Ramos y el cine: El inexorable destino de las mariposas

 

Uno de los mejores guionistas del cine independiente en los Estados Unidos, David Mamet, ha subrayado el carácter dionisíaco de todo libreto cinematográfico. Mamet recuerda la calidad autónoma del guión: la deliberada posición subjetiva, fundacional, en un proceso que culmina con el montaje de una película. Se trata del guión como acto creativo, que no es, necesariamente, el texto técnico limitado a una división espacio-temporal de determinada narrativa y a la que, por cierto, por sí sola, no debiésemos menospreciar porque requiere de habilidad la fragmentación razonable de una historia. 

Es por ello que guiones como Mariposa reina escrito por Luis Arturo Ramos, nos evoca de inmediato a las premisas que postula Mamet. Y es que leemos en Mariposa reina, precisamente, una acción dionisíaca para interpretar, a su vez, un texto de origen. Interpretación, dicho sea de paso, que refleja el respeto y admiración por el autor adaptado. 

Ramos, como lo dice Lorenzo Arduengo en la breve nota introductoria de Mariposa reina, se inspira en La rueca de Onfalia, del escritor veracruzano Juan Vicente Melo. Como recordaremos, La rueca de Onfalia es una novela póstuma del autor de La obediencia nocturna. La novela es, finalmente, un esfuerzo editorial de varias personas –Ana María Jaramillo, Jorge Brash y Guillermo Villar-, que gestionaron la publicación de La rueca de Onfalia. Quizás incluso, dentro de estos esfuerzos, se haya dado la coyuntura para una revisión sintáctica y así darle orden a un texto que al mismo Juan Vicente no le dio tiempo organizar y depurar.

De ahí que el guión de Ramos no sólo sea percibido como una versión visual de La rueca de Onfalia sino, es más, como una visión más vertebrada de La rueca de Onfalia -a la que le da mayor solidez en más de una arista. Ramos no se conforma con ilustrar La rueca de Onfalia, novela que de por sí presume filones cinematográficos. Lo que hace Ramos es imponer un minucioso ejercicio elíptico para decantar la prosa de Melo. Mariposa reina nos ofrece un paisaje contextual suficiente, contenido, combinándolo con las señales técnicas apenas atisbadas en medio de una línea dramática impuesta por la sólida descripción sintética de Ramos.

El guión es una guía literaria que distingue los detalles del universo de Melo con especial fineza.

Me recuerda en todo caso a lo que hace Juan de la Cabada con El brazo fuerte, cinta dirigida por Giovannio Korporal. De la Cabada muestra una riqueza verbal mezclada con una construcción del espacio fílmico en uno de los mejores guiones cinematográficos publicados por la UV, junto a El doctor y los demonios de Dylan Thomas.

Y, en el caso de Luis Arturo, muestra lo propio para articular las secuencias con un estupendo juego de tiempos que permite una distancia reflexiva, como la que pedía Mamet a ese eventual Dioniso espectador. De Ramos sabíamos su veta fílmica por los textos que elaboró para acompañar los rodajes de Otilia Rauda y El coronel no tiene quien le escriba, libros-objeto que publicó la Universidad Veracruzana en elegantes ediciones. De manera muy particular, pienso que  Este era un gato sería una oportunidad espléndida para filmar una película acerca de la historia del Puerto de Veracruz.

Formalmente, digamos en una capitulación intermedia, el guión de Mariposa reina es un ejemplo impecable de cómo adaptar al cine la literatura sin restar méritos a las cualidades estéticas del libro ni engolosinarse con las palabras para opacar el lenguaje de las imágenes.

Ahora bien, destacaría en segundo término el oído de Ramos para deslizar el concepto sonoro que expresa la ironía romántica de Melo. Por un lado viene a colación la melomanía de Juan Vicente, asiduo asistente y animador de los conciertos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Y La rueca de Onfalia no podría estar exenta de la música clásica: no como cortina snob de color rojo –en todo caso en sintonía con la atmósfera polvorienta del gótico Sergio Véjar de Las mariposas disecadas-, sino como un elemento dramático que propone y decide el tono de las anécdotas.

En consecuencia, señalemos que las mariposas del nórdico Edvard Grieg cumplen una función simbólica. Detallan y marcan a una burguesía tropical entrampada, cuya decadencia se refleja como el último aleteo aristocrático: de luto con las orejas a punto de arder. Asimismo, la mariposa es un destino inexorable. El desgarramiento melancólico del romántico Grieg, en el guión de Ramos, es una herramienta dramática que es acomodada evitando el artificio telonero y, en cambio, resalta el infortunio del destino.

Ramos así nos traslada al sarcasmo de La rueca de Onfalia de Juan Vicente y corre el velo de la farsa con exquisito oficio del contador de relatos de Intramuros: un cosmos de chismes, de doble moral, de recortes en pleno pésame para saber qué alhajas trae la doña, para de tal manera sustentar la especie de que esta sociedad se impulsa con habladurías, un retrato de épocas que visual, fílmicamente, merece llegar a la pantalla con esta Mariposa reina que se posa para mostrarnos que el destino es uno, la soledad, punto culminante de la imposibilidad de todas las cosas.