Año 16 No. 688 Agosto 28 de 2017 • Publicación Semanal

Xalapa • Veracruz • México

Chicharrón de puerco y puerca

Contenido [part not set] de 35 del número 688

Orizaba • Córdoba

José Antonio Márquez González

Desde hace algunos años, la moda es decir “señoras y señores”, “niñas y niños”, “notarias y notarios”, en lo que se juzga, sin duda, como una escrupulosa precisión lingüística en homenaje a la equidad de género y como un explicable rechazo a la costumbre perniciosa de nombrar sólo en masculino para ambos sexos en forma genérica. Además, no basta con la mención expresa del femenino, sino que políticamente conviene, por otra parte, que el ahora llamado “sexo débil” aparezca en primer lugar.
La costumbre ha trascendido a los discursos oficiales y a nuestra legislación. Así, en Veracruz existe una Ley de Asistencia Social y Protección de Niños y Niñas, y a nivel federal una Ley para la Protección de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes. A su vez, la Constitución federal dice que “los niños y las niñas tienen derechos”, y se refiere también a “las mujeres indígenas”. Pero a pesar de ello, la propia Constitución insiste en las expresiones “todo individuo”, “los habitantes”, “todo hombre”, “paisano”, “el obrero”, “los mexicanos”, “los ciudadanos”, utilizando estas expresiones como falsos genéricos. Desde luego, no llega al extremo, que parecería absurdo, de decir “los esclavos y las esclavas”.
La cuestión ha dado lugar a situaciones embarazosas y ya lo dijo así la Real Academia Española desde hace mucho: “este tipo de desdoblamientos son artificiosos e innecesarios”. En verdad, extremando el purismo, dentro de poco se tendría que decir en los sustantivos epicenos y comunes “la mosca y el mosco”, “la testiga y el testigo”, “la recurrente y el recurrente”, “la jueza y el juez” (como ya se dice ahora no sólo en el medio rural). Y aun en este caso habría que cuidar la enumeración alternativa femenino-masculino.
Tal vez habría que escribir constantemente entre paréntesis, como acostumbra hacerse en los formularios o “machotes”, aclarando en cada caso la distinción. La situación se vuelve realmente enojosa cuando hay la necesidad de hacer valer esta legítima actitud feminista en un concepto como el de patria potestad. Habida cuenta de que en el pasado la madre no tenía este derecho, ¿deberíamos decir ahora mater potestad?
Al revés, el género masculino llegaría al extremo de tener que reivindicar la entonces injusta prevalencia del femenino en voces como la cal, la comezón, la serpiente, la pelvis, la colitis, etcétera.
Por fortuna, en algunos otros casos la solución puede aparecer mucho más cómoda, como cuando nos referimos a la nana, es decir a la mujer que ha cuidado la lactancia de un niño, le ha dado su nombre y públicamente lo ha presentado como hijo suyo. Visto que somos iguales, ¿llamaremos “nano” al varón? La solución feliz fue emplear la frase “la persona que ha cuidado de la lactancia de un niño”.
Fuera de ello, no me parece que pueda pensarse, con toda seriedad, que la mujer deba sentirse excluida si sólo se dice “hombre” o “ser humano” o “humanidad”, como reza el título de la famosa Declaración Universal de los Derechos Humanos.
Otra solución sería utilizar –como proponen algunos– la genérica indefinición del signo @ para designar ambos sexos (una vez autorizado, desde luego, por la Real Academia Española, lo que parece más que improbable).
Mientras tanto, no parece haber más remedio que seguir aclarando el género en cada caso –como hacen los norteamericanos (“to his or her”)–, aunque Benedetti diga que no existe un mandamiento 11 que ordene a la mujer no codiciar al hombre de la prójima.
El péndulo de la historia viaja hasta los extremos. Ahora nos encontramos precisamente en el extremo opuesto. Pasará, según creo, mucho tiempo para que el asunto recobre su ecuanimidad, sobre todo en un área tan sensible como el de la política que, como ya se ve, suele prestar una gran atención a este tipo de cuestiones.

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