Cuentos para antes, después y en lugar de Garramuño

Cuentos para antes, después y en lugar de Garramuño

 

Raciel D. Martínez Gómez

 

 

 

Marco Tulio Aguilera Garramuño ya ha cruzado con Cuentos para antes, después y en lugar de hacer el amor la etapa de la truculencia y los giros bruscos para provocar efectos morales entre los lectores.

Cada uno en su tiempo, y ahora reunidos con un sólo propósito en un volumen, los tres libros buscaron siempre la paradoja y las contradicciones conservadoras.

Quizás sea más notorio dicho rupturismo en Cuentos para después de hacer el amor que en Cuentos en lugar de hacer el amor, textos que plantean más una desidealización erótica.

A pesar de lo anterior, me niego a pensar que el autor colombiano se adscriba a una etapa, siguiendo las ideas de Milan Kundera sobre el postcoito y la literatura, donde lo inunde la aflicción.

No, no creo que, con sus múltiples medallas de natación y con la energía inagotable que tiene para reiventarse con su propio discurso, Marco Tulio esté afligido y menos apenado por levantarle las naguas a la bigotuda capital serrana con cuentos excelentes, por redondos y crípticos, como “Amor contra natura”, o con cuentos donde muestra el oficio y la sabia como “Juegos de la imaginación” -cuentos, por cierto, escritos en los extremos de su obra.

Para nada, Garramuño está más brioso que nunca y sigue montado en una especie de papel de Quijote promocionando su obra como si de ello dependiera la última coma que culmine la décima edición de su obra completa.

Hablamos Marco Tulio y yo de Inmaculada o los placeres de la inocencia (1989), de Juan García Ponce, del que reconocemos ambos su gran trayectoria dentro del cuento. Personalmente veo en Inmaculada a su obra mayor, su corolario en ficción, dejando un legado donde se transita de la perversión a la normalidad sin el costo tremendista que reflejan cineastas como Lars Von Trier en Ninfomanía (2013).

Por ello son tan importantes libros como el Trópico de cáncer (1934) de Henry Miller, que en el contexto de la aflicción que provoca el postcoito, registró al erotismo como filosofía de vida. La novela, y yo agregaría que buena parte de la literatura, está agradecida con el encorsetamiento y la norma que oprimen las relaciones humanas, puesto que de ahí se han derivado cantidad de buenas historias desde Gustave Flaubert, Jane Austen hasta el Kazuo Ishiguro de Los restos del día (1989).

Pero qué ocurre cuando ya el deseo está cumplido, cuando se desata feroz y burdo y luego del festín postcoital, viene el tedio tras la repetición y la extinción de la llama.

La selección de los cuentos de Marco Tulio evidencia esto. Una criba madura lo hace ubicar a estos cuentos frente a los otros que no fueron incluidos. Nada es gratis en esta publicación tan pulcramente editada de Garramuño con la Universidad Autónoma de Nuevo León.

 

 

Recordemos que un mundo reprimido ha ayudado para insuflar las historias de amor -el universo precoital que dice Kundera–, y para atizar el deseo en sus diferentes representaciones. Con ello el erotismo se ha beneficiado para obtener status y un poder transgresor que, con su mera enunciación –evoco a DH Lawrence y a George Bataille-, desborda esa tensión donde los cuerpos aún no se rozan y el ardor se metamorfosea en retórica pasional.

Una sociedad franquista, por ejemplo, tuvo a su Francisco Umbral y a su Luis Buñuel en España; una sociedad totalitaria, como Cuba, engendró su Reynaldo Arenas y tiene a Pedro Juan Gutiérrez o a Wendy Guerra como cronistas de barrios soterrados. Y, ¡por qué no!, una Xalapa llena de caspa merece y tiene a su Aguilera Garramuño.

Aunque tiene 67 años y se sienta de 14, Marco Tulio Aguilera Garramuño revela en este sentido, desde su ya fina ironía, un proceso de madurez. La antología de sus mejores cuentos habla de esa perspectiva añeja, decantada, en donde las faenas del cuerpo ya no son un campeonato de gimnasia.

Recientemente coincidió mi relectura de los cuentos de Garramuño con la lectura de Fabián y el caos (2015), novela de Pedro Juan Gutiérrez, y con el que hallé un puente muy obvio con los cuentos de Marco Tulio “El humilde en Cuba” y “El masajito bayanés”.

Esta lectura de Cuentos para antes, después y en lugar de hacer el amor me obligó a revisar el contexto y la historia del erotismo en la literatura y en el arte en general.

Pensemos cómo ha evolucionado el cuerpo como territorio de la subversión. El Marqués de Sade planteó una revuelta a partir del cuerpo, como lo hizo mucho tiempo después en el cine Pier Paolo Pasolini. En la Historia de la sexualidad (1976, 1984 y 1984), Michel Foucault desmenuzó la microfísica del poder, de cómo se fue entumiendo y reprimiendo la carga sexual. Acaso con la Escuela de Frankfurt entendemos lo que significa la sublimación erótica en el capitalismo. Y con Gilles Lipovetsky asumimos el descaro del imperialismo estético que ha reoperacionalizado el erotismo hacia intereses mercantiles.

En medio de todo se desató en las dos últimas décadas un fenómeno de hiperviolencia que ha dejado al cuerpo en el peor de los niveles de cosificación. Ya la pornografía ha quedado atrás, como una representación teatral frente al espectáculo del horror con los cuerpos mutilados.

El cuerpo ha sido mancillado de tal manera que el conjunto de expresiones que sublimaban o explotaban su represión y libertad han pasado a un tercer plano en un estado de abulia e indiferencia. De ahí que los cuentos de Garramuño se aprecien diferentes a las etapas en las que fueron escritos.

Y no sólo eso, Cuentos para antes, después y en lugar de hacer el amor trasciende las coyunturas y los tiempos difíciles para establecerse como literatura. Suscribo lo que ha dicho José Agustín de los cuentos de Garramuño: “un libro agresivo, diferente, desaforado y superefectivo”. También Enrique Serna ha destacado virtudes: “muy pocos escritores del momento combinan así la musicalidad y el desenfado, la poesía y la ironía”. Asimismo, el señor colombiano tiene cartas de reconocimiento de especialistas y escritores como Jorge Rufinelli, Seymour Menton, Luis Arturo Ramos, Juan Domingo Arguelles y José Homero.

Para concluir, insistiría que los cuentos todavía se alcanzan a leer como mordaces, dulces y melancólicos y que, a pesar de que padecemos en el arte en general una etapa poscoital, la apuesta de Garramuño por celebrar la literatura por la literatura misma primero, no tiene una pizca de aflicción que empañe estilo ni contenido; y, segundo, lo más importante, que los cuentos respiran y transpiran rebosantes, como burbujas eróticas, inteligentes y lúdicas dejando patente que el cuerpo es pensamiento y que la mente es cuerpo, y que en todo caso hay que gozar con ambos.