Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Carta de Dylan Thomas a Caitlin MacNamara

Linda, adorable, lejana Caitlin querida,

¿Estás mejor? Le pido a Dios que no estés triste en ese horrible hospital. Cuéntamelo todo, cuándo saldrás otra vez, dónde estarás en Navidades y que piensas en mí y me quieres. Y cuando estés de nuevo en el mundo seremos personas prácticas, andaremos por ahí, haremos cosas, nos comprometeremos con Aquella Gente, buscaremos un lugar con baño y sin cucarachas en Bloomsbury, y seremos felices. Es esto -pensar en las pocas, sencillas cosas que queremos, y saber que las vamos a conseguir a pesar de que tú ya sabes Quién y de sus humores y rencores- lo que nos mantiene con vida, creo. Me mantiene con vida. No te quiero para un día (a pesar de que le vendería el alma al diablo para verte ahora mismo, mi cielo, aunque solo fuera un minuto, para besarte una vez, y ponerte una cara graciosa): un día es lo que dura la vida de un mosquito. Yo te quiero para toda la vida de un animal loco y grande como un elefante. No he salido en toda la semana; he tenido un resfriado horrible, con tos y ojos llorosos, demasiado cargado de flema y aspirinas para escribirle a una chica en el hospital, mi carta habría sido triste y desesperada, e incluso la tinta habría transmitido gripe y tristeza.

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Hospital de día

Por Alejandro Aura

La sala del hospital. La que se llama Hospital de Día. Aquí, desde hace dos años y medio, recalo cuando me van a calafatear. Una enfermera con una bandeja de cartón desechable trae todos los frasquitos y las agujas, tripas y cuanto más se requiera para la atención de este navío dañado. Menos mal que he vuelto porque hoy fue la peor de mis mañanas de enfermo. ¿Será porque sabía que hoy recomenzaba el tratamiento? ¡Sepa Dios! Dormí en una pedacería infame y pedregosa y cada mendrugo estaba interrumpido por la tos, pero con el adorno de que se plantaron dolores que no solían o que habían venido a solas y hoy se presentaron juntos como elefantes prendidos de la cola con la trompa. La tos decidió coger como territorio toda la caja toráxica e irradiar desde el punto interno en donde los adivinos suponen que está el tumor hacia el resto de mi infeliz persona, excluidas las extremidades que van por otro carril: en las ingles una protesta como de cansancio injustificado. Cansancio, ¿de qué? Y en el pecho, pero con intereses especulativos hacia adentro, un malestar de hartazgo que va más allá del dolor y se emparienta con una ira novedosa que apenas ha comenzado a sacar sus garras.

Pero antes de venir hacia aquí no podía escribir nada, no tenía ánimo ni voluntad, ni vocación, ni entidad, ni cuerpo, ni alma, era una pura enfermedad clamando por atención. Como si no fuera suficiente lo de los pulmones, los intestinos se sumaron a la protesta: más molestosos que muchachos obesos en plena adolescencia, no me dejaban en paz. Nos duele, llévanos al baño. Aquí nos vamos a quedar haciéndonos tontos porque no teníamos ganas de venir, y así estuvimos hasta que les di un sopapo. Ahora estoy enchufado. Una tripita de plástico con una aguja adormecida en el calor de una vena de mi brazo izquierdo está introduciendo suero, carboplatino, etoposido, que es la nueva droga, y ve tú a saber qué otros líquidos asociados que llevan consigo los comandos entrenados para dar la batalla. Habemos doce o quince pacientes sentados en sillones reclinables, cada uno con sus bolsitas de líquido sostenidas en perchas a propósito. Unos dormitan, otros leen el periódico, otros charlan con sus acompañantes; otros, nada.

Yo percibo el intenso verde con que está pintada esta sala con la conseja de que el color verde tranquiliza los nervios. Aunque el color naranja de los sillones reposet no ayuda mucho a la armonía y belleza que almas enfermas agradecerían. Bah, es lo de menos; también puede uno cerrar los ojos y dormir, soñar que la quimioterapia son los bálsamos con que los señores encantadores curan a los amadises cuando les hace falta restañar la vida para seguirla ofreciendo en la defensa de las damas desprotegidas, de los reinos atacados injustamente, de los desvalidos en los vastos campos de la política en donde los endriagos se mueven a sus anchas y hacen destrozos y tropelías sin cuento, así en este país como en tantos otros que conocemos. O puede uno tranquilamente, porque hay al menos dos horas de por medio, ponerse a escribir su página para comunicarle a la humanidad los pormenores de la bitácora del día.

Tomado de www.alejandroaura.com



Désiré Charnay: Explorador, fotógrafo, arqueólogo, escritor…

Ana Ma. Salazar Vázquez

Dentro de las bibliotecas el acceso a material histórico es algunas veces limitado, por la antigüedad de los libros, principalmente. Sin embargo, la tecnología actualmente nos apoya para poder consultar y difundir obras que por su contenido y antigüedad resultan valiosas para los lectores. Éste es el caso de los libros América Pintoresca: Descripción de viajes al nuevo continente y The Anciente cities of the New World, textos que se encuentran actualmente en la biblioteca “Gonzalo Aguirre Beltrán” del Instituto de Antropología de la Universidad Veracruzana, los cuales, para comodidad de los lectores han sido digitalizados. En ambas obras encontramos los escritos del francés Désiré Charnay, quien perteneció a los artistas-viajeros que se internó en México durante el agitado siglo XIX.

Nacido en Fleure, Francia en 1828, Charnay desarrolló el gusto por las letras y los idiomas, sin embargo su gran pasión fue sin duda la fotografía, gracias a la cual podemos transportarnos al México que conoció en 1857, fecha de su primera visita a nuestro país. Visitó los estados de Veracruz, Oaxaca, Chiapas y Yucatán. Ascendió al Popocatépetl y realizó excavaciones en Teotihuacán, Tenenepanco, Tula y Comacalco, fotografiando cada monumento y volviendo inmortales los paisajes selváticos e inhóspitos con su cámara.

Esta es una invitación a consultar las obras de este viajero francés, las cuales nos cautivan desde la primera línea. Los libros han quedado inmortalizados gracias a la tecnología digital, para fortuna de todos nosotros: sus lectores.

 América Pintoresca: Descripción de viajes al nuevo continente   Ver…

The Anciente cities of the New World  Ver…  



Libro y blog

Por Alejandro Aura

La ventaja de los libros es que son objetos portátiles que te puedes llevar a tu casa o a donde quieras y usarlos sin restricción de fecha ni de horario. Llegas con libros de más y los acomodas en el librero o los amontonas en los alteros de pendientes, y ahí se pueden quedar el tiempo que quieran; años, incluso; toda tu vida, si quieres, y aún así es muy probable que alguien llegue a tus exequias, lo vea, lo coja, se ponga a leerlo mientras otros hacen el rito de difuntos y acabe llevándoselo porque crea que tú a lo mejor ya no lo necesitas. Mientras que otras formas de lectura, como ésta, tienen condicionantes más restrictivas; una, entre muchas otras: si no lo lees ahora, mientras tienes en tu ordenador o computadora este programa, es probable que ya no puedas leerlo el año próximo porque el software esté descontinuado o rebasado y la ley vertiginosa del mercado haya sacado ya otro más versátil, más rápido, más claro, más apropiado para las necesidades globales del momento.

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Origen Frutal de la tos

Por Alejandro Aura

Por nada del mundo quiero repetir una lección ya dada y estoy seguro de que ya expliqué el origen frutal o material del registro de las toses: cómo hay toses de membrillo, toses de pera, de guayaba, de limón, de tejocote; ¿o no? Llevo más de cuatrocientas veinte páginas –qué bárbaro, no me he medido con mi propia desmesura, ya podría yo escribir a veces sí y a veces no, tituladas diario arbitrariamente, y aunque reviso a vuelo de pájaro no encuentro toses de frutas o algo por el estilo- pero porque siento que se trataría precisamente como de dar una cátedra repetida –y juro que lo que menos me interesa en la vida es darle a nadie enseñanzas de nada y peor, ser machacón-. Todos creemos que la tos es una irritación común determinada de la dermis que conforma el cuerpo de los conductos por los que entra y sale el aire que nuestros incomprensibles órganos necesitan procesar a través de los pulmones para mantener en movimiento el mucho más que misterioso asunto de estar vivo, para que el corazón siga su pim pum acojinado y todo lo demás mueva la manivela de su propio sonido en la orquesta.

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Sentencias absurdas y el recurso de Internet

Por Manuel López Michelone

Internet es mucho más que chats, páginas de contenidos pornográficos o correo electrónico. He aquí un día típico cuando se busca información: Escucho un capítulo de radio de Tres Patines y la Tremenda Corte (bajado de http://www.espartha.com/blog/2006/07/21/tres-patines-y-la-tremenda-corte/ ) en donde el Juez amenaza al siempre pillo José Candelario (tres patines), a dos cadenas perpetuas. Aunque el programa radial era cómico es claro que la amenaza de esa sentencia pudiese parecerlo, pues no parece tener mucho sentido aplicar más que una cadena perpetua, ¿verdad? pero en la vida real tenemos, sobre todo con el sistema legal norteamericano, que sentencian a tres cadenas perpetuas más un día, por ejemplo, al acusado de un crimen con premeditación, alevosía, ventaja y traición. Sin duda esta sentencia es equivalente a la de cadena perpetua ¿o no? Porque quien pueda terminar la primera sentencia, la cual por definición es inacabable, tendría que llevar una segunda cadena perpetua… Y en caso de poder terminar con esa, aún tendría que padecer una cadena perpetua más. Por si fuera poco, si el acusado hubiese podido con esas tres cadenas perpetuas, le queda un día más recluido. Todo es absurdo, desde luego. Una sola cadena perpetua no puede ser terminada nunca, por lo que las demás salen sobrando.  Leer más…



Los tres ciclos de Sergio Pitol

Rafael Pérez Gay

¿Qué se premia cuando se premia a un escritor? Cuando el Estado cultural reconoce a un autor le rinde homenaje a una trayectoria y una obra, a una presencia pública y una influencia en el medio cultural, a una tendencia y una postura intelectual; el Estado lo hace suyo y lo propone a la sociedad como una consagración canónica. De eso está hecho el homenaje que el INBA le hace a Sergio Pitol al otorgarle la medalla de oro en sus 75 años. No es para menos. El prestigio literario de Pitol se cocinó a fuego lento durante al menos 30 años.

Intento mi propio recuento y recuerdo de esa obra. Su famoso relato “Victorio Ferri cuenta un cuento” se publicó en 1957, El mago de Viena en 2005. No estamos para nada ante un escritor a quien el éxito haya tocado desde sus primeros libros; al contrario, la obra de Pitol padeció la soledad y la intemperie. Tiempo cercado (1959), Infierno de todos (1965), Los climas (1966), No hay tal lugar (1967) y El tañido de una flauta (1972) forman el primer ciclo de un escritor que vivía fuera de México cumpliendo diversas misiones diplomáticas. Ese autor solitario y viajero era dueño ya de una fuerza expresiva no muy frecuente en nuestras letras: culto, pesimista, con una fe ciega en el monólogo sombrío de las atmósferas en penumbra.

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Bisiesto

Todo es cosa de llamar por teléfono y viene a casa la enfermera. El ambulatorio está como a unos cuatrocientos metros caminando y en realidad no sería cosa del otro mundo si a nuestro hombre no le conviniera más estar en reposo los cuatro o cinco días posteriores a la aplicación de la quimioterapia. La verdad es que hace un poco lo que le da la gana pero en esto sí se apega a la opinión del doctor porque el desguanzo que le viene estos días es bastante pesado. Ah, qué pocas ganas de salir, de caminar, de moverse. Lo veo y yo mismo me contagio; lo bueno que sería quedase en un sillón reclinable repasando historietas. Leer, dormitar, ver series de tele en la pantalla de la computadora, escribir un poco; los días se van uniformando, haciéndose iguales unos a otros hasta que cada vez cuesta más trabajo seguir su orden numérico pues da lo mismo que sea cinco o catorce.

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¿Has leído un buen libro últimamente?

Todos somos un lector único, uno en medio de otros que comparten nuestra misteriosa devoción.

 Alberto Manguel

En el tren, dos muchachas, inmersa cada una en su libro, como si el mundo exterior no existiese, como si cada una se hallase encerrada en la consabida torre de marfil. Inclino la cabeza para alcanzar a leer los títulos. Una está leyendo Pot-Bouille de Zola, la otra Lenta biografía de Sergio Chejfec. La primera suspira, cierra su volumen, y le dice a su compañera: «¡Cuánto me gustaría leer un buen libro!». La segunda cierra a su vez el suyo y pregunta: «El que estás leyendo ¿no es bueno?». «Es bueno, pero no bueno para mí ¿me entiendes?». Su compañera la mira perpleja. «Para mí», le responde, «todo libro que me gusta es bueno. Los otros los dejo de lado».

Libros buenos y libros malos: todo lector lee en un bosque de libros calificados de antemano. Por aquí han pasado batallones de Linneos clasificando rigurosamente cada espécimen de sobresaliente sin reservas, de excelencia moderada, de muy bueno, bueno o regular, de malo con reservas, muy malo, abominable. Según el contexto (diletante, universitario, periodístico, de tertulia o comercial) las etiquetas cambian. Buenos son aquellos clásicos, en su mayor parte hoy disfrutados por un puñado de excéntricos arqueólogos, cuyos nombres conocemos epidérmicamente. Buenos son los libros premiados en arreglos prenupciales, que sin sorpresa alguna ascienden las gradas de ese efímero Parnaso que son las listas de best sellers. Buenos son (ésta es la definición que busco) las obras que, secretamente, cada lector elige para sí, como esa que busca la lectora de Zola, soñando con un encuentro erótico que no querrá seguramente compartir con nadie más.

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Repentinos antídotos para la pertinaz melancolía

Por Héctor Abad F. 

En las tardes de lluvia menuda y persistente, si el amado está lejos y agobia el peso invisible de su ausencia, cortarás de tu huerto veintiocho hojas nuevas de hierba toronjil y las pondrás al fuego en un litro de agua para hacer infusión. En cuanto hierva el agua deja que el vapor moje las yemas de tus dedos y gírala tres veces con cuchara de palo. Bájala del fuego y deja que repose dos minutos. No le pongas azúcar, bébela sorbo a sorbo de espaldas a la tarde en una taza blanca. Si al promediar el litro no notas cierto alivio detrás del esternón, caliéntala de nuevo y échale dos cucharadas de panela rallada. Si al terminar la tarde el agobio persiste, puedes estar segura de que él no volverá. O volverá otra tarde y muy cambiado ya.

Haces volteretas con el cuerpo y la imaginación para evadir la tristeza. ¿Pero quién te ha dicho que se prohíbe estar triste? En realidad, muchas veces, no hay nada más sensato que estar tristes; a diario pasan cosas, a los otros, a nosotros, que no tienen remedio, o mejor dicho, que tienen ese único y antiguo remedio de sentirnos tristes.

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