100 días del Gobierno de AMLO

100 días del Gobierno de AMLO
 
Es una arbitrariedad evaluar un gobierno en 100 días, pero sin dudad el de Andrés Manuel López Obrador ha trabajado bastante por lo que hay mucho qué decir.
 
I. El gobierno de AMLO trabaja mucho, aunque de manera accidentada
 
Tiene una agenda amplia que incluye varias reformas constitucionales, como la que sustenta la guardia nacional, la educativa, entre otras y muchas acciones. En cuanto a las reformas, la primera ya es una realidad, si bien no es la que él quería y si bien implicó una serie de concesiones y debates con diferentes organizaciones sociales y académicas. También ha realizado dos consultas, ilegales de hecho y usadas para sustentar la cancelación del aeropuerto -una decisión tomada mucho antes, y el impulso de proyectos como el tren maya -decisión, también, tomada con antelación-. La segunda, la educativa también era una promesa; es de hecho una reforma necesaria nada más que se envió plagada de errores y usando muy poco lo que ya se sabe del sistema educativo, como casi siempre ocurre.
 
En cuanto a las acciones ocurre algo interesante. Hay muy poca claridad de la acción gubernamental porque prácticamente no hay planes ni programas consistentes; y se ha decidido intervenir en diferentes campos sin muchas evidencias, pero sí con argumentos más o menos plausibles. Es el caso de varios programas sociales, como las guarderías infantiles o los refugios para mujeres.
 
En estos 100 días hay decisiones y acciones, aquí y allá, pero no una ruta necesariamente clara o coherente. Algunas decisiones no tienen base o marco legal: como crear nuevas universidades y carreras universitarias que en otras circunstancias deberían pasar por un larguísimo proceso de aprobación; o reclutar jóvenes para la guardia nacional antes que se ésta se hubiera aprobado, o cortar apoyos a diferentes programas sin una evaluación seria Otras son osadas: “saltarse los intermediarios” de programas sociales para entregar dinero a los ciudadanos no está mal desde el punto de vista de la eficiencia de la entrega de recursos y de las posibilidades para reducir la corrupción; no está mal desde el punto de vista de la universalización de algunos beneficios; pero también puede crear nuevas dependencias al entregar dinero directamente a miles de personas sin una estructura gubernamental que ayude a que ese dinero se transforme en soluciones. El riesgo es también que se construyan nuevos vínculos “personales” con muchas implicaciones controvertibles, no ver esta posibilidad es poco responsable.
 
El presidente se bajó el salario y bajó los gastos del gobierno en muchos ámbitos; subió el salario mínimo y cortó un montón de gastos superfluos. Todo esto esta muy bien y debe seguirle por ahí. Es importantísimo que asumió la lucha contra la desigualdad y la corrupción como bandera -AMLO está decidido a convertirla la segunda en un delito grave-; nada más que para darle la vuelta a los dos problemas las acciones hasta el momento no son consistentes: prácticamente no hay denuncias, solo muchos señalamientos, y contra la desigualdad, el dinero por sí solo no cambia las cosas.
 
II. Los retos son conocidos, pero hablar de ellos de otra manera no los resuelve
 
La inseguridad se mantiene y va para arriba. No es culpa del nuevo gobierno. EPN dejó un país en crisis de seguridad y sabíamos que se iba a poner peor antes que mejor; no es un asunto de voluntades sino de tendencias y para saber eso la ciencia social más o menos sirve. Pero el actual gobierno no ha podido presentar una alternativa integral, no se puede hacer tal cosa en 100 días, pero ya sabemos que la guardián nacional no será suficiente. Las víctimas de la violencia siguen ahí y se incrementan; el caso de los migrantes violentados es preocupante, también el feminicidio, frente al cual el gobierno tiene un discurso mixto. Estados como Veracruz han visto incrementados sus delitos y también el sentimiento de inseguridad pese a las alegres cifras que salen por aquí y por allá.
 
AMLO insiste en pacificar al país, pero la estrategia de seguridad y “pacificación” va atrasada frente a la expectativa y la realidad. Contra lo que uno podría esperar, Guanajuato -véase el caso de Salamanca- se ha convertido posiblemente en la zona más violenta del país. Pocos habrían podido imaginar este desplazamiento geográfico de los “focos rojos”. Pero los delitos cambian, mutan, se desplazan por el territorio y la lucha contra el huachicol incrementó esto. En el ámbito económico, el gobierno ha sido más responsable de lo esperado, pero el crecimiento es pírrico en el trimestre, por razones externas pero también por decisiones internas. Ademas del impacto de la baja actividad económica en algunas zonas por la lucha contra el robo de combustible, se han registrado huelgas en la frontera norte y algunas tendencias internacionales contienen el crecimiento.
 
Por otro lado, el desempeño del gabinete y sus delegados es mixto, en algunas entidades de gobierno el pleito está cantado a pesar de las interminables promesas; es el caso de la Secretaría de Energía donde hay pugnas internas y con secretarías como la de Hacienda. También es el caso de entidades autónomas como el Conacyt y no precisamente porque alguien quiera boicotear los cambios sino porque han errado en sus estrategias. En el Conacyt, por cierto, ha pasado algo muy raro: la nueva dirección ha logrado que una comunidad que por lo general está muy ocupada como para dedicarle mucho tiempo a la disputa política, se articule en contra de casi todas sus medidas.
 
III. AMLO todavía es muy apreciado, es un pedagogo declarado que lucha contra el neoliberalismo
 
Aunque ha hecho enojar a mucha gente por algunas decisiones apresuradas, poco claras y hasta equivocadas, es un hecho que a poco más de 100 días, la aceptación de AMLO es altísima, más alta que cuando fue elegido presidente. Eso está bien: es mejor tener un gobernante apreciado en un país con problemas, que un gobernante odiado en un país con problema -véase el caso de Peña o Trump-. El discurso del presidente se mantiene en su tono; su estrategia de comunicación sigue siendo la misma; en mi opinión es buena. Ayuda a que las personas conozcan al gobernante, que sepan cómo piensa. Pero también es una estrategia de alcances muy limitados; es un estilo cansado y reiterativo, sigue identificando a sus enemigos todos los días y eso cansa porque suena a excusa. Para cada pregunta que le hacen, escoge el método de respuesta de un repertorio simple: responde contundentemente, evade, niega hechos o decisiones que están a la vista y luego da cátedra de todo lo que estaba mal. Al día de hoy el neoliberamismo y el conservadurismo o lo que a él le gusta entender por eso, son sus enemigos preferidos y también sus “perfectos comodines” para responder.
 
Le gusta antagonizar y se mantiene en su tono o estilo pedagógico “vintage”: enseñar, reiterar , insistir hasta el cansancio. Sabe lo que hace, lo ha admitido en público: tengo que repetirme para que me entiendan. Ha antagonizado con académicos, con organizaciones civiles (feministas, de atención a migrantes, pro-transparencia) y lo seguirá haciendo, aunque llame a la pacificación. Es probablemente su habitas de todos sus años en la oposición. Ha decidido bajar la voz en cosas que un presidente no puede dejar pasar: dijo que su silencio es derecho cuando se le preguntó por el aborto; pero su silencio no existe, su actitud es elocuente y de hecho renunció al privilegio silente cuando juramentó como presidente.
 
Al día de hoy el nuevo gobierno tiene muchos adversarios, pero no vienen de los partidos políticos, que básicamente son entidades zombie mas allá de las cámaras. Los adversarios más reiterativos y decididos son algunos grupos empresariales, algunos grupos de interés añejos que quieren volver y muchas personas, ciudadanos de a pie organizados y no organizados. Al respecto, creo que la sociedad está haciendo su trabajo, mas o menos, como contrapeso y eso me parece muy interesante y productivo; ojalá siga así porque paradójicamente eso ayuda al nuevo gobierno. De hecho los contrapesos sociales, así de pequeños y frágiles han ayudado a corregir o matizar algunas decisiones, como en el caso de los refugios para mujeres que viven violencia. AMLO tiene un crédito de aceptación altísimo, nada dura para siempre y tendrá que capitalizar eso en estructuras de trabajo solidas, en profesionalización del gobierno, porque más allá de la aceptación, no es lo mismo llegar al poder que gobernar y hacerlo bien.
 
Ernesto Treviño
Esta es una opinión a título personal