Lucero Mercedes Cruz Porras
“Escribir contra lo políticamente correcto / lo políticamente corrupto. / Escribir más que nunca y sin parar”, dice Diego Enrique Osorno en su Manifiesto del periodismo infrarrealista (2015), una evocación de aquel oficio que vibra a través de la verdad; aquel resuello que exhala “tergiversado, confrontado, pero sigue de pie y abajo”.
Sí, los periodistas siguen de pie: surcan nostalgias, mares de pena, cantos de dolor y avanzan en naufragio. Son corresponsales, aquellos que en nuestro país aprenden estrategias de guerra para no ser abatidos. Son valientes y obstinados. Apuestan y estrechan el azar en súbitas despedidas.
Éste es el pequeño álbum de recuerdos de un soñador intrépido, un coleccionista de testimonios en un territorio agreste, donde el escenario de justicia se marchita entre hastíos. Diego Enrique Osorno, autor de obras como Oaxaca sitiada (2007) y Contra Estados Unidos (2014), ha sido testigo de grandes luchas sociales y se ha consolidado en las últimas dos décadas como ícono del periodismo independiente en México.
¿Cuándo decidió ser periodista?
Desde los 10 años me gustaba leer mucho, leía de todo, era omnívoro: novelas de Mark Twain o libros de vaqueros, pero sobre todo el periódico, porque en mi casa era el principal material de lectura. Siempre estuve fascinado por lo que provocaba la escritura y con el paso del tiempo cambió mi visión, primero quise ser poeta –incluso escribí algo de poesía, muy lamentable–, pero cuando tuve necesidad de trabajar, el periodismo se acercó poco a poco a mi vida, dejando la poesía como una sombra. El periodismo es ahora lo más importante para mí, en tanto a escritura, pero me complementan la poesía, la novela y el cuento.
¿Qué hay detrás del periodismo?
Creo que una fascinante posibilidad de tener muchas experiencias en una sola vida, de acumular un mundo propio nutrido de los mundos de los demás, de las personas con las que interactúas. También hay una parte muy noble, que es el afán de justicia; creo que para ser periodista –sobre todo en un país como el nuestro– hay que tener sueños de justicia. En ese sentido, el periodismo me parece un instrumento para buscarla, para creer en ella y volvernos justicieros.
¿Cómo cuenta las historias?, ¿cuándo halla la voz, la narrativa precisa?
La historia me lo dicta: se activa mi curiosidad, investigo y me sumerjo en el relato; después estructuro el texto, ubico lo más importante e identifico las preguntas que debo plasmar, las escenas imperdibles. En realidad no podría esquematizar lo que sucede al momento de escribir, es algo mágico –en el sentido menos esotérico de la palabra– en cuanto al azar, porque cuando investigo y vivo tantas emociones, se me pega la voz de algún personaje o el sentimiento de una entrevista recién hecha, una canción; en este proceso, la escritura advierte la posibilidad de adquirir un rostro, de la forma menos mecánica y más placentera que existe.
¿Cómo llegó a los temas políticos y sociales?
El periodista se somete en gran medida a la realidad del lugar en el que vive –donde le ha tocado nacer o donde ha elegido radicar–; los temas de los que he escrito han estado determinados por esta razón. Pienso que nuestro país es extraño, es un país que tiene dos realidades muy grandes que caminan al mismo tiempo, sobre todo en este primer cuarto de siglo, con esta nueva era democrática –que supuestamente inició en el año 2000.
Por un lado tenemos un México en estado de crecimiento económico real y en crecimiento político –en el sentido de que hay más partidos, más opciones y más ideologías que se enfrentan por el voto de la gente–. Uno puede elegir contar ese país que está creándose o el otro que ha venido ocurriendo de forma simultánea: aquel que está lleno de barbarie, que es cada vez más impune, más sangriento, más dañado y cada vez más decadente.
Por ejemplo, hablemos de Xalapa, tenemos eventos fabulosos que nos dan una idea de la evolución que ha tenido el mundo de los libros y de la cultura en la ciudad; pero también sabemos que es la capital de un estado gobernado, antes por un corrupto amateur, ahora por un corrupto profesional. Las dos realidades están ahí y conviven; yo he optado por plasmar en mis historias estas contradicciones que observo, me interesa contar los contrastes, es la forma en la que llego a mis temas.
¿Qué sucede con el periodismo independiente en México?
Creo que está en un gran momento, está dando la cara ante una realidad tan funesta; el país atraviesa una etapa en la que es muy fácil matar a un periodista –en promedio agreden a un periodista cada 20 días–. Al mismo tiempo, veo un periodismo más crítico que nunca, hablo del periodismo independiente –no me refiero al comercial o al corporativo– que, a pesar de estas señales, cuestiona y es cada vez más osado.
Creo que es un asunto generacional, tiene que ver con que los que ahora hacen ese periodismo nacieron en los ochenta o en los noventa y ya no tienen ese chip descompuesto, el chip priista; son diferentes, son rebeldes. La nueva ola de compañeros que menciono da mucha salud al panorama general de este campo, pues se trata de una corriente de confrontación con el periodismo institucional.
¿Qué otras disciplinas convergen en su trabajo?
Mi trabajo se relaciona con el arte en general, porque un periodista utiliza sus cinco sentidos. Por tanto, la mirada es muy importante, la forma en la que ve aquello que investiga; dicha mirada se nutre del cine, de la fotografía y de las artes plásticas. Hay ciertas historias con las que pienso que contemplo una pintura de Caravaggio, por ejemplo, o una escena de alguna película de Scorsese, una fotografía de Yvonne Venegas.
Por otra parte, cuando escribo es imprescindible la música y tener conciencia de cómo se manifiesta en la narrativa; hay ocasiones en las que pienso que estoy componiendo una pieza de jazz. Ver el periodismo ligado al arte puede hacernos la vida más llevadera, pues los periodistas mexicanos escribimos sobre una realidad bárbara, contradictoria, difícil y moderna.
¿Cuál es la gran pregunta para quien desee ser periodista?
Lo más importante es que se pregunte si su curiosidad es suficiente para soportar todo lo que viene después, cuando haya decidido por completo ser periodista y ejercer como curioso profesional. No es un oficio que no tenga riesgos, incluso de vida; no es un oficio que tenga un gran escaparate para poder desempeñarse; tampoco es un oficio que tenga la remuneración adecuada. Si no tiene esa necesidad tan profunda de entender lo que sucede alrededor y de intentar explicárselo a los demás, es muy fácil que se pierda por este camino de adversidades; creo que ésa es la pregunta más importante.
Después está la humildad, que sepa reconocer su ignorancia y que tenga una gran capacidad de sorpresa. Finalmente, en la misma línea, tiene que preguntarse si es escéptico, para que intente no casarse con las ideas, para que no crea que el mundo es de un solo color, porque el periodismo –en su forma más bella– conlleva una búsqueda muy diversa. Hay buenos periodistas rojos, azules, negros o blancos, pero me parece que el momento de mayor plenitud del periodismo es cuando logra la pluralidad.