Año 16 No. 686 Agosto 14 de 2017 • Publicación Semanal

Xalapa • Veracruz • México

Patrones sociales y culturales impactan en la salud

Contenido 14 de 36 del número 686
Alejandra Núñez de la Mora, del IIP

Alejandra Núñez de la Mora, del IIP

 

Investigadora analizó los efectos del desarrollo en la función reproductiva humana

Claudia Peralta Vázquez

Alejandra Núñez de la Mora, integrante del Instituto de Investigaciones Psicológicas (IIP), subrayó que una perspectiva evolutiva ofrece un paradigma para entender algunos aspectos del desarrollo y la epidemiología de enfermedades como cánceres reproductivos, Alzheimer, problemas cardiovasculares y osteoporosis, entre otros.

Todos estos padecimientos tienen, en mayor o menor medida, una relación con la función reproductiva, específicamente con la producción de esteroides ováricos, en el caso de las mujeres, y testiculares, en los hombres.

Este tema mereció ser publicado –el 29 de julio– dentro de una serie sobre medicina evolutiva y salud pública, en la revista The Lancet, rankeada en segundo lugar de entre las 150 revistas de medicina general, y en la que ella intervino como coautora al lado de prestigiados especialistas internacionales en el campo de la medicina evolutiva.

Dicha serie la conforma una colección de investigaciones empíricas e independientes que proveen evidencia para hacer una propuesta teórica sobre la relación entre la historia evolutiva de nuestra especie y los patrones contemporáneos de salud y enfermedad.

Al respecto, Núñez de la Mora explicó que como parte de su tesis doctoral, realizada en la Universidad de Londres, Inglaterra, hace algunos años inició una investigación centrada en analizar las condiciones durante la infancia y su impacto en la función reproductiva durante la adultez.

Para ello, realizó un estudio de migrantes en el que comparó un grupo de mujeres residentes en Bangladesh, en donde las condiciones nutricionales, psicosociales y medioambientales son muy precarias, y otro de mujeres migrantes residentes en Inglaterra.

Expuso que dicho estudio fue el primero en demostrar empíricamente que había un efecto del desarrollo en la función reproductiva asociado a cambios en las condiciones no sólo biológicas, sino sociales y culturales, comunes a muchas de las transiciones demográficas de nuestra historia reciente.

Lo anterior permitió revelar cómo distintos ambientes en los que un individuo se desenvuelve determinan su trayectoria de crecimiento y desarrollo, la producción de hormonas reproductivas y, como consecuencia, el riesgo de padecer algunas enfermedades relacionadas con estas hormonas.

Algunos de los patrones epidemiológicos que vemos de algunas enfermedades relacionadas con la reproducción se pueden entender mejor con esta visión, destacó la antropóloga-bióloga, con dos años de antigüedad en el IIP.

La universitaria mencionó que esta aproximación permite entender los efectos de diferentes patrones reproductivos en la salud de distintas poblaciones humanas.

“Todos los procesos básicos como la fertilización, la implantación, el embarazo, el parto, el amamantamiento, el crecimiento y el desarrollo reproductivo secundario, están guiados por las hormonas que estudiamos.”

Por tanto, los patrones existentes en poblaciones llamadas tradicionales o de fertilidad natural, en donde no existe un control conductual u hormonal de la reproducción, la exposición a estas hormonas resulta radicalmente distinta a aquéllas con control de la fertilidad.

En las primeras, las mujeres típicamente forman parejas al poco tiempo de llegar a la menarquia (primera menstruación), se embarazan, tienen periodos de lactancia en los que amamantan por dos o tres años ininterrumpidamente, de día y de noche hasta embarazarse nuevamente e iniciar un nuevo evento reproductivo.

Este ciclo se repite (en algunos casos, más de una decena de veces) hasta llegar a la menopausia, evento que marca el fin del periodo fértil de una mujer.

Dado que los niveles de esteroides ováricos y adrenales están abatidos durante la reproducción activa, un patrón de fertilidad natural significa una exposición de los órganos como los senos, ovarios, útero, huesos y cerebro, que son blanco de esas hormonas mucho menor a cuando la mujer cicla mensualmente durante muchos años en ausencia de un embarazo o del proceso de lactancia.

Los patrones sociales y culturales que acompañan la modernización y urbanización generan modificaciones importantes en los patrones reproductivos, algunos asociados con los roles tradicionales de género.

En este contexto, es típico que transcurra un periodo de hasta 15 o 20 años entre la menarquía, el primer embarazo y nacimiento. Los periodos de amamantamiento se acortan significativamente y el número de nacimientos por mujer se reduce a uno o dos en promedio.

“Ambos patrones, asociados a distintas ecologías reproductivas tienen efectos distintos para la salud. El segundo, por ejemplo, incrementa el riesgo de presentar algunos tipos de cáncer”, puntualizó.

Núñez de la Mora indicó que otros estudios han demostrado que las características en un recién nacido, en cuanto a la relación entre la estatura, proporción de grasa y músculo, determinan cómo serán los niveles de la función reproductiva en la adultez.

Añadió que también existe evidencia clínica y epidemiológica que indica que los dos primeros años de vida son críticos en el establecimiento de los patrones de desarrollo y crecimiento de todo el organismo.

A lo largo de los últimos años hemos aprendido que las condiciones durante la infancia –etapa crítica de la historia de vida humana– determinan de manera importante las trayectorias que durante la vida adulta se traducen en patrones distintos de morbilidad, puntualizó la especialista.

Por esta razón, entender los factores biológicos, sociales y culturales que afectan esta etapa, permitirá distinguir entre poblaciones con distintos riesgos a la salud.

Respecto a este proyecto publicado por The Lancet, dijo que hace tres años fue invitada por Grazyna Jasienska, del Instituto de Salud Pública de la Jagiellonian University en Polonia. Las reuniones iniciales se hicieron en el Centro de Medicina Evolutiva (CEM) de la Universidad Estatal de Arizona, Estados Unidos, dirigido por el fundador del campo, Randolph Nesse.

El trabajo fue realizado durante un periodo de retención en el Instituto de Investigaciones Psicológicas de la UV, durante el cual fue beneficiaria de una beca del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt).

Los interesados en consultar la serie completa y el editorial en la revista The Lancet, lo pueden hacer a través de la siguiente liga: http://www.thelancet.com/journals/lancet/issue/vol390no10093/PIIS0140-6736(17)X0032-9

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