A mi padre

El tiempo suele ser avaro con los recuerdos de algunas etapas. Atrapa momentos de la vida en un oscuro laberinto del que, al intentar encontrar la luz, más, mucho más se extravían en sus estrechos callejones. Otros, los que tienen un valor mágico impregnado, logran encontrar una puerta que nos permite vivirlos una y otra vez.

No diré cómo es que logré escribir estas líneas. Solo referiré que una vez terminadas y en la soledad de la habitación, las leí para mí, acaricié sus palabras y las guarde con cariño en un cajón. La conciencia me susurraba al oído: Ahí estarán seguras de los impetuosos torbellinos del tiempo...

De mi padre tengo muchos recuerdos y enseñanzas. Él, quien podía haber sido profesor, arquitecto, abogado, médico o ingeniero, eligió algo distinto: la carpintería (lo cual de alguna manera incluye un toque de maestría, ingeniería y arquitectura). Con todo ello, él forjó mi alma con criterio bajo la lupa de su ejemplo y lo poco que hay de bueno en mí, lleva su emblema. Incontables veces al día lo recorro con el pensamiento: ¿qué haría mi padre?, y es que sé, que, si pienso y actúo como él, no puedo equivocarme.

¿Cómo olvidar las lecciones de futbol para golpear el balón con jiribilla? ¿Cómo olvidar su esfuerzo para que aprendiera a andar en bicicleta a pesar de mis recurrentes caídas? ¿Cómo olvidar el hecho de que él era el verdadero mago cada 5 y 6 de enero, en el entendido de que debía trabajar duro todo el año para verme feliz con mis regalos? ¿Y los domingos en los parques a pesar de una dura semana de trabajo? ¿y todos y cada uno de sus muebles? ¿y sus desvelos constantes en el taller para pagar la colegiatura, los uniformes? ¿Cómo negar su dedicación para que yo aprendiera las bases de un oficio pues es algo que nunca estaría de más? ¿y las ocasiones en que lo veía llegar a casa con su maleta de herramienta sin olvidar la fruta, leche, azúcar, frijol o algún juguete? ¿Más recuerdos? Las visitas a los carritos del “Parque Murillo Vidal” y la forma en que él me regalaba más monedas para continuar la marcha del motor, las visitas a la zapatería «Gua-Gua», las tardes en que lo acompañaba, según él y mi madre, a trabajar, sus chistes, sus regaños, sus cumpleaños, sus inicios y tenacidad en el ejercicio, las comidas en el “Mesón del pollo”, o las ocasiones de trabajo en la “Tia Bruna” (siempre había un premio al final), el primer viaje en el auto, nuestra foto en la “Peña de Bernal”, las noches de “La ruta blanca”.

¿Sus consejos recurrentes? Toma agua, come bien, lávate los dientes, has ejercicio, no rezongues a tus mayores, cuida a tu mamá y hermanas, échale ganas y estudia para que te ganes la vida con el sudor de la mente y no el de la frente.

¿Cómo no seguir su ejemplo de lucha, de esfuerzo, de trabajo, de tenacidad, de empuje? Estoy profundamente convencido de que ha sido un digno embajador de esa paternidad responsible y comprometida con sus hijos. Con todo ello, me enseño que traer a un hijo al mundo es un acto que requiere de amor, de entrega, de educación y dedicación; me enseñó que la paternidad no es un tema endosable sino una responsabilidad constante, vigente, voluntaria.

Por  ello y mucho más, le envío un beso a mi querido padre. Gracias por las lecciones aprendidas, gracias por todas las experiencias vividas, gracias por haberme dado la dicha de seguir tu ejemplo.

A mi padre con sus  57 años de vida intensa, inteligente, vibrante, a ti, con todo mi cariño…