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«La muerte es la inventora de Dios» José Saramago

Por Francesc Relea

“Hay quien me niega el derecho de hablar de Dios, porque no creo. Y yo digo que tengo todo el derecho del mundo. Quiero hablar de Dios porque es un problema que afecta a toda la humanidad». José Saramago (Azinhaga, 1922) ha vuelto a escribir de un tema que le inquieta. Io ha hecho esta vez a través de una figura bíblica con mala prensa. Caín (Alfaguara), última novela del premio Nobel de Literatura de 1998, tiene grandes posibilidades de levantar las iras de algunos sectores católicos. Nada nuevo para el escritor portugués, que en 1991 genera una polémica mayúscula con El Evangelio según Jesucristo. En aquella ocasión, el Gobierno luso se sumo a In campaña contra Saramago, al vetar su nombre coma candidato al Premio literario Europeo. El primer ministro era el conservador Aníbal Cavaco Silva. Hoy es el presidente de la República. El veto indignó al escritor, que decidió autoexiliarse en Lanzarote, donde reside con su esposa, Pilar del Rio, desde entonces.¿Se puede repetir la historia ahora con Caín? “No. Ya metieron una vez la pata. No repetirán la experiencia, a no ser que quieran caer en el ridículo», dice Saramago, con aparente convicción. La entrevista tiene lugar en su casa lanzaroteña, refugio del escritor, a la que acuden amigos de todos los rincones. Dentro de unas horas tiene prevista la Ilegada de Mario Vargas Llosa. «El Evangelio…provocó las reacciones más violentas en sectores católicos de Italia. Me llamarón provocador», explica. «En mi opinión, los católicos no tienen motivos para enojarse con Cain, porque no tiene nada que ver con ellos. El libro habla del Antiguo Testamento, y me parece que los católicos no leen la Biblia ni el Antiguo Testamento. Tienen el Nuevo Testamento, que es un texto simpático con parábolas bonitas. Creo que Caín sentara mal a los judíos, porque la Tora es su libro. Me llamarán de nuevo antisemita. No me importa. He escrito el libro que quería y creo que es una buena obra literaria». Una obra que reescribe libremente una historia, la Biblia, que según el autor no ocurrió. Y para ello usa elementos de esta historia, Babel, Jericó, Sodoma y Gomorra, Moisés en el Sinaí. Entonces ¿que ha escrito? ¿Una fantasia? «Si, pero en mis fantasías hay mucha lógica, y esto ocurre en muchos de mis libros. Le propongo al lector un punto de partida que puede parecer absurdo. Pero después, el desarrollo es siempre de una lógica impecable». Acaso pretende hacerle la competencia a la Biblia. «De ninguna manera. No pretendo que el lector crea haber visto la luz después de leer el libro. Solo propongo que piense en sus propias creencias y qué espera de ellas. ¿La vida etema? ¿La condena al infiemo?». En la controvenida novela del Evangelio, Saramago humaniza la figura de Jesucristo.

Algunos lectores de su último libro apuntan que ahora humaniza la figura de Caín. Pone cara de póquer, medita un instante y hace la siguiente reflexión: «Lo que pasa es que Jesus humaniza la figura de Dios. Jesús suavizo matizó el Dios del Antiguo Testamento. Nunca tuve Ia conciencia de que estaba humanizando a Caín, pero, claro, es el fratricida, el asesino de su hermano Abel. En castellano hay la palabra cainita, que habla por sí sola. Siempre he pensado que la historia de Caín es una historia que ha sido mal contada en la biblia. Como la de David y Goliat. Goliat nunca ha podido acercarse a David, David venció porque tenía una onda, que era la pistola de la época».

De dónde viene esa obsesión por escribir de Dios, pregunto, porque el tema de fondo es Dios, aunque ahora sea a través de la figura de Caín. «Puede parecer extraño», dice. «Nunca tuve educación religiosa. Ni en el colegio, ni en casa. No tuve crisis religiosas en la adolescencia ni cuando uno empieza a preguntarse sobre la muerte. Sinceramente, creo que la muerte es la inventora de Dios. Si fuéramos inmortales no tendríamos ningún motivo para inventar un Dios. Para qué. Nunca lo conoceríamos». El ateísmo del autor tiene sus raíces. «Ateo es solo una palabra. En el fondo, estoy empapado de valores cristianos, y es verdad que algunos de estos valores coinciden con valores de humanismo. Los acepto. Ahora bien, todo lo que tiene que ver con la creencia en un Dios superior y eterno, que un día me condenara, me parece una chorrada».

Las páginas de Caín son implacables con Dios. «No», replica. «Soy implacable con la especie humana, que ha inventado el Señor”. Bueno, pero el libro dice, entre otras cosas, que Dios no es de fiar, que es capaz de pactar con Satán, que este rematadamente loco. Le trata de rencoroso, maligno, corrupto… Le acusa de despreciar la justicia. Y así hasta el final, donde afirma que Dios acaba por arrepentirse de haber creado al hombre. «Si, por eso, según la Biblia, ordenó el diluvio y extermino, a la humanidad, a excepción de Noe y su familia. El libro es una lucha entre el hombre y Dios, con Caín, que no era precisamente un canto sino todo lo contrario, pero en el fondo más limpio de mente y más transparente».

Mientras escribía, Saramago tropezó con un problema narrativo que puede no tener solución: el paso de Caín por el tiempo. ¿Qué hacer? «Inventé, no el futuro ni el pasado, sino lo que llamo otro presente. De  repente, Caín se encuentra en otro presente, no importa que sea pasado o futuro. Creo que conseguí conservar el humor en un tema tan complicado El Libro es divertido y profundamente serio». No es una ironía premeditada,  asegura. Nunca premedita nada. La historia marca el camino de cómo tiene que ser narrada. «Soy una mano obediente que intenta no hacer nada en contra de la lógica y de lo que estoy escribiendo. Que acepta lo que quiere la propia historia. La ironía es una constante en todos mis libros. El humor aparece par primera vez en El Viaje del elefante, y se repite en Caín. No fue una decisión consciente, simplemente ocurrió así”.

La novela termina con una discusión, cargada de reproches mutuos, en el umbral de la gran puerta del arca de Noé. entre Dios y Caín: «Caín eres el malvado, el infame asesino de su propio hermano. No tan malvado e infante coma tú, acuérdate de los niños de Sodoma». Es la eterna discusión entre el hombre y Dios, precisa el escritor. Una discusión sin salida. «Ni el nos entiende a nosotros, ni nosotros le entendemos a él. Son dos entidades que no se han entendido, no se están entendiendo y no se entenderán».

Saramago lo escribió en cuatro meses, la mitad del tiempo invertido en su anterior Libro, El viaje del elefante. En ambos casos reconoce, tenía prisa por escribir, en una carrera contra el tiempo. No podía bajar el ritmo. «Ahora ya puedo darme el lujo de reducir la velocidad. Cumpliré pronto 87 años. La vida es como una vela quo va ardiendo, cuando llega al final lanza una llama más fuerte antes de extinguirse. Creo quo estoy en el periodo de la última llamarada, antes de la extinción. Lo digo sin dramatismo. Tengo muy claro que no voy a vivir mucho más. Ahora estoy en una fase en la que si creo que puedo hacer un trabajo y lo puedo hacer bien, quiero hacerlo. Después acabará todo y quedarán mis libros, que pienso seguirán siendo leídos. Espero, si la salud aguanta, terminar la novela que tengo entre manos». No revelará nada del próximo libro. Tan sólo un detalle: ya tiene decidida la última frase. No habrá sorpresas ni cambios sobre la marcha. No suele haberlos en su escritura. “Creo que soy un escritor lógico”.

Pilar del Rio va y viene por Ia casa, como siguiendo en la distancia la conversación. Saramago habla con cierta parsimonia, pero no da muestras de cansancio.(…)

Saramago hace tiempo que no sube a su escritorio, en el piso superior de la casa, porque la estrecha escalera entraña un riesgo demasiado alto. El estudio tiene una hermosa vista con el Atlántico al fondo, la mesa de trabajo, anaqueles con los libros más queridos, pinturas. recuerdos. Ahora escribe en la biblioteca construida en un edificio anexo a la casa, que alberga su colección particular, convenientemente catalogada, a la espera de su traslado a la Casa dos Bicos, un edificio emblemático del gótico lisboeta, construido en 1523, que será la sede de la Fundación José Saramago, gracias a la colaboración del Ayuntamiento de Ia capital. «La fundación es cosa de Pilar», dice el escritor. La compañera inseparable, traductora de sus últimos libros, es el motor del engranaje. “No solo el motor, también las ruedas». En la recta final de su vida, contempla una vuelta, tal vez parcial, a su querida Lisboa, donde tiene una casa. «Ahora nos vamos a Italia y luego nos quedaremos unas semanas en Lisboa. Allí siento que estoy en casa. Nunca pensé que viviría en una isla en medio del Atlántico, a 100 kilómetros  de la costa africana». Todo parece a punto para el regreso.

Tomado de: El país (Babelia); Madrid; 17/10/2009

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