«El sacrificio del ciervo sagrado»: Lanthimos en su caballo de Troya

 

El sacrificio del ciervo sagrado

Lanthimos en su caballo de Troya

Raciel D. Martínez Gómez

A contracorriente de los discursos provocadores más dominantes, entre los que destacan las obras fílmicas de Lars Von Trier y Darren Aronofsky, el director griego Yorgos Lanthimos se muestra con sobria elegancia y amplio control para contarnos una perversa historia en El sacrificio del ciervo sagrado, película estrechamente vinculada a la línea trágica de un clásico como Euripides. 

Y es que el estilo lánguido de Lanthimos es una especie de contrapunto de lo que ocurre en sus contenidos. Cuando menos en El sacrificio del ciervo sagrado el significante no indica ningún sobresalto, no es tácito pues, mientras que el significado implica una acción violenta que angustia.

Repasemos cómo avanza este contraste de Lanthimos entre el pausado formalismo y el inquietante tema en El sacrificio del ciervo sagrado.

Un primer aspecto es señalar que el vacío existencial propuesto en la cinta El sacrificio del ciervo sagrado es tan desolador que alcanza niveles máximos de hieratismo. Por eso la cinta se transforma en pétrea zozobra para un público intrigado frente a la carencia de causa que justifique el horror psicológico que fluye como tormenta silenciosa. 

Al ateniense Yorgos Lanthimos, director de Canino (2000) y La langosta (2000), le basta el Stabat Mater, D 383: I. «Jesus Christus schwebt am Kreuzel”, donde exhibe el corazón abierto a expensas de una plancha fría en quirófano, para filtrarnos el tono del filme.

La impavidez y el ambiente desconcertante en los espacios elegidos -el barrio donde vive el doctor, las áreas verdes donde cantan a capela “Burn” de Ellie Goulding, el hospital-, son parte sustancial de la apuesta narrativa del, ahora sí, literal demiurgo.

A las siluetas de los protagonistas, en este sentido se les detecta prácticamente en estado catatónico, imposibles de sanar porque han llegado al límite del miedo y de ahí que la quietud se constipe: parálisis corporal y mental. 

Hay, en consecuencia, un delirio circunspecto en El sacrificio del ciervo sagrado cuya reserva contrasta con el hiperdrama que padece la familia azotada por la plaga del Mal y que ni la ciencia médica ni la religión -porque no existe, así llanamente-, son capaces siquiera de aletargar y ya no digamos de frenarlo -al Mal. 

Por ello es inexpresiva la crueldad oculta tras los gestos mínimos, y más con el rostro ambiguo de la revancha de un adolescente huérfano de padre; de ahí que cabalgue el espíritu misántropo de Euripides cual historia de Ifigenia en la Troya griega. 

En El sacrificio del ciervo sagrado el deslizamiento de los actores es sobrio, inescrutables al sentimiento a grado de semejar peñascos en lugar de personas, arrastrándose como gusanos y de esa manera pierden la dignidad y entregan su voluntad a un ente contrario, seducidos por la rebeldía juvenil del ángel exterminador. 

El sacrificio del ciervo sagrado parece una cinta inter artística que oscila entre teatro impostado del absurdo y esculturas humanas en performance (distancia bretchiana, dice  el crítico Jorge Ayala Blanco). Pero siempre es claro el filme en su propósito de horizonte: una tragedia griega, revancha y búsqueda de la identidad paterna, Ley del Talión y thriller psicológico torturador.

Lo que más asombra del director Lanthimos es que jamás recula en torno a la posición del espectador como eventual víctima de un desaire intelectualizado que, además, dicha repulsa reclama para sí la superioridad moral. Lanthimos no cede y por más argumentos es una obra abierta a la interpretación con su deliberada y abrupta ambigüedad.

Provocaciones y exaltados

Luego de la narrativa exultante de Von Trier en su trilogía de la depresión: Anticristo (2009), Melancolía (2011) y Ninfomanía (2013), apareció como un reto la narrativa taquicárdica y violenta de Darren Aronofsky en Madre! (2017). Como referente, asimismo podemos citar la ira de la venganza, la trilogía del director surcoreano Park Chan-wook: Simpatía por el Señor Venganza (2002), Oldboy (2003) y Señora Venganza (2005), igualmente profanadora de tabúes.

Madre!, interpretada por Jennifer Lawrence, resultó uno de los experimentos shocking con mayor ambición en el cine contemporáneo. Y provocó, aún más extrañeza, cuando el propio Aronovsky aseguró que su panfleto no se refería a una agresión en contra de la imagen de la mujer sino a un reclamo por el cambio climático.

A diferencia de Von Trier y de Aronofsky, al griego poco le importa si el espectador es conservador y burgués y, por tanto, susceptible de ser espantado a golpes súbitos de imágenes (lo que explica el carácter shocking de aquellos y la contención de este). Tampoco se define como el iconoclasta antiburgués, como plácidamente se instalaron los surrealistas, y aunque Yorgos tenga toda el aura de escritura automática y exigua lógica -de dónde viene la enfermedad de la parálisis y el sangrado de los ojos, por ejemplo.

El director Lanthimos consiguió con El sacrificio del ciervo sagrado una novedad concitada sin recurrir al impacto visual, formulando un discurso fustigador con una prolijidad de la composición digna de cualquier Stanley Kubrick, sea como la gelidez espacial y el yermo manejo de los personajes y de la atmósfera de 2001: odisea del espacio (1968), o sea como la ubicua posición de la cámara fantasmal y sus meticulosos movimientos de El resplandor (1980). 

No necesariamente vincularíamos a El sacrificio del ciervo sagrado al mundo decapitado del director sueco Ingmar Bergman. Pero es innegable que el silencio de Dios es un magma abrumador en el discurso de Lanthimos. En entrevistas, el griego afirma que los movimientos de cámara en El sacrificio del ciervo sagrado denotan la presencia de alguien que nunca se revela, que se oculta, que mira las cosas y las situaciones a lo lejos, desde una perspectiva ubicua y jamás sabremos si se trataba del Mal o de un desalmado Dios del Olimpo.

Esa presencia invisible juega con nuestra creencia en las formas narrativas -los lugares comunes en el cine de género-, y con la misma óptica religiosa. Es aquí donde se aprecia más la truculencia de la película de Lanthimos que niega hacer malabares con el simbolismo; sin embargo, idéntico apuntaba Luis Buñuel con las extravagantes metáforas que permeaban sus películas como casuales accidentes.

Dejemos entonces que El sacrificio del ciervo sagrado se sume con diferencia a discursos provocadores como los de Von Trier y Aronofsky. El director griego Yorgos Lanthimos planteó una extraña combinación: la clásica tragedia griega y el modernísimo suspenso del thriller psicológico con impecable naturalismo. Su mundo es: sin Dios, sin cabeza, sin autoridad. Por ello los personajes se ven minúsculos y distanciados, y así tienen que vivir las más terribles decisiones bajo la presencia invisible y muda de alguien, o algo, que observa desde las alturas.