Columnas

En 1999 se publicó:

Los mass media: ¿El hermano incómodo?

 

La falta de competencia dentro del renglón de los medios masivos de comunicación provocó durante décadas un hermetismo oficialista digno de la palabra censura. Quizás no se llegó tan de tajo como para afirmar que vivíamos bajo un régimen totalitario, porque la simple evocación del término nos obligaría a recurrir a parámetros históricos como el fascismo o el stalinismo, que por fortuna no se les halla parangón con la experiencia mexicana. Sin embargo, sí diríamos que, sobre todo los medios electrónicos, se autocensuraban en una especie de vasallaje que en muchas ocasiones, ante el páramo de la oposición, se engallaban como auténticos soldados de un sistema.

La situación ha cambiado pendularmente. De más está repasar los hechos que han modificado el status de los mass media. Citemos el temblor del 85, la crisis electoral del 88 o el angustiante 94 que prácticamente se constituyó en un parto de montes para la Nación.

Hoy día hay competencia entre medios o entre partidos, lo que permite y obliga a una transparencia en el quehacer público de un México contemporáneo sin antecedentes al respecto.

En variadas ocasiones, el conductor Javier Solórzano remarcó que la geopolítica de los medios se transformó. Ahora, dice Javier, la verdad ya es rentable. Y se agradece.

Sin embargo, dicha oscilación pasó del silencio cubierto de retórica y loas sin ningún sustento hacia un vocerío desenfrenado. A veces me da la sensación que sucedió en el México de los noventa lo mismo que en la España inmediatamente posfranquista, en donde «se soltaron la melena» con variopintas licencias. Como que un efecto de olla express -por aquello de que no se resistió la presión- podría servir de metáfora para explicar esa libertad de los medios que se volvió, en algunos casos, libertinaje.

El teórico Ignacio Ramonet ha calificado como «necrófilos» a los medios de comunicación de fin de siglo. Y es que de tal magnitud es su avidez por ganar exclusiva, que no les ha importado encima de qué prestigios o intereses particulares se tenga que pasar. La discusión en boga es hasta dónde un mass media tiene derecho a incursionar.

Sigue en pleno debate la definición de lo público y lo privado. Y claro, cada vez más los medios se atienden entre sí. Es decir, los propios mass media son noticia en otros medios, ya sea por su nivel de profundidad en cierta información, pero también se han convertido en escándalo cuando se examina que su información no ha sido sustentada. Que si esconden las fuentes, que si son filtraciones o que si los documentos en los que se basan son apócrifos, en fin, y hasta se dan casos en los que se llega a descubrir que se miente por carecer de contexto, por tergiversar los acontecimientos o porque sencillamente se sacan de la chistera equis declaración tras la máscara del anonimato.

En este sentido el panorama es nítido. Tendremos que buscar un equilibrio para que los medios no se diluyan en el amarillismo. Que sean espectaculares, sí, siempre, pero que no falten a las reglas éticas que funcionan como códigos comunes de convivencia.

La comunicación de estado

Ahora bien, recordemos que el marco en donde se inserta a los media se construye asimismo por otros actores igual de importantes. Los protagonistas, de fácil, los podemos identificar en los dos extremos que flanquean a los medios. Se trata del poder, representado por esencia aún por el Estado mexicano, que sería una especie de emisor natural de las relaciones político-económicas, y una sociedad que opera como receptor o perceptor.

Para los objetivos que persigue esta breve exposición, nos limitaremos al estado y no a la sociedad, puesto que ésta última de tanta mitificación que se esculpe a su alrededor, merecería un foro aparte.

Me referiré, sin ambages, a la comunicación del estado, a la información que proviene del gobierno y que de alguna u otra forma es cómplice o catapulta de lo que hacen los medios masivos de comunicación.

Decíamos que los mass media han incurrido en pecado amarillo. Pero el estado da la sensación de no animarse a tratar el tema de la comunicación social y resbala hacia la omisión por no señalarla: se congela o se ignora. Recuerdo perfectamente cuando el presunto presidente neoliberal, Carlos Salinas de Gortari, se reunió con los medios de Veracruz para escuchar seis propuestas. Como ahora. En esos tiempos el Director del Canal Cuatro Más propuso un sistema mixto que permitiera allegarse de recursos harto útiles para tan valioso medio para los veracruzanos.

Y el Ejecutivo no respondió a la propuesta -como se hizo en el Estado de México o en algunos países de Europa-, hasta relució un discurso patrimonialista muy extraño que defendía a la cultura como bastión estatal al contrario de la audacia que demostró en otras áreas. Esta muestra evidencia uno de los innumerables desaires del estado para con la comunicación.

En este contexto diría que la comunicación social de un estado tendría que contribuir con información transparente y con fuentes abundantes para abastecer a los medios. Los rumores provienen de los vacíos gubernamentales en cantidad grande de casos. Es cierto que a veces no vale la pena contestar un infundio, pero me parece que, por obligación, un gobierno debe hacer frente a su responsabilidad de dirigir la vida social y tomar una información crítica como parte de una cultura del debate que tanto nos exige la nueva sociedad.

No es un pleito entre dos «hermanos incómodos». Tendrían que aceptarse los papeles: si hay medios críticos, que «se pasen de la raya» como coloquialmente se comenta, pues entonces que inicie el diálogo el gobierno con información que llene los vacíos que «balconean» ciertas inoperancias del hombre público. Inclusive, los medios son un monitor que pulsa el sentir de una sociedad que en diferentes casos se les niega el acceso a las instancias correspondientes, ya sea por la ineptitud, la prepotencia o sencillamente por la falta de tiempo de los funcionarios en turno. Mientras que los mass media habrán de buscar, dentro de su válida posición de ser espectaculares -más no amarillistas-, la noticia con responsabilidad y hasta me atrevo a asegurar con grados de didactismo porque ellos son, más que nunca, guías en la opinión pública.

Recordemos entonces, como una conclusión preventiva: tanto medios de comunicación como estado se deben al tercer actor citado líneas arriba: la sociedad. Para la sociedad se gobierna y para la sociedad se informa. No estaría de más que la comunicación social dejara de ser un culto a la personalidad del gobernante en turno, para convertirse en un proyecto de gestión y acercamiento a las diversas necesidades de un estado como Veracruz. Y tampoco estaría de más, que los mass media reflexionaran en torno de sí y sellaran un pacto social más allá del «carteo subrepticio» que, eso sí, tienen tan dominado entre los grupos que se disputan el poder. Se trata de un pacto social que incluye ética, veracidad y apertura.

De seguro ganarían todos en un país como México, en donde lo que más se requiere es credibilidad en nuestras instituciones, y el estado y los medios de comunicación representan por mucho un nivel estratégico para la armonía. No lo olvidemos.

El texto fue tomado de este sitio.