Año 14 No. 585 Diciembre 8 de 2014 • Publicación Semanal

Xalapa • Veracruz • México

España debe disculpas a América: González Quesada

Contenido [part not set] de 45 del número 585
Ángel González Quesada Licenciado en Filosofía, dramaturgo, narrador, guionista, actor y director del grupo de teatro Etón. Su actividad literaria se centra en la poesía, aunque también ha cultivado la narración literaria, el ensayo y el texto teatral, además de una amplia labor como articulista. Posee algunos de los más prestigiosos premios de poesía: Constitución, “Gabriel Celaya”, “Pablo Neruda”, “Toro Bravo”, “Luciano Gracia” o el del Ateneo Jovellanos, etcétera. En prosa ha obtenido el Premio Internacional “Federico Muelas”, el Ciudad de San Sebastián, el Premio Internacional de Cuento Lena, Premio UNED, Universidad de Salamanca, y otros muchos.

Ángel González Quesada
Licenciado en Filosofía, dramaturgo, narrador, guionista, actor y director del grupo de teatro Etón. Su actividad literaria se centra en la poesía, aunque también ha cultivado la narración literaria, el ensayo y el texto teatral, además de una amplia labor como articulista. Posee algunos de los más prestigiosos premios de poesía: Constitución, “Gabriel Celaya”, “Pablo Neruda”, “Toro Bravo”, “Luciano Gracia” o el del Ateneo Jovellanos, etcétera.
En prosa ha obtenido el Premio Internacional “Federico Muelas”, el Ciudad de San Sebastián, el Premio Internacional de Cuento Lena, Premio UNED, Universidad de Salamanca, y otros muchos.

Para el ganador del Primer Premio Hispanoamericano de Poesía “Ernesto Cardenal”, al capitalismo no le conviene la cultura, pues la capacidad de conocimiento y discernimiento no tolera abusos de poder

“Me parece que el mundo que hemos construido no está a la altura de lo que hubiéramos sido capaces”

Karina de la Paz Reyes

El poeta y dramaturgo español, Ángel González Quesada, visitó por primera vez México para asistir a la Universidad Veracruzana y recibir el Primer Premio Hispanoamericano de Poesía “Ernesto Cardenal”, convocado por esta casa de estudios y Mare Terra Fundación Mediterrània.

En el certamen González Quesada presentó la obra Huérfanos todavía, bajo el seudónimo Abraham Zacut. Utilizó tal nombre en honor al matemático, astrónomo e historiador de su natal Salamanca, el más famoso del siglo XV, que al ser judío, la historia lo borró de sus páginas.

Y precisamente por este premio, que recibió en el marco de la Ferial Internacional del Libro Universitario (FILU), se le pidió que profundizara en su obra: “Yo hablo de lo que considero que es poesía, de la que parte de la piel del poeta y que deja pedazos de vida. La poesía-ficción para mí no tiene ningún sentido: inventarse un personaje, una situación, un sufrimiento, una decepción y escribirla, no. Es tu decepción, tu sufrimiento el que dejas en el libro. Claro, el poeta va envejeciendo mentalmente mucho más.”

Es la primera vez que está en México, ¿qué destaca de esta vivencia ?
De Xalapa destaco su vitalidad, movimiento y respiración, esa que no para nunca; es un escenario contrario a lo que se ve y vive en Europa, donde las ciudades están “envejecidas”. Esta ciudad es sólo una muestra de que América nos sigue salvando. Visité barrios, mercados casi subterráneos y más, ahí me pareció percibir un latido de ciudad que echaba de menos, porque de donde vengo las ciudades están envejecidas, quietas, paralizadas, y con la crisis (económica) más paralizadas todavía.

Pero la vitalidad que percibo en Xalapa la atribuyo al movimiento cultural cuyo origen está en la Universidad Veracruzana. Esto tampoco pasa en España, allá las universidades están real o metafóricamente amuralladas; por lo tanto, puede haber una comunidad académica “cultísima”, pero la población de la ciudad donde están asentadas puede
ser “incultísima”.

De América estamos aprendiendo mucho y nos sigue salvando. Yo como europeo estoy encantado de ver que aquí las ciudades, la Universidad, las actividades culturales palpitan, que la gente se implica y que están vivos.

¿Cómo se siente de pisar la tierra que hace unos siglos fue llamada Nueva España?
Me siento históricamente avergonzado, porque sé que soy heredero de gente que no estuvo a la altura de nada, de depredadores, de genocidas. Sé que soy heredero de ellos, pero me queda la esperanza de que no lo soy totalmente porque estoy completamente en contra de lo que se llamó la Conquista y la Colonización, y la destrucción no sólo de culturas, sino de personas.

Sé que México fue especialmente un país donde (Hernán) Cortés y sus herederos hicieron verdaderas salvajadas; no obstante América (lo he dicho antes) nos salva. Nosotros decimos siempre que América nos salva.

Si algo tenemos que destacar de aquello que pasó hace 500 años en América, es el idioma. Yo soy capaz de comunicarme con ustedes porque han tenido la deferencia de conservar mi idioma, y eso me emociona.

Sé que yo puedo hoy ganar un premio hispanoamericano de poesía, porque comparto un idioma con ustedes. También sé que mis semejantes son todos, hablen el idioma que hablen, pero la música, la forma de hablar me suena algo cercano, algo más mío; y la luz de América es algo que a algunos españoles nos deslumbra, cuando he estado en Puerto Rico, en Buenos Aires, ahora mismo en México, es algo que nos deslumbra.

No vamos a pedir perdón 500 años después, pero yo creo que España le debe mucho a América, cuyos países (que en general no tienen más de 200 años de independencia) tienen que explicitar la historia, decirle a España y a Europa en general “esto es lo que hicisteis”; y España tiene que reconocerlo y pedir disculpas (perdón es un concepto demasiado cristiano) y sacar la historia a la luz.

Pero no creo que España lo haga, porque miren lo que ha pasado con el franquismo, lo están enterrando. No reconocen ni su pasado reciente, cuanto más van a reconocer los excesos del imperio.

¿Es común para usted que una persona ejerza diversas ramas de las bellas artes?
Sí que son disciplinas que se complementan. Todo es tener una cierta inquietud por aprender; entonces, el teatro que yo hago quiere comunicar cosas, no es (con todos mis respetos) de saltimbanqui, ni de grandes iluminaciones, es un teatro de diálogo, de texto, de comunicación, de implicar al público.

La poesía es un acto de comunicación, uno escribe, no para contarle su vida a nadie, sino para intentar no sentirse tan solo, para averiguar que hay universales que el lector puede compartir y despertar en él su nostalgia, su tristeza, su ternura, ésa es la comunicación de la poesía.

En el teatro es igual, yo no creo en el espectador que se sienta a “divertirse” dos horas, sino que se sienta a implicarse en una historia que le dice algo de sí mismo, de su país, de su vecino, o que le hace reflexionar.

No quiero sermonear a nadie desde un escenario, por supuesto que el teatro es lúdico y hay que estar ahí para disfrutar, quiero decir que no todo es relajación, ni diversión; por lo tanto el teatro, la poesía (también me dedico al artículo periodístico y el ensayo filosófico), todo es dentro de lo que a uno le preocupa de la sociedad en que vive.

Uno escribe siempre mirando alrededor, entonces escribe para sus semejantes y esperará que éstos le contesten. Si uno publica un libro de poesía, uno espera que lo lean y que los lectores se comuniquen con uno, que despierten ellos su inquietud, su vocación o tristeza.

Los poderes públicos deben propiciar la educación

Los poderes públicos deben propiciar la educación

Compártanos un poco de su poesía… 
Yo soy una persona eminentemente triste. Creo que miro el mundo con ojos de decepción, y me parece que el mundo que hemos construido no está a la altura de lo que hubiéramos sido capaces.

Yo escribo de la condición humana, de lo que debimos haber sido, de lo que no somos; de lo que deberíamos intentar y no intentamos, o no tenemos ya capacidad; de las capacidades que nos diferencian de los animales y que no estamos ejercitando.

Pero al escribir de eso, no olvido nunca que estoy manejando una herramienta muy delicada que es el lenguaje. El lenguaje poético no se basa sólo en las palabras, en las expresiones sintácticas, se basa sobre todo (a mí juicio) en los ritmos internos de la escritura. Un poema tiene que ser en sí mismo un hecho que tenga su propia vida, su propia respiración, y yo me preocupo mucho, como dicen los jóvenes “me como el coco”, porque el poema internamente tenga una respiración, un ritmo y un latido especial.

También me preocupa mucho la largura del lenguaje, porque un poema no puede acabar cuando acaba, sino cuando tiene que acabar. No puede ser ni más largo, ni más corto de lo que es y debe tener una música especial relacionada con la extensión y con el lenguaje utilizado, pero sobre todo con el tema tratado. Todo eso constituye la poesía, por eso a mí me cuesta muchísimo escribirla.

Tengo 33 o 34 libros publicados, pero todos ellos premiados porque en España (y también veo que en América) la única manera de publicar poesía es presentarse a un premio y que lo editen.

Porque los editores, salvo que sea alguien de campanillas o alguna antología de un poeta muy renombrado, no van a editar poesía.

El libro con el que me han galardonado se llama Huérfanos todavía y ya el título debiera anunciar algo, porque es una contradicción en sí misma, porque uno es huérfano para siempre, y ahí dice que todavía lo somos.

Yo tenía la esperanza de que dejáramos de ser huérfanos, que nos olvidáramos de la crueldad que ha ido construyendo nuestra historia, la historia de la humanidad; porque ha dejado, a mi juicio, demasiadas cosas en el camino, demasiadas personas en las cunetas.

La historia ha avanzado apoyándose demasiado en la crueldad, en la ignorancia, en la insolidaridad.

Este libro lo he centrado en los campos de concentración nazi, porque es un ejemplo paradigmático de la crueldad del hombre, pero estricta y simbólicamente yo estoy hablando de la historia de la humanidad.

El pensador alemán (Theodor Wiesengrund) Adorno (1903-1969) dijo “después de Auschwitz es imposible escribir poesía”, y yo quise contradecirlo, “yo quiero escribir, yo creo que sí somos capaces”. Es verdad que en ese intento he comprobado que no somos tan capaces, al menos yo no lo soy.

Yo creo que es verdad, que nuestra sensibilidad poética como hombres ha quedado tocada por ciertas cosas. Ahora veo el secuestro de niñas en Nigeria y sigo pensando que no hemos aprendido nada.

Creo también que la poesía debe implicar al lector, hacerle reflexionar. Comprendo que se puede hablar de la primavera, de las puestas de sol, incluso del amor, pero creo que hay que hablar sobre todo y en primer lugar de lo que somos.

¿Qué les dice a las personas que rehúyen esa literatura?
Ésa es la táctica del avestruz. No implicarse en la vida es algo que hace que la vida sea más sucia. Si todo el mundo se implicara y mirara alrededor, se sintiera parte de una sociedad y echara una mano al miembro de esa sociedad que lo necesita, avanzaríamos mucho mejor.

Pero la táctica del avestruz es mayoritaria: “no, yo me pongo las orejetas y miro sólo lo que me interesa, mi propio camino”. Eso tiene un nombre, se llama egoísmo, y tiene una consecuencia: la insolidaridad y la mezquindad mental.

Yo no creo que haya que leer la poesía que habla de esas cosas o haya que ver las obras de teatro que hablan de eso; lo que sí creo es que hay que tener la cabeza despierta hacia la sociedad en que vives. Que eres parte, que no eres individual, que no eres mar, que eres un grano de arena en una gran playa y que las olas nos mojan a todos, y que si tú has salido seco tendrás que prestarle tu gabardina o abrigo al que ha sido afectado.

La táctica del avestruz, la insolidaria, el individualismo egoísta existe, sé que existe y es una de las principales razones por las que están más justificados los libros y la poesía que hablan de la insolidaridad.

Hay egoísmo, pero también ignorancia por diversas circunstancias sociales. ¿Qué opina al respecto?
Éstas tocan el problema fundamental del desarrollo de las sociedades, que es la educación. La educación es algo a lo que todo el mundo tiene derecho y todo el mundo debería tener acceso.

Los poderes públicos deben propiciar la educación, mas no la enseñanza de ciertas cosas; es decir, la maduración como personas, la capacidad de discernimiento, la capacidad crítica ante la realidad. Eso debe empezar a enseñarse en los primeros niveles educativos.

Es verdad que se dice que la situación económica hace que haya gente que no pueda acceder, no debía de ser eso; la educación debe estar tan accesible, que sea parte de la vida cotidiana, tiene que ser algo para lo cual los presupuestos públicos no tienen que ahorrar, sino dar para potenciar la capacidad de discernir, el debate, la maduración de las personas ante la realidad, ante el arte, ante la cultura.

Hay gente que en una exposición de (Vasili) Kandinsky (1866-1944) dice “pero esto es una porquería, esto lo pinta mi sobrino que tiene dos años”; ésa es la ignorancia, porque no conocen la historia de la pintura, lo que ha llevado al simbolismo de Kandinsky.

Por lo tanto creo que los poderes públicos, en cualquier nivel, desde el municipal, estatal y hasta el mundial, y la ONU, la OTAN, la UNESCO y lo que sea, deben preocuparse menos por los tarjetones y los cargos, y mucho más por hacer la enseñanza y la educación accesible desde los primeros años.

Cuando la gente tenga capacidad de criterio, de discernimiento, puede decir “no me gusta la poesía”, y será tan respetable como lo contrario, pero no puede decir “no me gusta la poesía porque no la conozco”.

A propósito de los poderes mundiales, ¿qué piensa del capitalismo?
El capitalismo es el régimen de gobierno más negativo que ha podido pensar la humanidad en toda su existencia, porque es el aprovechamiento del esfuerzo de unos por otros; la rentabilización del sufrimiento de una gran masa, por las élites.

Yo soy contrario completamente al capitalismo, y ojo, no se le puede oponer el comunismo como tal, como si fueran las dos únicas posibilidades que hay. El comunismo teóricamente claro que es válido, lo hemos visto en la Unión Soviética.

No estoy hablando de regímenes políticos, ni enfrentándolos, pero creo que el capitalismo se ha confundido con una especie de capacidad de la sociedad en desarrollarse por sí misma; más bien yo creo en un liberalismo de izquierda donde el Estado sea concebido como la unión de los ciudadanos, no la unión de unas élites que dirigen y hablan en nombre de los ciudadanos.

Yo no creo en el capitalismo y, si por mí fuera, incendiaría, en un sentido metafórico, todos aquellos basamentos que provocan la avaricia, la usura y sobre todo la indignidad de las personas que convierten a otras en menos dignas, eso es intolerable en cualquier sociedad. Todas las personas tienen la misma dignidad y la situación económica debiera estar marcada por el esfuerzo y la capacidad de cada uno.

¿Conviene al capitalismo el desarrollo de las bellas artes?
No, ni de las bellas ni de ninguna. Al capitalismo no le conviene la cultura porque la capacidad de conocimiento y discernimiento hace que no se soporten ni se toleren ciertas prácticas. Si alguien conoce la historia de la filosofía, la economía, del pensamiento, no aceptaría que un señor que se llama (Juan Carlos de) Borbón sea más que cualquier otra persona en España.

Estoy hablando de la monarquía, pero también de las élites bancarias y financieras. “¿Por qué usted con mi dinero que yo tengo en su banco, está viviendo como un rajá (rey) y además echando a la gente de su casa?”.

Ellos quieren la ignorancia, la televisión llena de programas basura, brillos y colorines para tener hipnotizada a la gente; también pasa en la literatura, ahora mismo se está vendiendo Harry Potter, El código Da Vinci y todos sus herederos, pero son libros que no implican a la sociedad, que mantienen a la gente hipnotizada y no asoma la ventana de la realidad.

No sólo socialmente sino culturalmente, siempre el capitalismo ha sido enemigo de la cultura y de los que se dedican a ella, los artistas, que siempre han sido gente anticapitalista, salvo los que están en nómina.

A pesar del escenario, ¿hay luces, hay esperanza?
Creo que siempre hay esperanza, pero no debemos buscarla sino crearla. Tiene que estar en la cabeza de la gente. Debemos creer en que somos capaces de cosas, pero nunca que somos capaces de cambiar las cosas individualmente o para hacerlas a la medida de lo que nos interesa, sino que somos capaces de cambiar las cosas colectivamente.

 

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