«Eso»: El guardián entre el drenaje

Eso

El guardián entre el drenaje

Raciel D. Martínez Gómez

Es evidente que apreciamos en Eso el rito inicial de un club de perdedores ateridos en periodo de niebla, como sería la infancia. 

Un estado de la inocencia es atosigado por la maldad del payaso, cuyo alimento es el miedo de los niños y su propósito es reprimir amor y deseo e impedirles el crecimiento. 

De esta forma –y este es el mensaje subyacente de la obra literaria y del filme-, el club de perdedores encara un símbolo hostil, que es la metáfora ética de un pueblo de la América profunda.

Por ello las subtramas que se generan alrededor del villano Penywise, resultan igualmente escalofriantes aunque no provengan de la otredad: violencia de género y pederastia, clasismo, xenofobia y bullying en contra de un puñado de criaturas castas. 

Para cerrar todavía más esta bruma de la película, el contexto que exacerba el sentimiento de impotencia es perfecto -como la montaña en El resplandor-, un Derry digno de provincia, escenario ideal para la narración bárbara de Stephen King que denuncia una vez más a la sociedad conservadora escondida en los canales de agua sucia.  

Las subtramas citadas alrededor del acoso a los chicos, son sintomáticas de los traumas de los pequeños loosers. En todas las historias de King, en extremo perturbadoras, una especie de moralismo retorcido/ no frontal imputa la perversa patologización de la conducta contemporánea; patologización que parcializa y oculta los daños al cuerpo por parte de un sistema político y social.

Un asmático, el niño cuatro ojos, el tartamudo, el negro, un judío, el obeso, la niña -cuidadamente de no señalarse como promiscua a diferencia de la novela-, son las víctimas de la intolerancia de una ciudadanía de la derecha rancia que hoy coincide su arribo al poder. 

La película se vuelve iniciática por el enfoque del guion, a pesar del neohorror provocador y abierto que fragua el estupendo collage temporal representado en el diseño crepé de Penywise, evocador más de los clowns de porcelana de la casa de la tía o de la abuela que de los miserables payasos de circo.

Incluso, It por el tiempo dedicado al tema en esta versión rodada 27 años después que la original, refiere mayormente a las problemáticas del periodo infantil que a las pesadillas gore de un payaso. 

Y es más: aseguramos que el payaso es la consecuencia de este rito inicial, y no al revés; la fortaleza/presencia del payaso es la suma de los temores del club, una proyección pues en todo lo extenso de un diván.

Los reproches de una crítica especializada endechan al director argentino, Andrés Muschietti, no haber explotado las imágenes que tanto esperaban los fans del efectismo vacuo -muchos no ven nada especial en los sobresaltos, y creo les asiste razón, ni en la aparición de los otros seres de ultratumba, aparte del afortunado crepé de Penywise. 

En este caso el rito, para eso escribió el libro Stephen King, es una fase dolorosa y alambicada que al final fuerza una situación de madurez como si estuviésemos viendo un tubérculo de Cuenta conmigo, otra novela iniciática de King.

 

La película versa más sobre el tránsito de la infancia como la primera gran prueba del desengaño y la superación de la soledad. 

La desilusión no campea -porque entonces sería drama y no horror-, y se transforma en un relato propio de un King con agudísimo sentido para olfatear fantasmas psicológicos de una sociedad como la estadounidense ubicada en el confort.

En este sentido el desafío es tremendo para los niños de Eso: superar el fracaso de la institución familiar y de la comunidad y cultura del pueblo, y entonces apelar por ese individualismo que antepone valores como la amistad. 

De ahí que en la película notemos la represión familiar -el padre perverso o la madre obsesiva-, como un subtexto de terror y el primer amor como un principio de realidad negado.

Vale la pena traer a colación la atípica vivencia del autor de Eso. La mía, confiesa Stephen King, fue una infancia muy rara. Aunque parezca el lugar común para explicar el estereotipo de un escritor freak, King es saldo de una pareja disfuncional, madre soltera liberal y un padre que muy pronto se desentendió de sus obligaciones.

En su memoria intermedia Mientras escribo, el creador del payaso plantea su estatus emocional. King se impresionó desde muy joven con la autobiografía de Mary Karr, intitulada The liars club. El azoro es porque Mary dominaba el lenguaje coloquial con exquisitez y, subraya, recordaba todo sobre su infancia.

Stephen no es que echara en cara el control de Karr, pero sí le hubiese gustado tener dicho control. Ese recuerdo total hacía escribir a Mary casi de forma ininterrumpida.

Y King señala que su infancia es recordada al contrario de Karr. “La mía es un paisaje de niebla, de donde surgen recuerdos aislados como árboles solitarios… de esos que parece que vayan a echarte las ramas encima y comerte” (p 19).  

En 1979 King se había emocionado con el apogeo del género de terror. Comparaba la conclusión de los setenta con la década de los treinta, en la Depresión, donde se hicieron famosos Boris Karloff, Bela Lugosi y Lon Chaney Jr. 

Para King fue un suculento regreso al cine de horror, ya que en 1979 se realizaron películas como Fantasma (Coscarelli), Aliens (Scott), Halloween (Carpenter) o La furia (De Palma).

Se trató, cómo decirlo, de filmes donde la génesis del mal no era ubicable. Antes un enemigo externo podía ser vencido por una cruz o un rezo. Pero en esta anarquía que propuso el terror, un ubicuo genio del mal mantenía secuestrado al hombre desde su interior. 

Curiosamente en esta coyuntura explayó King su discurso: el mal se encontraba en uno mismo, como en Pesadilla en la calle del infierno de Wes Craven.

Ahora retorna el payaso en posmoderno crepé y guiña a la sangre de Carrie y hasta Derry parece una inteligente referencia a la villa zonza de Volver al futuro -eso es un logro de Muschietti. El club de los perdedores se enfrasca en medio de la niebla para disipar la proyección de sus identidades reprimidas y ponchar los globos rojos. Infancia es drenaje, parece decirnos un intuitivo King largamente ofuscado con el monstruo sistémico que estremece sin dejar opciones al amor y al deseo -¿o no Beverly?