Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Ya no me doy horror: a los 72 años espero algo de mí

Por Silvina Espinosa de los Monteros

«Si la vida no sirve para armar un gran poema, no sirve para nada».

En la primavera de 1995 Ricardo Garibay abrió las puertas de su casa en Cuernavaca para platicar sobre el que entonces era su más reciente libro publicado: Paraderos literarios, un delicioso mosaico de reflexiones literarias, que dio pie a una extensa conversación en la que el escritor habló sobre la vida y la muerte, temas íntimamente signados por su apasionada relación con los libros.

Sitiado por una enorme biblioteca y con varias decenas de bolígrafos dispuestos verticalmente como una inesperada formación de soldaditos de plomo sobre su mesa de trabajo, Ricardo Garibay articulaba su elocuente discurso al tiempo que hacía frente a molestas interrupciones domésticas como el timbre del teléfono o los ladridos de una jauría de canes fugitivos, sobre los cuales hizo de pronto un llamado enérgico: «¡Echen esos perros para adentro o mátenlos, cualquiera de las dos cosas!»

-Con más de 40 libros publicados, ¿podría concebir completa su obra sin Beber un cáliz (1965) y Fiera infancia (1982)?

-Me gustaría concebirla sin esos libros. Son dos confesiones de una inutilidad muy impúdica. Hace poco, por que una hija mía está reuniendo mis obras completas, tuve que releer un poco de Fiera infancia y me llené de vergüenza. Me dije: «¿Cómo pude escribir esta brutalísima confesión?» No me explico. En este momento no lo haría. También, si ahora muriera mi padre, no escribiría Beber un cáliz. Creo que en ambos hay mucha impudicia, mucho descaro para ofrecerme de manera tan abierta. Me hubiera gustado que fueran como el resto: historias que he visto o he oído vivir. ¿Qué más?

-En Paraderos literarios usted dice: «El dolor es un mal absolutamente intrascendente. La reflexión sobre el dolor sí lo trasciende». ¿Considera al dolor fundamental en su obra?

-¿Yo escribí eso?… Pues sí. Diría que sí, porque el dolor en seco no es nada. No es más que sufrimiento en muchos grados, hasta la locura, hasta la desesperación. Pero te la pongo aún más pesada: el dolor de Jesucristo en la cultura cristiano-occidental, sin la reflexión, no es nada. Sin la reflexión de Jesús y sin la reflexión de dos mil años después, no sería nada.

-¿Es sobre lo que gira su obra?

-Ahora me doy cuenta de que es muy posible que así sea. Me doy cuenta en este momento. Casi no tengo reflexiones sobre la felicidad o la alegría… ¡Qué lata, verdaderamente qué lata! Pero así es. Ni modo. ¡Ya!

-Jaime Sabines coincide con usted sobre el dolor. Además, José Emilio Pacheco afirma que Beber un cáliz es el equivalente a La muerte del mayor Sabines pero en prosa.

-¿Sí? Ahora que lo dice, me gusta estar emparentado con ese hombre magnífico que es Sabines. ¡Qué bueno, qué bueno!… ¡Ya!

-Existen entre ustedes muchos vasos comunicantes.

-Sí, ¿de qué color tiene los ojos Sabines?

-Azules.

-Ah, creí que los tenía como yo, pero no.

-¿De qué color los tiene?

-¿No ve, coño, no ve?

-Grises o ¿verdes?

-Verdes.

-Creo que a usted lo que le interesa es la anatomía de las frases más que el estilo o el contenido.

-Yo diría que, en este momento, sí.

-Se lo pondré en sus propias palabras, según Paraderos literarios: «Donde se juntan dos palabras se abre la intelección del mundo».

-¡Qué bonito! ¿Eso es mío? Ah, ¡qué bueno! ¡Qué bueno! -suelta la carcajada-. Sí, así es. Más que el argumento, lo que me hipnotiza es ver cómo la unión de dos palabras abre de repente una visión de lo que es la vida. Casualmente el libro que tiene usted en las manos es eso. Recuerdo un comentario que hice ahí. En un pasaje digo que la actriz francesa Cecile Sorel describe fantásticamente la «boca clásica» de la italiana Duse. Esa descripción lleva implícita el prestigio del mármol, la antigüedad griega. Hablar de una «boca clásica» es un dibujo casi perfecto de lo que es la boca de una mujer. Luego eso lo lleva usted hasta donde quiera en la historia: a repasar a todas las mujeres de bella boca que ha conocido uno, a soñar en la posible poesía con una sonrisa, a entender lo que es la vida, a desesperarse ante la ausencia de explicación de la fealdad, del por qué hay algunos que la padecen o la merecen y de nuevo a tratar de explicarse la inexplicable belleza que tanto abruma y tan eminente es para la condición humana. Todo esto, tan sólo con la «boca clásica» de la Sorel. ¿Qué más? Oiga, es la primera joven que me entrevista y no muestra miedo, al contrario. Todos vienen temblando de terror -ríe maliciosamente.

-Sin la lectura y la escritura, ¿no tiene caso la vida?

-No, no tendría ninguno. ¿Qué sen- tido podría tener?

-Bueno, para mucha gente lo tiene.

-Esa gente no existe. Van, como de- cía León Bloy, «del útero al sepulcro», sin huella. Si la vida no sirve para armar un gran poema; si no sirve para leer y viajar por todos los pasajes secretos del mundo, a cualquier hora y por todos a la vez, no sirvió para nada.

-Entonces, ¿para qué escribir? ¿Para que el autor trascienda o para retratar la condición humana?

-Si hay un hombre que pueda disfrutarla es para su felicidad. Ahí está la gran literatura de todos los siglos, quien pueda ir a ella, beber allí, será feliz. Tendrá grados de felicidad muy superiores a los que tiene el hombre común. Eso es todo. Se escribe y se lee para ser feliz. No sé los demás qué opinen y tampoco me importa mucho.

-Usted afirma que los mejores viajes son los que se hacen a través de los libros. ¿Por qué?

-Recuerde que vengo de una generación donde México todavía era una bellísima ciudad de un millón de habitantes. No había dinero para viajar. La clase media mexicana era sumamente modesta. El primer viaje de cierta importancia que yo hice fue a los 47 años. Ya muy tarde. Después pude viajar gracias a los políticos. Entre el año pasado y éste me han ofrecido ir a Europa en tres ocasiones, pero no he aceptado. Ya vi el mundo, nada más me faltaron como cinco lugares. Ahora prefiero quedarme a leer diez o 12 libros más. Por otro lado, acabé descubriendo que todos los seres humanos son exactamente iguales: el alma es la misma, si no la sabiduría sería imposible. Acaso valga más la pena entrar en ellos a través de la gran literatura y no de lo que vayan dando los ojos y los oídos según los viajes multiplicados. ¿Cuánto hubiera tardado en encontrar la «boca clásica»? Leyendo la encontré de repente. Amin Maalouf cuenta que cuando son expulsados los españoles de Andalucía van pesarosa y culpablemente alejándose en el mar y cuando vuelven la cabeza, la ciudad se ha convertido en una «mínima línea de melancolía». ¿Dónde se encuentra eso? Si aquí ya está la alegría: los libros, ¿para qué salir? ¿Me explico? ¿Me entiende? ¿Luego?

-Tener la certeza de que en la literatura se encontrarán imágenes como ésa, ¿tiene que ver con la fe?

El escritor enmudece unos segundos.

-Es buena la pregunta, es muy lo- ca, pero muy buena… Probablemente sí, porque tiene que ver con la esperanza… Si éste es el mundo que se ve desde la literatura es probable que para mí nunca se acabe. Puede ser, sí, que de alguna manera exista el alma y que la muerte no sea total. No poseo el valor que Borges tuvo, más o menos a la edad que ahora tengo, cuando dijo: «La muerte tiene que ser total si no sería un fraude». No sé si de veras lo creía, pero hay que tener o una valentía o una inconciencia o un disgusto de la vida muy grandes para poder afirmar tal cosa. Yo no quiero morir. Sé que me va a tocar. Sin embargo, si la literatura y el ser literario existen, tengo la esperanza de que la vida no acabe. ¿Ya?

-Después de 55 años de oficio literario, ¿cuál es el balance? ¿Ha valido la pena?

-Yo creo que sí. He escrito 40 y tantos libros. Algo valdrá. Algo le dará a vivir a otras personas. Creo que puedo ser de algún modo maestro de jóvenes, cuando menos si no en mi logro, en mi actitud. Puedo decir que ya no me desdeño tanto como me desdeñaba. Ya no me doy horror o asco. Ya espero algo de mí. Conste, a los 72 años.

-¿No es quizá la manera como uno se puede ir en paz?

-Acaso y… ¡no quiero irme! ¡A ninguna parte! -responde furioso-. ¡Ni con paz ni con desesperación! Ha sido muy anárquica la entrevista. Nunca me habían hecho una así. No sé qué va a hacer usted para ordenarla. Le suplico una cosa: ponga exactamente lo que he dicho. No me ayude. Déjeme solo. ¿Hecho? -Otra vez la risa corta, plena-. Terminamos. Hace calor, ¿no quiere un refresco?

Tomado de: El Financiero; Miércoles, 14 de octubre de 2009