Caligrafía de la violencia. Un ABC del narco

Caligrafía de la violencia genera una reflexión relacionada a su estilo francamente dislocado. La estructura criptográfica de su autor Luis Enrique Rodríguez Villalvazo, su abierta falta de secuencia lineal, obliga a saltarse la envoltura de la tradicional narrativa.

En otros textos se plantean inicio, desarrollo y final, y aquí, simplemente, se omite esa decisión sintáctica por otra que se articula más al diccionario y al glosario (aunque, dicho sea de paso, en lo personal la disección de Luis Enrique me evocó los créditos de la película Seven, del director David Fincher).

En todo caso la abrupta separación temática de Caligrafía de la violencia te instala en una suerte de filosofía por aquello del reparo, de la circularidad como método para entender la complejidad de las cosas.

Sí, ¿como filosofía del lenguaje criminal?, tal vez; ¿acaso obliga a desmontar los empalmes culturales de los que habla Luis Enrique cuando un lenguaje, como el del narcotráfico, se traslapa desde la penumbra de la nota roja y los corridos para posicionarse como dominante? Tal vez también.

Lo que, ni duda cabe, es que estamos de cara a una novedad de los estudios del discurso, entendido este como un espacio de interacción social, en donde las palabras son el reflejo de un contexto sociopolítico. Y en la muestra específica de México, se trata de un contexto de auténtico terror.

ABC del narco

Libertinaje y totalitarismo

Resulta, como todo, paradójico que las premisas que asaltan los miedos por un sistema totalitario, terminen hoy día revirtiéndose sobre un sector intelectual victimizado.

Durante periodos muy especiales, acentuados por los cambios de siglo o ante la penuria que provocan los conflictos bélicos de mayor escala, se activa la alarma por el control absoluto de los gobiernos totalitarios.

El principal sentimiento paranoico brota frente al control de una tiranía en el poder. Esta élite en el poder es capaz de ministrar la información y el lenguaje de tal manera, que es a través de la censura como opaca cualquier manifestación de resistencia.

A la subversión poco espacio le cede el régimen totalitario, por lo que pocas probabilidades de posicionar su discurso tiene aquella. La censura, la decisión de qué es lo que se permite decir, el bloqueo de las libertades de expresión, son el principal muro que habría que derrumbar.

Por ello, novelas de la ciencia ficción de mitad del siglo pasado atribuyeron demasiado poder al lenguaje. Los clásicos de George Orwell 1984 y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury podrían ubicarse en esta lógica del control informativo y lingüístico. Algún derivado de esta fuente de poder lo hallamos en Un mundo feliz de Aldous Huxley y en La naranja mecánica de Anthony Burgess.

Pero en la etapa contemporánea, como el libro de Rodríguez Villalvazo lo evidencia, ya no estamos alarmados por el silencio ni por la censura totalitaria, sino que estamos alarmados precisamente por lo contrario: por el libertinaje informativo y por la desmesura lingüística (la novela Pureza de Jonathan Franzen trata precisamente dicho tema: la filtración y la calidad de la información).

Los aparatos ideológicos del estado en el enfoque de Louis Althusser transitaron a los aparatos hegemónicos de Antonio Gramsci, pero en la actualidad parece insuficiente hablar de hegemonía conforme se desatan los demonios del lenguaje y se comprueba un anarquía total, como un caballo desbocado, de la información que se desprende no sólo de las élites de poder sino también de los diversos grupos periféricos a los que se suman los famosos poderes fácticos. De eso, de eso trata Caligrafía de la violencia.

Seven

Realidad descoyuntada

Ojalá se equivoque Luis Enrique Rodríguez Villalvazo al afirmar en su libro Caligrafía de la violencia que, sobre una realidad descoyuntada e inconexa derivada de la guerra al narcotráfico, se haya construido e instituido en México un paradigma cuyo régimen visual esté soportado en el tremendismo y la banalización de los excesos.

Sí, una suerte de magma icónico -entendido este como la serie de estereotipos que facilitan un primer momento básico de comunicación-, que se extiende por todo el terreno social desplazando hasta el fondo algunos elementos que sostenían el antiguo régimen visual.

Régimen pasado mucho más pudoroso que el contemporáneo al mostrar la violencia, más bien en la vena de la insinuación y el amague que se extendieron después de la Segunda Guerra Mundial y que duraron prácticamente el casi medio siglo de la Guerra Fría.

Rodríguez Villalvazo, en todo caso, nos estaría insinuando una catástrofe moral con consecuencias nefastas. El discurso de la violencia, el terror que emana con su carga extra significativa, es caldo de cultivo diario, cotidiano, a través de unos medios masivos de comunicación e información que dan carta de naturalización a los bizarros y espeluznantes relatos que giran alrededor de la violencia criminal.

La naturalización de la violencia, según este aserto, ya está en marcha y ni siquiera las instituciones o mínimo la trama que se difunde como versión oficial y/o correctamente política tienen la fuerza para transformarse en hegemónica e impedir que pulule la especie dañina para la opinión pública.

Dice Rodríguez Villalvazo: “es todo el país donde se escarifican estos signos, que han pasado de ser un acontecimiento para constituirse en una señal de un nuevo régimen visual, que a fuerza de la exhibición de la muerte, del dolor, del miedo, en sus más diversas formas, acaba domesticando una realidad caótica, imprevisibles y en muchos casos, intolerable”.

En efecto, ojalá se equivoque Rodríguez Villalvazo, pero a decir por este rompecabezas que es Caligrafía de la violencia, donde todo tiene una habitación asegurada: motes insólitos de jefes de cárteles, el sicariato como modo de vida express, una impresionante red de cárteles que durante dos generaciones han crecido y se han bifurcado en 25 mafias peor que una hidra, parece que Luis Enrique no erró al concursar en un solo sitio, como lo es el libro de marras, una arbitrariedad pasmosa de hechos, personajes y cultura, y cuya separación permite una distancia reflexiva que va de lo micro a lo macro y viceversa.

No, por desgracia le asiste razón a Rodríguez Villalvazo al visibilizar esta cultura del narcotráfico, y está en su legítimo derecho de diferir a los relatos periodísticos y literarios que se suman en cantidades extremas desde novelas como El poder del perro de Don Wislow hasta una larga lista de piezas surgidas del oficio de los medios en el país.

(Para entender el origen del narcotráfico y sus vínculos con el poder en México, recomendamos a Anabel Hernández (2012-A y 2012-B). En lo correspondiente a la transición hegemónica de los cárteles en la actualidad, ver José Reveles (2012). En el caso de testimonios directos sugerimos a Ricardo Ravelo (2012) y Juan Carlos Reyna (2012). Para un panorama histórico de un cártel, ver Jesús Blancornelas (2012) y Diego Osorno (2012). Y para una radiografía del narco a un nivel micro, ver Julio Scherer (2012)).

Pregnancia del narco

El crimen organizado no es un mundo paralelo al desarrollo de las actividades cotidianas de México.

Lo que afirma el experto en narcotráfico Edgardo Buscaglia, en el sentido de que es imperioso incautar el patrimonio del crimen organizado para frenar su avance sistémico (Mendivil, 2011), permite asegurar que sí, el crimen organizado funciona ya dentro de un sistema lavando su dinero en cuando menos diez sectores productivos, con la adquisición de inmuebles en zonas de lujo y hasta con la puesta en marcha de empresas constructoras (Yamashiro, 2010).

Hay un marco referencial que explica el valor excedente negativo de los narcotraficantes en el cine mexicano. Hay una carga alegórica simbólica clasista en contra de los narcos cuya base se localiza en el cine chicano, en el cine de la frontera y en el cine de narcos, sobre todo el cine de las décadas de los ochenta y noventa.

Y a ello se suma la misma cultura del narcotráfico escondida en una subcultura a consecuencia de esa alegoría negativa histórica, donde un cine serie B –de bajo presupuesto con sus consabidas repercusiones estilísticas denigrantes-, la música de los corridos y el video home son los pilares de la representación estereotipada.

En cambio, el periodismo escrito, ya sea a través de periódicos y/o de libros –véase la colección que edita la prestigiosa revista mexicana Proceso-, y la literatura han cumplido en mayor o menor medida con el registro de la cultura del narco.

Esta pregnancia del narcotráfico en nuestra vida social ha traído nefastas consecuencias que permean todo el corpus cotidiano.

Hay, por supuesto, una cultura en torno al narcotráfico y en general referida al trasiego de drogas, a la impunidad con que se opera, el cinismo de sus inversiones, la estulta complicidad de los políticos y la vesania que se instala como discurso negociador en la búsqueda del equilibrio de lo que ellos llaman plazas.

Esta cultura del narco trae consigo entonces música, contenidos audiovisuales, leyendas en Internet, periodismo, novela, plástica, en fin, una serie de expresiones de raíz diversa que son moneda corriente a través de los medios masivos de comunicación e información de la etapa globalizadora.

Todo implica que dichas expresiones, así sean espontáneas como transformadas en estética, tienen una serie de significados que se van montando en el magma de significados.

Quiere decir que estos significantes que aparecen de forma simultánea en varios resquicios, cobran fuerza frente a la vorágine significativa que implica lo expresado. Es mucha la fuerza significativa de lo narco.

Por ello es que estamos hablando de una nueva semántica que es necesario entender. La novedosa semántica pública demanda un entendimiento en torno al fenómeno del narcotráfico. Y Caligrafía de la violencia abona a su manera a que esta pesadilla descoyuntada e inconexa sea paulatinamente resignificada, porque volver a la táctica del silencio, tampoco sería una solución porque retornaríamos a modelos de sociedad en donde alguien decide por encima del resto que es considerada menor de edad, y ya no, somos ya una sociedad enfrentada a sus poderes y fantasmas.

 

Crimen organizado en México
Bibliografía

Blancornelas, Jesús,. 2012, El cártel. Los Arellano Félix: la mafia más poderosa en la historia de América Latina. México: Grijalbo y Proceso.

Hernández, Anabel. 2012-A. Los señores del narco. Volumen I. México: Grijalbo y Proceso.

Hernández, Anabel. 2012-B. Los señores del narco. Volumen II. México: Grijalbo y Proceso.

Osorno, Diego Enrique. 2012. El cártel de Sinaloa. México: Grijalbo y Proceso.

Ravelo, Ricardo. 2012. Osiel. Vida y tragedia de un capo. Drago, lugarteniente de un cártel mexicano. México: Grijalbo y Proceso.

Reveles, José. 2012. El cártel incómodo. El fin de los Beltrán Leyva y la hegemonía del Chapo Guzmán. México: Grijalbo y Proceso.

Reyna, Juan Carlos. 2012. Confesión de un sicario. El testimonio de Drago, lugarteniente de un cártel méxicano. México: Grijalbo y Proceso.

Scherer García, Julio. 2012. La reina del Pacífico. México: Grijalbo y Proceso.