De la trilogía Boleto a todos los destinos: El espejo de los tiempos futuros

De la trilogía Boleto a todos los destinos
El espejo de los tiempos futuros, de Irving Ramírez
A contracorriente el interlocutor de escombros

 

Podríamos decir en principio: Irving Ramírez es un “interlocutor de escombros” que vive en la ironía de las cosas.

Y es que la última novela de Irving, El espejo de los tiempos futuros (2015), cierra la trilogía “Boleto a todos los destinos” reiterando su singular misantropía con una sonrisa cáustica basada en un heterodoxo dispositivo sintáctico donde combina historias paralelas desfasadas en el tiempo; narra en complicidad con las fórmulas de la novela negra y la ciencia ficción y hasta intercala retazos de guion.

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Esta mordaz estructura es una reacción deliberada de Irving en contra de una Babel mediática que ha aligerado la entraña del Mal para asumirla, en muchos de los casos, como una moda. Ante el cliché, Irving responde a la parafernalia dark con una estruendosa carcajada y seguro para provocarla vestido de los Bee gees.

Es más, alcanza su cresta más alta presentándonos un mural a la manera del pintor Pieter Brueghel en lienzos como “El triunfo de la muerte” o la “Caída de los ángeles rebeldes”. Sólo hay una vuelta de tuerca a pesar de las tinieblas. A diferencia de Brueghel, el apocalipsis de Irving acapara la terrible noticia para la sociedad: el Mal no existe fuera del Hombre a pesar de la búsqueda incesante de un Anticristo, es el propio Hombre el destructor de sí mismo (como el director danés Lars Von Trier lo sitúa en su película en El anticristo o como lo planteó el escritor Boris Vian cuando el Lobo se despierta y se ha transformado en Hombre).

Algo así pasa en la trilogía de Ramírez, pero a diferencia del tamiz gótico de Vian y del shock misógino de Von Trier, concluye en El espejo de los tiempos futuros con un ánimo desbordante para nada melancólico. El torrente del Mal envuelve la búsqueda del origen milenario de Adso con guiño a El nombre de la rosa, de Umberto Eco. Una muestra es la catástrofe que relata Irving cuando el cielo se oscurece para ejecutar al Líder del Sindicato del Crimen: “el tiempo es el enemigo: la lucha será eterna” en una escena que más que La divina comedia de Dante Alighieri nos evoca a las luchas fílmicas de los ángeles de Legión de Scott Stewart o el infierno de Constantine de Francis Lawrence o al diseño de arte del prólogo de Drácula de Francis Ford Coppola (por aquello del contraluz que provoca sombras chinescas).

En efecto, para Irving la lucha es eterna y el hombre no ha aprendido de su perenne retorno.

El pesimismo a ultranza de Ramírez se percibía desde su primera novela que allá por 1997 ganó el Premio Juan Rulfo, precisamente para primera novela. Recapitulemos que en aquella vez, luego de un proceso de minuciosa revisión –me tocó en suerte algunas de sus previas lecturas-, dejó para publicar un texto muy refinado, con síncopes, que iba de Perote a Xalapa mostrándonos el azoro ante una violencia a todas luces naturalizada por nuestra cultura de la entrañable familia de salvajes apodados como Los pollos.

Por ello, es muy significativo que en el contexto de una modernidad secularizante y desacralizadora del mito religioso -sólo en apariencia-, la novela que abre la trilogía inicie con la imagen pasmosa de una violencia contenida: “Lo vi sumergir al gato en la pila de agua”, escribe Irving sin mirada calificadora, como señala Sergio Pitol acerca del libro. Y luego, risas pantagruélicas entorno a una crueldad que en la infancia marca al autor miedoso y repugnado por este acto que, a su vez, lo signa para toda su cosmogonía creativa –por ejemplo, el eterno femenino del cual se abraza es obviamente una silueta felina.

Es evidente que esta sensibilidad mostrada de niño de cara a la banalidad de la violencia será el taller donde Irving cincele su postura frente a la vida, claro está, con todos sus matices.

En su segunda novela, Mi único sueño voluntario (2000), tenemos a un escritor más volcado a sus tesis, es decir, a su pensamiento, sin menoscabo de la narrativa.

Atrás queda el lenguaje como protagonista y ahora se despliega un enfoque más interno sobre la trama. En este sentido resulta decisiva la adolescencia del autor, que a final de cuentas se fija como la ironía misma del escritor que siempre la anhela incluso en la retorcida metáfora que se desprende del Sindicato del Crimen de El espejo de los tiempos futuros. Creo que es muy diáfana la ausencia de ideología y fe religiosa en su obra, un sentido desértico de las cosas. Pero ese páramo no es igual con lo vivido en la adolescencia. No diría que la patria de Irving son sus amigos de la adolescencia, pero algo parecido significan para el autor.

En Irgenesisving, donde más se percibe dolor es en Mi único sueño voluntario a través del reconocimiento de la estupidez de los amigos, y contrasta todavía más con su madurez existencial en la Universidad donde se transforma en un solitario. Viene la poesía, sin embargo, siempre anclado a ese periodo donde Fuensanta y el rock progresivo se asumían como centros rectores de la vida –lo anterior que se comprueba al revisar la cuenta de Facebook de Irving y constatar que a diario publica en la página “El rock progresivo es la neta” su proclividad sentimental por Alan Parsons, Yes, King Crimson o Genesis.

En este panorama, de su segunda novela tampoco es asunto menor que se hayan cenado a Pánfilo, un guajolote que de mascota de patio terminó como acto celebratorio de Navidad. Más que liarlo al discurso de los cuentos de Horacio Quiroga, ato esta viñeta grotesca desde la posible ridiculez del nombre a la postura de Coetze en Las vidas de los animales. Para Irving en esta segunda novela la reflexión se constituye ya como otro personaje que resuena en el resto de la trama.

Ahora en El espejo de los tiempos futuros retoma lo expuesto en Mi único sueño voluntario y lo estalla hasta sus últimas consecuencias con un relato en dos tiempos de forma delirante, ensayando ideas, explorando estilos, estrambótico, lírico y a toda penumbra lúdica recordándonos ser un lector de cómics fanático silente del deslizador de plata y así convertirse en un gladiador de hecatombes y, como he dicho líneas arriba, en un interlocutor de escombros.

Para concluir mencionemos las filias filosóficas del autor: Irving es un fervoroso lector de Elías Canetti. Masa y poder fue una lectura imprescindible para su formación, entre  tantas otras como El imperio perdido de José María Pérez Gay que le abrieron el sendero a un escritor que define muy bien a Irving: el satírico Karl Kraus y su demencial proyecto de La antorcha. Para Irving la concepción canettiana del sobreviviente perfila esa paradoja que tanto vértigo le provoca a su literatura: que el sobreviviente en su ser más íntimo se alegra de no ser él el muerto.

Entonces, la trilogía termina con el más desmesurado de los mundos posibles: entre la búsqueda del Anticristo y la voluptuosidad del asesino. El espejo de los tiempos futuros toma una necesaria distancia con sus dos predecesoras en cuanto al enfoque de autor. Eso llama poderosa atención: que la apuesta de Irving no repare en ningún tipo de lógica y que desde una realidad distorsionada genere su crítica a la modernidad repleta de falsos diablos.

No le espanta la escalada de violencia ni si sube al barco de la corrección política para denunciar el desvarío de la Humanidad –fin de una Era, dice calmo, eso es todo. Su apocalipsis, su cuadro brugheilico está exento de moral y esencialismo lo que permite mirar el horror a lo Joseph Conrad en la más amplia dimensión humana: el horror, el horror.

Ir a contracorriente es donde se siente cómodo el Irving de largo aliento que desfoga todo su talento para atiborrar de momentos excepcionales la última entrega de la trilogía: suerte de filosofía con sentencias muy a la Emile Cioran, ese aire demencial que veo en la película del director húngaro Béla Tarr El caballo de Turín (2011) lo observo en una ristra de aforismos que confecciona de forma poética para el final de los tiempos.

Qué tentación más grande que convertirse en Demiurgo. Irving está seducido por la figura de un creador gnóstico y no hay mejor camino que la novela. El espejo de los tiempos futuros tiene el halo perfecto para hacer la interlocución de los escombros con todo lo irónico que presupone: un autor con esta ambición sigue traveseando con sucesos como que nuestro serial killer, Goyo Cárdenas, ¡sea vocal del Sindicato del Crimen! Bizarro, pues, y divertido más para un escritor instalado en solitario con la nostalgia inmanente por la juventud. Y si no, lean esta su última novela escuchando “Pálida sombra” -y que sea interpretada por Annie Lennox-, para comprobar cuán irónica es El espejo de los tiempos futuros.

 

 

El espejo de los tiempos futuros. Novela de Irving Ramírez. Éride Ediciones, Madrid, España, 2015.