¡Cálmate mi amor!

¡Cálmate mi amor!
Por María José García Oramas

La violencia de género se esconde detrás de frases como esta:

– «¡Cálmate mi amor¡, no hagas escándalos como siempre ¡», es lo que le dice el secuestrador a su víctima en un centro comercial mientras ella grita desesperada porque no lo conoce y sabe que la pueden desaparecer para siempre.

– «Tranquilícese señora y coopere, así todo será más fácil», es lo que le dice el médico a la paciente que está por parir y que se queja de dolor frente al maltrato, abuso y negligencia médica que de tan recurrente ha derivado en la declaración de alertas de género por agravio comparado.

– «Su hija se escapó con el novio, seguro estaba metida en asuntos ilegales», es lo que le dice la gente y la policía a una madre que busca desesperadamente a su hija desaparecida sabiendo que podrá estar siendo explotada sexualmente, utilizada de incubadora para comercio, para fines de trata sexual o de tráfico de órganos porque en este país suceden 2,500 feminicidios por año y hay 345,000 desaparecidos aún sin identificar.

– «Con ese escote me provocas, las mujeres son un útero con patas», son las palabras que utilizan profesores en clase frente a sus alumnos y alumnas cotidianamente, amenazándoles con represalias si se atreven a denunciarlos por acoso sexual porque así han actuado por mucho tiempo, todo el mundo lo sabe y las autoridades les protegen.

– «A esas mujeres que su esposo está a punto de dejarlas por gordas y fodongas, que no son capaces de bajar un kilo, ni yendo a bailar a Chalma! Vengan conmigo a caminar! Yo ya bajé 2,5 kgs en dos semanas!… tuitea en redes sociales un diputado de nuestra cámara de representates y cuando le critican por machista responde que se trató únicamente de una broma, de un chiste sacado fuera de contexto por lo cual considera que sus palabras han sido malinterpretadas y por ello no encuentra razón para arrepentirse o dar una disculpa pública.

El trasfondo de estos discursos es invariablemente el mismo: la palabra de una mujer no vale y por tanto su testimonio no es suficiente para creerle, su queja es irrelevante y ella, en realidad, no es víctima de violencia de género. La voz cantante, la que suena fuerte, la que se escucha, la hegemónica es la del agresor y es la que al final ponderará a su favor al ser la voz de la autoridad, autoridad del padre, del hermano, del académico, del funcionario, del investigador, del médico. Así, cuando las mujeres denuncian violencia por su condición de mujer en realidad no hablan como víctimas sino como histéricas, mentirosas, exageradas, volubles, feminazis o «en sus días» y es de esta manera como los estereotipos de género se han convertido en poderosas herramientas de ataque contra las mujeres que resultan tan eficaces que ahora hasta puede usarlas un secuestrador en una plaza comercial frente a todo el mundo sin que nada ni nadie le impida lograr su cometido.

Es imperativo creer en la palabra de las víctimas, en la voz de las mujeres sin voz y en la de aquellas que se unen para ser escuchadas y no, no se trata de calmarse, de tranquilizarse, de callarse sino por el contrario de indignarse, de alzar la voz y de exigir disculpas públicas a quien agrede ya sea pública o privadamente a las mujeres.