Blade runner 2049. El erotismo de los replicantes

 

Blade runner 2049

El erotismo de los replicantes

(II y última parte)

 

Raciel D. Martínez Gómez

 

En una película tan hermética en sus temas, como Blade runner 2049, es muy complicado hablar de una erótica, porque este es un subdiscurso -indirecto, secundario-, que permanece subordinado a líneas de contenido mayores.

El filme aspira a niveles filosóficos y por ello es ocupado el debate de la tecnología como Gran Demiurgo -lo que decíamos de la novela de Frankenstein-, para exponer la necesidad del alma como signo distintivo del ser humano. 

De hecho en ninguna de las dos cintas hay Cuerpo como tal, porque los seres que habitan en lo que resta de la Tierra están despojados de él. 

Por lo anterior la película es etérea y vira hacia un plano interior: pulso del deseo, aspiracional pues, términos que justifican el carácter sonámbulo de los personajes.

Empero, esta mirada extraviada ofrece una vuelta de tuerca en su dimensión narrativa. A diferencia del primer Blade runner donde la frases del replicante Roy Batty al final son la lápida de la trama, el guion de la última se impulsa con esa impronta.

Entonces la frase lapidaria en vez de ser corolario, aquí es fundacional: en la caza de K contra Sapper Morton, el replicante desliza una sentencia que marca el dilema identitario de los blade runners. 

El gigante reprocha al cazador nunca haber visto un milagro. Sí, el embarazo de Rachael resulta ese giro cualitativo que sorprende, ¡ese es el milagro! No importa el volumen de su verosimilitud, más bien se aprecia el riesgo de exhibirlo al inicio y que es la cascada de consecuencias del relato. 

En la medida que se da el milagro es probable entonces -se infiere así en forma de movimiento rebelde-, que el resto de los replicantes también sean capaces de generar vida, procrear hijos y, ergo, tener alma y ser libres; dueños de sí para dejar de ser esclavos.

Con este planteo Blade runner abre una rendija entre la oscuridad de Los Ángeles y el rojizo marciano de Las Vegas que protege a un rey escondido tras cajas de whisky.

 

 

 

 

El ocaso de las diosas

Aunque Blade runner 2049 no es Simone (2002) de Andrew Niccol, como para alegar la cercana osadía de sustituir al cuerpo por la tecnología –incluso Gattaca (1997) del mismo director permitiría ese tipo de reflexión-; no obstante que tampoco pretenda una disputa alrededor de la sexualidad múltiple de las hermanas Wachowski en la serie de televisión Sense eight; aunque tampoco sea Her (2013) de Spike Jonze que provoca con su romance entre un hombre y un sistema operativo; y aunque ni siquiera vislumbre los humos de género en Mad Max: furia en la carretera (2015) de George Miller, el mosaico femenino basta para que hablemos de las mujeres de Denis Villeneuve.

El grupo es nutrido y variado en Blade runner 2049: Ana de Armas como Joi, Sylvia Hoeks como Luv, Robin Wright como la teniente Joshi, Mackenzie Davis como Mariette y Carla Juri como la doctora Ana Stelline… y desde hace tres décadas Sean Young como Rachael.

Rachael, protagónica de Blade runner y pieza clave en Blade runner 2049, podría haber sido la Gloria Swanson abandonada como reliquia en una mansión de Hollywood, como lo hizo en 1950 Billy Wilder en Sunset Boulevard

También pudo haber sido socia de frustración de la actriz Ava Gardner, “el animal más bello del mundo” de la mitad del siglo pasado, quien se quejaba amargamente de que su belleza había sido una cárcel durante su carrera.

Asimismo, no sería extraño que Rachael fuera parte de esa escenografía quieta y sin sentido que pintó Edward Hopper, avizorando la soledad implícita del american way of life refugiada tras unos empalagosos hot cakes. 

Autómata, perdida en una habitación, cansada acaso, fragilidad apenas sostenida de un elegante cigarro, Rachael fue el símbolo paradójico de una ficción que al mismo era triunfo pírrico de la tecnología y a la vez derrota de la soberbia humana.

La tragedia de no tener recuerdos envolvió a Blade runner en 1982 a través de la imagen abstraída y melancólica de ella, la replicante paradigmática creada por la empresa Tyrell como el prototipo más pretencioso para retar no sólo a la ciencia y a la razón, sino también para cuestionar la idea del Dios como creador supremo.

Enamoró a Rick Deckard, el cazador, que se arrepiente de eliminarla y huye hacia el horizonte en el final ya comentado.

 

 

La tecnología en plan demiurgo

La fuerza icónica de Rachel se volvió de inmediato un cliché, sumada a la ocurrencia del productor que propuso una desenlace ajeno a lo descrito en el libro de Philip K. Dick, que era mucho más seco, surrealista y quizás con mensaje encriptado.

El aura que le sostuvo Scott a la Rachael fue lo suficientemente veraz para que se olvidara el público que era artificial –creada en una empresa-, y terminásemos convencidos que ella pudo haber sido la estrella de Wilder en Sunset Boulevard

Sin embargo para Blade runner 2049 la empresa Wallace Corporation, encargada de suministrar las criaturas más bellas pero con la contradicción de anhelar sentimientos, parece haber encontrado la fórmula para enfrentar esta fatalidad en el contexto de las cada vez más cerradas tinieblas y de una simbólica lluvia que de pertinaz pasó a furioso torrencial.

A pesar de la atemporalidad del futuro distópico de esta ciencia ficción, la estela de mujer fatal que dejó Rachael en la película de Ridley Scott provenía de una raíz creativa perfecta para representar dicho discurso. La imagen surge de la novela negra que describe un cosmos decadente, retraído, donde domina la corrupción y violencia con escenarios fúnebres. 

En este sentido la omisión es la erótica: la tensión sexual ya había pasado a una lánguida tristeza postcoital. Para ello la empresa trata de contrarrestar esa frustración ante la ausencia de alma -porque no son hombres-, con una impostada proyección del sexo cosificado.

La bioingeniería del futuro, en Blade runner 2049, halló el remedio para el vacío de los humanos y replicantes hueros de memoria. Sí, la creación de hologramas, con el tipo ideal de mujer que cumple varios roles, es la solución a esa nadería. 

La empresa Wallace ha creado una figura que integra toda las fantasías de un hombre heterosexual y conservador: una fémina sumisa que también sea una bomba erótica.

Joi se erige como la proyección estereotipada para compensar un día pesado después de retirar a Sapper Morton. De hecho, una Joi gigante -como la asexual oriental de Blade runner en pantalla enorme-, se transforma en la compensación colectiva que cura a los minúsculos hombrecillos ensangrentados en una de las escenas más gélidas de Villeneuve.

De esta forma la tecnología en plan demiurgo está muy cerca de completar el engaño y fabricar felicidad entre la hecatombe ambiental de una ciudad de Los Ángeles sin ninguna posibilidad de redimirse.

 

 

El orgullo humano fracasa

Tenemos entonces que el erotismo de la película Blade runner 2049 es crepuscular: la belleza empieza a ocultarse cuando la luz está en horizonte. No hay marco de relaciones sociales visibles: ni familia ni parejas, más bien pululan los personajes solitarios extraídos de la novela negra. 

Es el ocaso de los replicantes, es el espejo de la futilidad de los humanos. 

Se trata de un reto paradójico: la bioingeniería del futuro casi ha logrado satisfacer las necesidades del hombre del futuro, pero ese mínimo tramo para alcanzar la perfección se vuelve el drama mismo. 

Según la premisa, los modelos Nexus 6 son la creación más cercana al hombre, incluso se les añade una gran fuerza para aspirar a súper hombre; empero, les faltan recuerdos para acercarse a esa alma que propone el guion de Villeneuve como evidencia de la humanidad.

Es así, cuando menos en la primera versión de Scott, que Blade runner versa sobre la tragedia de no tener recuerdos y por eso Rachael se convierte en el símbolo de la encrucijada: pesimismo y esperanza se tensan en el incierto viaje hacia la montaña. 

De ahí que la impertinencia del productor Michael Deeley haya sido una excelente solución.

Si bien es verdad que la novela de K. Dick descansaba en la ambigüedad y en el ácido surrealismo, la propuesta de Deeley de ponerle un final esperanzador motivaba a la legión de espectadores a intuir un desenlace romántico, sí, crepuscular en el más amplio sentido literal de la imagen.

 

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Cosas perfectas… y ponzoñosas

Guillermo Cabrera Infante escribió que Sean Young, la actriz que interpreta a Rachael, lo es todo en el Blade runner dirigido por Scott. La fanciulla del Oeste del 2019 -la referencia a Puccini es del escritor cubano-, era una dulce y anacrónica belleza que arrebata la película. 

Vestida a la Joan Crawford en su apogeo o en su perigeo -más de Guillermo-, Rachel resumía esa batalla que tuvieron sex symbols como Marilyn Monroe o la citada Ava Gardner y que justo se refleja en el maravilloso filme sobre la decadencia hollywoodense de Wilder.

Y para más de Rachael, trae a cuento el maestro habanero a otro grande, Oscar Wilde, y así definir a Blade runner: allí donde las flores serán extrañas y de sutil perfume, donde todas las cosas serán perfectas y ponzoñosas.

La conclusión guiñaba en el horizonte romántico. Había una luz que parpadeaba antes de caer la noche, mientras las tinieblas invaden la versión de Villeneuve.

Entonces el encuentro imposible del Padre con la Hija, creadora de todos los recuerdos, es de la poesía más sorda. Un muro invisible los divide y no hay manera de tocarse –como el también imposible contacto de Joi y K-. 

Se vienen encima todas las lecturas y vistas por haber: Hammett, Chandler, Boris Vian y por supuesto James Elroy, Solo los amantes sobreviven de Jim Jarmusch, Cicatriz de Sara Mesa, Pearl Harbor, Hopper y su Habitación de hotel, Prometeo encadenado, los cuentos de Carver, La hermandad de la uva de Fante, Si me necesitas llámame de Carver, Closer y Cisne negro de la Portman, el beso de Bellucci en The matrix, la desbordante Pris (Darryl Hannah), la serpiente de Zhora (Joanna Cassidy), el trío cibernético (K, Joi y Mariette), siempre Kundera, Richard Ford y hasta recuerdo Anomalisa de Charlie Kaufman y los gemidos de intimidad en miniatura… la Joi, la Luv, Robin Wright como la teniente Joshi, la Mariette y la doctora Ana Stelline… sí, todo todo es culpa de Blade runner 2049.

 

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