«Humo» de Oceransky: Personajes en busca de compasión

 

Humo de Oceransky

Personajes en busca de compasión 

Foto: Luis Ayala.

Raciel D. Martínez Gómez

 

Definitivamente el teatro de Abraham Oceransky siempre ha sido compasivo.

No importa en quién se base -Eurípides, Jean Genet, Mishima, Monzaemon o Bertolt Brecht, incluso Elvis Presley-, porque al final de la obra siempre uno encontrará a nuestro querido Abraham trasminando el relato, precisamente, al modo que se disipa el humo con una lentitud y presencia casi imperceptibles –como la niebla de Shakespeare interpretada en el milenario Japón de Akira Kurosawa.

Así, Oceransky corona sus piezas proponiendo un sentido humanista de piadoso calado y con horizonte de diálogo para la toma de conciencia.

Toma de conciencia en cuyo ejercicio jamás impone determinada ideología, al contrario: invitación perenne para que el espectador reponga distancia con el demiurgo y recobre a su vez el alma perdida entre la crueldad y soberbia del autor.

Humo no podría ser de otra manera con un autor despojado de ego y en todo caso más proclive a compartir y a transformar a sus actores en auténticos creadores, como Oceransky humildemente confiere sus ideas a ellos y las deposita con su bonhomía característica.

Ahora se inspira en Luigi Pirandello, reconocido autor de teatro que irrumpió el discurso teatral violando ciertas reglas aristotélicas para encaminarse hacia una introspección mayor a la retórica.

De Pirandello sabemos su aporte a la estética artística que se identificó como antiteatro. Se trata de la sugestiva obra “Seis personajes en busca de autor”, donde el italiano expone sus tesis en medio de la vorágine de las vanguardias europeas del siglo pasado.

Imaginemos el contexto: 1921 en una Europa rígida en sus esquemas racionales –el atraso bárbaro de la psicología-, con modos políticos autoritarios –el totalitarismo soviético y el oscuro advenimiento de los nazis-, y sobre todo una elitista y conservadora concepción de lo que es el arte. Por ello se entiende y se justifica la obra de arte como provocación de Pirandello en el teatro –sumado a Antonin Artaud-, la poesía de Vladimir Mayakovski –“La bofetada al gusto del público”-, o en el cine del primer Luis Buñuel y Salvador Dalí o la magnificencia onírica de Jean Cocteau y La sangre de un poeta.

 

 

   Fotos: Luis Ayala

 

Abraham conoce y respeta la historia y evolución del teatro, y por eso es notoria la huella de Pirandello en Humo. Como en el original, “Seis personajes en busca de autor”, hay un disipado caos que pudo haber sido desorden estrambótico; sin embargo, confiesa el propio Luigi, aunque pudo haber enfatizado el escarnio, prefirió una discreta sátira.

Humo es un homenaje que tributa Oceransky a Luigi Pirandello y tenía que ser como su envite en escena: velado, siguiendo los pasos del antiteatro –porque el canon no está manifiesto-, que busca la meditación desvanecida finamente, sin violencia ni capricho.

En Humo hay caos, sí, pero elude la concesión al desconcierto extravagante y muestra prudencia en la ironía; vamos, inclusive, el giro de Oceransky va hacia más conmiseración que a humillar a las víctimas de la broma infinita.

Este miramiento en Humo tiene muchos riesgos. A diferencia de Pirandello que ubica a los personajes entre bastidores de un teatro, la puesta de Oceransky podría ser más mundana y no obtener las credenciales para montarse en teatro.

Se trata de la futilidad del contenido mismo de Humo: es desafío porque Abraham recicla un reality show de televisión y lo perdona con su planteamiento, donde va quitando las capas de una cebolla y se da el lujo de una toma de conciencia a través de la distancia de las situaciones –Humo entre el público, por ejemplo.

Y lo que verdaderamente a mi entender es el guiño maduro de Oceransky, es colocar como testigo de esta transformación del relato vulgar de masas ¡al propio Pirandello!

El humo así va disipando a su paso los prejuicios de clase –cultura alta y cultura popular-, o rivalidades de género, en el mismo set de televisión se denuncia la falta de realidad de los programas de este tipo que explotan la miseria existencial y poco se abreva en el fondo de las dramáticas historias.

La cosificación humana, de la que se encarga la televisión con estupendo efectismo, Oceransky nos la devuelve en otro tono lista para la cavilación.

Retrocedamos al principio: no es igual reinterpretar a Eurípides, Jean Genet, Mishima, Monzaemon o a Bertolt Brecht, que incluir a Pirandello en vulgar lío de televisión al estilo de El show de Cristina. La sensibilidad de Oceransky es tan laxa y dialéctica, que lo que percibimos después de apreciar Humo es que se ha disipado la negación para luego tomar conciencia con unos actores que ya, por sí solos, son creadores de una sosegada compasión.

 

Foto: Luis Ayala.
El director Abraham Oceransky con su grupo de actores. Foto: Luis Ayala.