Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Leer para vivir

La lectura es como el paracaidismo: en condiciones normales la practican algunos espíritus arriesgados, pero en caso de emergencia le salva la vida a cualquiera. 

Óscar Tulio Lizcano, víctima de la guerrilla colombiana, acaba de rendir un inaudito testimonio de la forma en que los libros preservaron su dignidad. En la clínica de Cali donde se recupera de ocho años de privaciones como rehén de las FARC, habló de la selva donde perdió 20 kilos pero no la lucidez. De los 50 a los 58 años vivió agobiado por las enfermedades, la desnutrición, las humillaciones de perder todo sentido de la privacidad. Para conservar la cordura, clavó tres palos en la tierra y decidió que fueran sus alumnos. Lizcano les enseñó política, economía y literatura. Como tantos maestros, se salvó a sí mismo con la prédica que lanzaba a sus perplejos discípulos. Un comandante vio el aula donde los palos tomaban lecciones y decidió pasarle libros. Lizcano leyó a Homero y seguramente admiró la desmesura de Héctor, que desafía al favorito de los dioses. «La poesía me alimentó», ha dicho el hombre cuya dieta material era tan ruin que se veía mejorada por un trozo de mono o de oso hormiguero.

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‘Bravo, mosquito’

Se han cumplido 50 años de la muerte de Albert Camus. El rebelde al que no le faltaron enemigos es visto como un heroico defensor de la ética individual en un mundo de simulacros y engaños colectivos.

 Alguna vez confesó que le hubiera gustado ser escultor. Su obra perdura como las piedras del Mediterráneo, el mar esencial que le reveló el hechizo del mundo.

 Nada de esto hubiera sido posible sin la presencia de dos maestros. Huérfano de padre (caído en la Primera Guerra Mundial), Camus nació en un pobrísimo barrio de Argelia. Creció con una madre analfabeta y una abuela tiránica. Apasionado del futbol, jugaba de portero porque es la posición en la que menos se gastan los zapatos. En El primer hombre, la novela inconclusa que llevaba en el coche donde murió a los 47 años, escribe: «la infancia… ese secreto de luz, de cálida pobreza». La precariedad fue su ámbito absoluto. Sólo al ingresar al liceo supo que otros eran ricos.

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Albert Camus

Los hombres y mujeres de mi generación leímos ávidamente a dos autores franceses: Albert Camus y Jean Paul Sartre. Contemporáneos entre sí, representaban para muchos de nosotros una modernidad conflictiva. Acaso Camus era mejor escritor que Sartre, aunque éste nos diese obras como La Náusea, Las palabras, los ensayos críticos de Situaciones y el gran estudio sobre Jean Genet, al lado de obras dramáticas que André Malraux consideraba «Teatro de Bulevar» y de libros filosóficos densos. Camus, en cambio, escribió novelas de estilo diáfano (El extranjero, La peste, La caída), obras de teatro discutibles y ensayos extraordinarios (El mito de Sísifo, El rebelde) que lo llevaron a separarse de Sartre, pues mientras éste denunció la invasión de Hungría y al estalinismo, propuso un marxismo «particular» adaptado a la realidad de cada país. Camus, en cambio, desarrolló un pensamiento opuesto a toda «teología totalitaria», consciente del absurdo humano y de las formas de la rebelión histórica, conduciendo a una reflexión sobre el terrorismo, de gran actualidad. Sartre y Camus: hermanos en la post-guerra, enemigos en la guerra fría.
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El choque de las civilizaciones es una gran mentira: Orhan Pamuk

Ferit Orhan Pamuk, Premio Nobel de Literatura 2006, sostiene que los libros y las mujeres tienen el poder de cambiar radicalmente la vida de un hombre.

Pamuk sabe lo que dice. Nacido en Estambul, Turquía, el 7 de junio de 1952, estudió periodismo y arquitectura pero jamás ejerció ambas profesiones. Lo suyo es la literatura y con ella bajo el brazo ha eludido el llamado choque de civilizaciones.

En las sociedades cerradas o casi cerradas, insiste Pamuk, los libros tienen la virtud de ofrecer un cambio. Allá en Medio Oriente, donde los hombres y las mujeres se ven imposibilitados de desarrollar su amor, los libros adquieren cualidades utópicas. Leer más…



Una gloria literaria, un triunfo moral

Por Pablo Ordaz

Los periodistas no aplauden. Cuando termina de hablar el político, la estrella de cine o el escritor de turno, cierran las libretas y salen pitando como alma que lleva el diablo con su pequeño tesoro de frases redondas. Sin embargo, ayer, en Guadalajara, y a pesar de las urgencias propias del oficio, cuando el poeta José Emilio Pacheco terminó de responder a las preguntas, los periodistas se pusieron de pie y dedicaron un aplauso largo y cálido como un abrazo al flamante premio Cervantes. Si este país golpeado por la crisis, la gripe, el narcotráfico o la corrupción endémica tiene alguien de quien estar orgulloso sin disimulo, ése es un sabio cercano, tímido y divertido de 70 años llamado José Emilio Pacheco.

¿Cómo se encuentra, maestro?, le preguntaron. «Zurimbo, patidifuso y turulato. Tengo que escoger tres palabras que ya ni se usan para describir el estado de irrealidad en el que me encuentro. Supongo que un premio es como un golpe: que no duele en el momento. Ya veremos después». La noticia le llegó a José Emilio Pacheco muy temprano, por teléfono. La ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, le anunció que el jurado había querido premiar su «uso lingüístico implacable», la «profundidad y libertad de sus pensamientos» y «el distanciamiento irónico de la realidad cuando es necesario». Pero tal vez quien mejor definió la poesía de Pacheco fue el presidente del jurado, el académico José Antonio Pascual, quien dijo: «José Emilio Pacheco es un poeta excepcional de la vida cotidiana». Leer más…



El poder de síntesis

Medio siglo de amistad

1. José Emilio Pacheco (México DF, 1939), poeta, narrador, periodista cultural, traductor, antologador, dramaturgo ocasional, es, sobre todo un poeta. Eso quiere indicar la pasión por la metáfora, la concentración en unas cuantas líneas de un relato casi siempre pesaroso, el gusto por los relatos inesperados, el despliegue del poder de síntesis, el ejercicio múltiple de la metáfora, el juego de analogías como espejos de la devastación, la alabanza jubilosa del paisaje. En poesía, ajusta sus dones melancólicos, su pesimismo que es resistencia al autoengaño, su fijación del sitio de la crueldad en el mundo, su poderío aforístico, su amor por el sonido del idioma, la incesante declaración de principio:

A quien pueda interesar

Que otros hagan aún

el gran poema

los libros unitarios

las rotundas obras

que sean espejo

de armonía

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Antonio Tabucchi, con la casa a cuestas

Por Lucia Magi

Sostiene Antonio Tabucchi que lleva encima su casa, la puede esconder en el bolsillo de la americana y sacarla cuando más le complace, no necesita buscarla en un lugar preciso del mundo. Sostiene Tabucchi que su patria es portátil, sin peso alguno: es el italiano, el idioma en que piensa, sueña, escribe. Cabe imaginar entonces que el amplio escritorio de madera que domina su apartamento en el norte de la Toscana, con libros, papeles y una tacita de café humeando, sitiado por estanterías repletas hasta el techo, podría encontrarse igual de cómodo en su estudio de Lisboa o asomarse a un elegante bulevar parisino. En la campiña de Pisa, entre mar y colinas de mármol, el escritor italiano conserva la vivienda de su infancia, su «casa-madre». Sin embargo, pasa gran parte del año entre la capital portuguesa y la francesa. «Nací el 24 de septiembre de 1943. Aquella noche los americanos empezaron a bombardear Pisa para liberarla de los nazis. Mi padre, subido en una bici, nos trajo a mi madre y a mí hasta aquí, donde vivían los abuelos». Esta casa es un refugio, entonces como ahora, el lugar donde resucitar recuerdos, un sabor o un libro. Leer más…



Cartas Privadas, José Vasconcelos

A cincuenta años de su muerte, José Vasconcelos sigue asombrándonos con su vida múltiple. No es un secreto que la mujer fue una presencia fundamental en su vida. A continuación ofrecemos dos cartas —con un prólogo de su hijo Héctor Vasconcelos— que documentan la historia de amor entre el autor de La raza cósmica y su segunda esposa Esperanza Cruz.

José Vasconcelos y Esperanza Cruz se reencontraron en los primeros días de 1943. Un primer encuentro, fugaz y circunstancial, había tenido lugar en 1922, cuando a la talentosa niña se le comisionó para entregar un ramo de flores al entonces Secretario de Educación Pública durante su visita al Conservatorio Nacional de Música. Una veintena de años después, la ocasión que los convocó fue un intento de Agustín de León von Schultzenberg —figura excéntrica de la primera mitad del siglo XX mexicano que bien valdría la pena rescatar, desde el punto de vista histórico y literario—, por reconciliar a Vasconcelos con Luis Cabrera. Estos personajes habían sido amigos cercanos durante su juventud —Ateneo de la Juventud—, pero el carrancismo los había distanciado. Vasconcelos había sido uno de los primeros en usar, si no inventar, el verbo carrancear para aludir a las corruptelas que él percibía en el Constitucionalismo. Y Cabrera, no quedándose atrás, había incluso publicado un pequeño volumen intitulado Los gazapos de nuestro Ulises. Leer más…



«La muerte es la inventora de Dios» José Saramago

Por Francesc Relea

“Hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, porque no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad». José Saramago (Azinhaga, 1922) ha vuelto a escribir de un tema que le inquieta. Io ha hecho esta vez a través de una figura bíblica con mala prensa. Caín (Alfaguara), última novela del premio Nobel de Literatura de 1998, tiene grandes posibilidades de levantar las iras de algunos sectores católicos. Nada nuevo para el escritor portugués, que en 1991 genera una polémica mayúscula con El Evangelio según Jesucristo. En aquella ocasión, el Gobierno luso se sumo a In campaña contra Saramago, al vetar su nombre coma candidato al Premio literario Europeo. El primer ministro era el conservador Aníbal Cavaco Silva. Hoy es el presidente de la República. Leer más…



Ya no me doy horror: a los 72 años espero algo de mí

Por Silvina Espinosa de los Monteros

«Si la vida no sirve para armar un gran poema, no sirve para nada».

En la primavera de 1995 Ricardo Garibay abrió las puertas de su casa en Cuernavaca para platicar sobre el que entonces era su más reciente libro publicado: Paraderos literarios, un delicioso mosaico de reflexiones literarias, que dio pie a una extensa conversación en la que el escritor habló sobre la vida y la muerte, temas íntimamente signados por su apasionada relación con los libros.

Sitiado por una enorme biblioteca y con varias decenas de bolígrafos dispuestos verticalmente como una inesperada formación de soldaditos de plomo sobre su mesa de trabajo, Ricardo Garibay articulaba su elocuente discurso al tiempo que hacía frente a molestas interrupciones domésticas como el timbre del teléfono o los ladridos de una jauría de canes fugitivos, sobre los cuales hizo de pronto un llamado enérgico: «¡Echen esos perros para adentro o mátenlos, cualquiera de las dos cosas!» Leer más…