Año 15 No. 620 Noviembre 23 de 2015 • Publicación Semanal

Xalapa • Veracruz • México

La música tiene el poder de transformar la mente

Contenido 38 de 44 del número 620

David Sandoval Rodríguez620-cult-009

La música tiene el poder de transformar nuestras mentes, como lo han reconocido los grandes filósofos de la Grecia clásica hasta las investigaciones recientes del siglo XX, expresó Miguel Alcázar, compositor y concertista de guitarra, laúd y guitarra barroca, al impartir la conferencia “El poder de la música” en el auditorio de la Facultad de Música, el 12 de noviembre.

Alcázar, además de su reconocido trabajo como ejecutante, ha sido académico en el Instituto de Música de Cleveland, en el Conservatorio Nacional de Música de México y en la propia Universidad Veracruzana.

Explicó que las primeras referencias acerca de la música aparecen en Grecia, pues en su extensa mitología se le confiere un origen divino y fue apreciada “por sus poderes para curar, purificar la mente y el cuerpo, incluso se le atribuían efectos especiales sobre la naturaleza”, con lo cual coinciden algunos pasajes del Antiguo Testamento.

Los pueblos griegos consideraban que la música podía afectar el carácter y en efecto, las distintas clases de música lo hacen en formas diversas, apuntó. “A este respecto podemos establecer dos clases básicas: la música cuyo efecto nos lleva a la calma y nos reanima, y la música que tiende a producir excitación y entusiasmo. La primera está relacionada al culto de Apolo y las formas poéticas como la oda y la épica; la segunda, se relaciona con el culto a Dioniso y sus formas poéticas eran el ditirambo y el drama”.

Esta división, continuó, “realza dos tendencias paralelas y opuestas conocidas como lo clásico y lo romántico, o también lo apolíneo y lo dionisiaco, mismas que se han manifestado a lo largo del tiempo”.

Mencionó que Pitágoras afirmaba que la música “está regida por las mismas leyes matemáticas de la creación, semejando a un microcosmos”, y poseía una especie de fuerza que podía afectar al universo; asimismo, Aristóteles se refería a los efectos de la música en la voluntad y en el carácter, a través de la imitación de las pasiones o de los estados del alma.

Platón recomendaba en su obra La República, que debería tenerse mucho cuidado con la aparición de nuevos estilos musicales que pudiesen afectar tanto la conducta como el tejido social de la nueva república; en su diálogo acerca de las leyes manifestaba que si le permitían hacer el canto y la música de un pueblo, poco importaba quién hiciera las leyes.

El ponente precisó que “el tratado más antiguo sobre la música griega fue compuesto por Aristóxeno alrededor del año 300 antes de Cristo con el título Elementos armónicos, donde aparecen tres clases de tetracordos: los diatónicos, compuestos por tonos y semitonos naturales; los cromáticos, basados en los 12 semitonos que forman la octava, y los enarmónicos, basados en las diferentes representaciones gráficas, tanto de los sostenidos como de los bemoles”.

Apolonio de Rodas, discípulo de Aristóteles, relató que Aristóxeno pudo curar con su flauta a un loco que perdió la razón después de haber escuchado el sonido de una trompeta, comentó.

Posteriormente, Alcázar refirió que el canto gregoriano, descendiente de la música griega, “es un canto lineal que por lo general es ornamentado y tiene un texto en latín, que era utilizado hasta mediados del siglo XX en la liturgia de la Iglesia católica; este canto tiene un carácter impersonal, fuera de la realidad en el cual la emoción y la belleza están supeditados a la expresión de contenido religioso del texto”.

Añadió que Dante Alighieri en la Divina comedia menciona frecuentemente cantos gregorianos, los cuales eran perfectamente conocidos por sus lectores y de acuerdo con Alfred Tomatis, “el canto gregoriano guarda una estrecha relación tanto con los ritmos cardiacos como con los respiratorios, produciendo un estado de relajamiento; se le considera como uno de los cantos sagrados, al igual que al canto ambrosiano y las cantilenas de los derviches, así como los cantos musulmanes, la salmodia budista o védica.

”Tomatis afirma que no existen sonidos que por sí mismos sean sagrados, sino que sus sonoridades engendran la energía necesaria para que el cerebro logre acceder a una dinámica metafísica”, manifestó el musicólogo.

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