Mis luces navideñas

Estas fiestas navideñas las pasaré lejos de México, de mi madre, de mi padre y de mis hermanas. No podré cenar con ellos, tampoco podré estrecharlos ni abrir a su lado los regalos entre abrazos, sonrisas y buenos deseos. Esta navidad los recuerdo y extraño fuertemente, por ello les escribo estas líneas, que, aunque breves, están llenas de cariño, de sinceridad y de añoranza. Ustedes son las grandes luces que iluminan mi camino y mi navidad…

Mi primer lucecita es México, pero, ¿Por qué amo y añoro a México? Se me ocurren por lo menos cien respuestas. Amo a México porque mi madre y padre son mexicanos; porque la sangre que corre por mis venas es mexicana; porque en México es donde están sepultados los muertos a los que llora mi madre y que mi padre venera; porque allí está Xalapa, la ciudad donde he nacido y crecido, allí está mi idioma, parte de los libros que me formaron, mis hermanas, mis tíos, mis amigos; todo lo que amo, lo que veo, lo admiro, lo que adoro, es mexicano.

Y es que justo ahora que me encuentro lejos de él, lo siento en una ola impetuosa de ternura que llena mis ojos de lágrimas. Lo siento en cualquier ciudad o país que visito; al escuchar a un obrero desconocido pronunciar palabras en mi idioma. Lo siento vibrar en mi corazón pues es algo grande y sagrado, lo siento brillar en cada una de las luces navideñas que veo por las calles de mi querida ciudad Condal. Sentiré a México como un gozo divino, si tengo la suerte de regresar a él.

Y es que cada luz me trae recuerdos y alegrías de tantas navidades en México, en casa, con mi familia. Cada lucecita navideña me habla acerca del recuerdo y cariño de mi madre , ella que años atrás pasaba noches enteras reclinada sobre mi cama, midiendo mi respiración, cuidando mi sueño. Mi madre, que daría un año de felicidad por ahorrarme una hora de dolor, ella que pediría limosna por mi, ella de imagen dulce y buena que siempre tiene sus brazos abiertos para que me arroje en ellos a sollozar como un pobre niño sin protección ni consuelo. Para mi, el mejor regalo navideño sería escuchar por un momento su voz, acariciar la nobleza de su corazón y ver en su mirada uno de los más sagrados afectos humanos. ¿Cómo no amarte madre mía?, tú eres una de las esperanzas más queridas de mi vida. Jamás olvidaré tus gestos de protección, de cariño y de indulgencia, todos ellos permanecerán esculpidos en mi corazón para siempre.

Junto a la lucecita de mi madre está la de mi padre, mi mejor amigo, que cuando se veía obligado a castigarme, sufría más que yo, y que jamás me ha hecho llorar si no era por mi bien. Él, quien podía haber sido profesor, arquitecto, abogado, médico o ingeniero, eligió algo distinto: la carpintería. Él, que cosumió su vida en el taller por su familia. Él, que siempre me ocultó todo lo suyo, menos su bondad y cariño. Estoy seguro que a veces se encontraba tan quebrantado por la fatiga, y que en aquellos momentos no hablaba más que de nosotros, de su familia. !Y cuántas veces mientras yo dormía, él se quedaba allí, con la luz encendia, mirándome, y luego hacía un esfuerzo y, cansado, volvía al trabajo!. Creo que jamás podré compensar suficientemente lo que él ha hecho por mi. Él forjó mi alma con criterio bajo la lupa de su ejemplo y lo poco que hay de bueno en mí, lleva su emblema. Él me enseñó que la paternidad no es un tema endosable sino una responsabilidad constante, vigente, voluntaria. Su luz está encendida todo el año, no solo en navidad, pues en innumerables ocasiones pido su apoyo: ¿qué haría mi padre?, y es que sé, que, si pienso y actúo como él, no puedo equivocarme.

Todo lo que son mis padres se ve reflejado en mis hermanas, mis dos luceros. Ellas que jugaban tanto conmigo en la infancia, y que cuando caía enfermo saltaban de la cama todas las noches para saber si me ardía la frente. Ellas que son mis mejores amigas, las únicas con las que podré hablar de nuestros muertos y de nuestra infancia; que me siguen siempre con el pensamiento porque hemos crecido juntos y tenemos la misma sangre; ellas con las que siempre hablo y hablaré de los momentos felices, de las navidades, de los cumpleaños, de los regalos de reyes, de las comidas, de los viajes, de la escuela, de nuestros padres, de nuestra casa, y de tantos hermosos días tan lejanos. Si, queridas hermanas, jamás me recordaré de ninguna ofensa o disgustos suyos, ¿qué me importa? siempre serán mis hermanas; solamente me acordaré de haberlas visto crecer, de nuestros juegos, de nuestros sueños y de nuestros queridos padres.

México, madre, padre, hermanas: ustedes son las grandes luces que iluminan mi camino. Feliz navidad a todos…