mi despacho de profesor Invitado en la Universidad de Tohoku. Todo estaba en orden después del susto de hace un par de días en que la tierra tembló, nos levantó de la silla, pero no nos sacó a la calle.

«Es fuerte pero esta lejos. No es el que esperamos», dijo mi colega el profesor Katsuo Tsukamoto mientras la Facultad se movía como un tiovivo. Hoy sí. Hoy el centro del seísmo estaba a diez kilómetros de profundidad y casi en la vertical de la ciudad. Según pronto supimos, 8,9 grados. Me dio tiempo a pensar que debía desenchufar la tetera, los ordenadores, la lámpara. Poco más. Me uní a los que ya corrían hacia la escalera de seguridad. Pillé un casco de los que vi en el camino y baje a trompicones. Cuando llegué abajo la tierra seguía temblando. Me fui hacia un claro con muro al que me agarré. Traté de alejarme del muro para sentirlo mejor, para sentirlo más. Pero no me supe mantener en pie, tuve miedo y volví al muro. Y la tierra seguía temblando.

Mire al edificio que acababa de abandonar y que con su estructura antisísmica mantenía el tipo ante semejantes ataque, pues la tierra seguía temblando. Más de dos largos minutos, lo que tardará en leer este párrafo. Ya con las piernas temblando me uní a un grupo que empezaba a formarse en el jardín anexo. No hubo gritos. No hubo histeria, tanto que comenté si estaban acostumbrados, pero un colega comentó inmediatamente que había sido el mayor de su vida. Todo se organizó inmediatamente. Alguien tomó el mando. Con un altavoz empezó a dar órdenes que yo no entendía. Mi anfitrión estaba de viaje en Tokio, pero mis estudiantes que sabían inglés me tuvieron informado.

Después de que un piquete comprobara los destrozos, pudimos subir de seis en seis, comenzando desde el piso superior, a recoger nuestros abrigos pues empezó una fuerte nevaba.

Comenzó a llegar información sobre el seísmo. Todo el mundo tenía en mente Kobe y estaban preocupados por sus familias y sus casas, pero increíblemente la ciudad no parecía estar dañada, solo algunos incendios. El frío arreciaba y alguien ordenó cobijarnos a la entrada de un refugio que parecía menos dañado. Allí, mis alumnos empezaron a sacar cajas de víveres, agua, galletas y una lata de sardinas que guardo ahora por si hace falta mañana. ¿De dónde habéis sacado eso? «Llevábamos diez años esperándolo, profesor; está todo previsto». Todo organizado y además por gente que estaba entrenada para autoorganizarse. Entendí entonces que esta ciudad se había preparado para combatir a este monstruo que esperaban pacientemente. Y lo había hecho con las mejores armas que tenemos: con ciencia y tecnología.

No podíamos quedarnos en la universidad. Bajamos desde la Colina andando porque el tráfico estaba colapsado. Una pareja de estudiantes se ofreció a acompañarme para comprobar los destrozos en mi casa y llevarle a un refugio. Cuando me entere de que no quedaba en el camino de la suya, protesté, pero me dijeron que habían pasado un año en Bélgica, sabían lo que es no entender el idioma local y no me podían dejar solo. Seguimos caminando bajo la nieve y cuando al cruzar el puente sobre el río atisbamos la ciudad, no pude contener la alegría de ver a la ciudad en pie, sus casas enteras, sus rascacielos enhiestos, con algún rasguño, pero victoriosa. En la cara de los estudiantes noté el orgullo de la victoria. Habían ganado. El camino a mi casa fue una continua lección de comportamiento y al despedirse me dijeron: «Ya sabe profesor: esta noche lo importante es pensar que estamos vivos y que tenemos la obligación de seguir vivos».

Aquí, en el refugio no tengo noticias de la gravedad de los daños, aunque me imagino que el tsunami posterior ha debido ser tremendo. La tierra sigue -cinco horas después- enviando violentas réplicas que nos mantiene en vilo pero con la esperanza de salir de esta. Aunque a veces huela a azufre, no son diablos ni dioses quienes las envían, ni son ejercicios con bombas nucleares, ni es la tierra enfurecida con la humanidad. Esto se llama geología, es ciencia y es tecnología, y lo sabe un pueblo que quizás acaba de ganar una batalla histórica».

Juan Manuel García Ruiz es cristalógrafo, investigador del CSIC en la Universidad de Granada, y actualmente están en Japón, en la Universidad de Tohoku.