Mi ciudad

Deseo con ánimos regresar a mi ciudad y supongo que será como si jamás me hubiera marchado. Hace casi año y medio que salí para continuar mis estudios. De mi ciudad recuerdo muchas cosas, entre otras sus calles atestadas, la gente sentada en algún portal, sus parques, su aroma y su ruido, el pasado y el presente se funden. Volveré a donde comencé.

Espero con ansia la desazón que quema la cara como una espesa niebla al salir de la estación de autobuses. Percibirla en el aire tan pronto como paso por la avenida Lázaro Cárdenas. Verla planear sobre las casas y edificios. Anhelo ver los destellos de las antorchas que alumbran las palzas, los puestos y carretillas de verduras al atardecer.

Seguramente el tufo a humedad del ambiente me acompañará a lo largo del camino. Seguramente todo me parecerá tan pequeño, tan viejo, tan manchado, e incluso más ruidoso de como lo recuerdo, pero con una familiaridad tan desgarradora en cada puerta, en cada letrero e imagen, que me pregunto si podría absorber algo nuevo. Las sensaciones en mi ciudad serán tan intensas que podré parecer sonámbulo. Trataré de despertarme a sacudidas una y otra vez en bruscos intervalos para caer en mi trance nuevamente.

En la última e insana luz de la tarde, los neones de las tiendas bañan sus mercancías de una sonrisa estética, pero despojan a la calle de toda sombra humana y de todo disimulo. Las antorchas se concentran en dar vida a una serie de productos que siempre me acompañan: naranjas, maracuya, guanábana, mangos, carambolo, toronjas, tejocotes, “calabacitas”, habas, mole, epazote, tortillas, etc, los cuales sólo pueden adquirir su sabor en una ciudad y país como el mío.

En algunas callecitas, veo los humildes puestos de antojitos con sus jarras de agua de tamarindo, jamaica, naranja y limón, “melón y sandía”; con su interminable lista de gorditas, empanadas, garnachas, panuchos, tortas y tacos; con su café de olla y canela, su variedad de pan dulce que va desde los laureles, violín, camelias, cuernos y piedras hasta los cocoles y panques. La hora de cenar, la hora de volver a casa.

Veo un cartel colgando del puente de la Normal Veracruzana en la avenida Xalapa, el cual convoca a una manifestación contra la corrupción e impunidad. Avanzo un poco más y me vienen más recuerdos al ver el Panteón Xalapeño, la agencia automotriz y la Mega Comercial, las oficinas de la Tesorería del Estado. De niño pensaba que vivíamos en el fin del mundo. La idea se me ocurrió por la eternidad del trayecto en autobus hasta la “ciudad”. Estoy cerca de la calle Zitácuaro.

En este punto, y mientras espero a las puertas de una tienda de música a que cese de llover, rehago todo el camino. Zitácuaro es la calle que todas las calles de mi vida han tenido que cruzar. Mi ciudad es esa luz al atardecer y que ahora al tiempo, no me parece tan distante…..