La chica danesa. Lili, la seda te espera

Aunque el tema podría prestarse a escenas de morbo para retar a un público conservador, La chica danesa mantiene una sobriedad cálida, exquisita y opta, como en el libro en que se basa, por narrarnos en tono de lánguido romanticismo uno de los casos transgénero más notables.

 

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Lili Elbe, cuando se identificaba como hombre.
Imagen del centro y derecha: Elbe en los a
ños 30.

Para empezar el director inglés Tom Hopper, reconocido en el cine por El discurso del rey (2010) y Los Miserables (2012), se ubica en el contexto de una Dinamarca postvictoriana que apenas saltaba del Siglo XIX al Siglo XX.

Esto implica toparse con una sociedad dividida entre un aletargado ambiente rural y el exiguo bullicio en las nacientes grandes ciudades.

Así en La chica danesa, Hopper filma auténticas postales que bastan para contextuar la cultura vigente sin ofrecer mayor información. Fotografía, por ejemplo, el espléndido verde y gris de la campiña nórdica con sus imponentes árboles despojados de hojas y ramas petrificadas frente al viento y los extensos pantanos (como el cuadro recurrente al pueblo de la niñez de Einar).

O también Hopper, con finura, registra la tenue transformación de simple puerto en urbe, como ocurre con la acertada elección de locaciones de Copenhague, capital danesa que nos muestra sin tanta alharaca un mundo burgués de sofisticada fiesta, un monótono barrio proletario y la venta casera de pescado por las señoras con gorrito de periódico.

El filme elige en este sentido atmósferas ideales para relatarnos la decisión de Einar para cambiar de sexo y llamarse Lili.

La novela del pintor

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David Ebershoff, literato estadunidense, escribió una novela en el año 2000 basada en la vida de Einar Wegener. El libro no pretende ser una biografía puntual de la vida del pintor. Al contrario, tal como ocurre en la película, Ebershoff resuelve contarnos los momentos más relevantes en la vida de Einar, aquellos en donde hay más carga simbólica que nos ayude a comprender al personaje.

La novela por supuesto posee un volumen mayor al del cine y por ello es más explícita en sus detalles; pero, igualmente, trata una historia condensada con grandes saltos elípticos donde se ahorran tiempos muertos -en este tenor, la película a pesar de no enseñar corte tras corte es muy rápida.

Por consecuencia, Ebershoff empieza por la atracción a la ropa. Un accidente da la oportunidad a Einar de sentirse mujer y las medias de seda serán la clave.

La novela conjuga una contenida felicidad asociada a la fortuna del clima -recordemos que estamos en la humedad de Copenhague-: abril parece el mes perfecto para cambiar de sexo ante el paso cadencioso de los rayos del sol al proyectarse en un mar en pleno sosiego e invade asimismo las habitaciones solitarias.

Ebershoff investigó la vida de Einar y pasó largas temporadas en Dinamarca y en Alemania, en Dresde, donde se desarrolla una parte importante de la historia de Einar y Lili: las operaciones médicas a manos de un doctor con una técnica rudimentaria en medio de un paradigma de salud sujeto a los atavismos morales de la época (la “desviación sexual” vista como esquizofrenia, por citar un absurdo médico).

Luz que invade la habitación

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(Cuadro de Hammershøi)

 

Con estos elementos Hopper consigue la cualidad más resaltable de la película: La chica danesa mantiene un concepto basado en una luz suave muy especial.

Aunque es evidente de los pintores que trata, su estilo está más que desmenuzado, la película en mucho rato es posible referenciarla a otro pintor: Vilhelm Hammershøi (Copenhague 1864-1916).

El escritor Ebershoff destaca a Hammershøi como uno de los maestros de la añoranza. Los cuadros de Hammershøi distancian a los personajes y los coloca en una vulnerabilidad existencial: solos, meditabundos, con los ojos hacia abajo se encuentran en un estadio previo a la congoja.

La luz, insistimos, lánguida, penetra sutilmente las casas. Ahora entiendo aún más el discurso de otro pintor de soledades, el estadounidense Edward Hopper, ambos en una especie de desierto moderno aunque contrasta el carácter artificial de Hopper y la grácil naturalidad en Hammershøi que es propiamente el halo que rodea a La chica danesa.

El director inglés en La chica danesa luce entonces un caballete en vez de cámara. Celebración estival a medio tono de la intensidad de una primavera en nuestro meridiano. Retrata Hooper, el director, la mirada de inseguridad ratonil con ojos avellana de Einar Wegener: el pintor que un día lo sedujo unas medias para transformarse en mujer.

Lili, la seda te espera: ¡espléndida forma de decidirlo! 

Lili