Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



De ferias y libros

Eduardo Mendoza

La lectura requiere recogimiento, pero al libro le va la marcha. Una feria es un lugar donde se celebra el libro, al autor y al lector.

No hay pregunta más absurda, ni por cierto más repetida, que la del libro que uno se llevaría a una isla desierta. Es absurda por varios conceptos. Primero, porque se basa en la hipótesis, harto endeble, de que el barco en el que uno viaja dispone de una biblioteca borgiana, y de que al producirse el naufragio uno tendrá tiempo y ganas de decidir y encontrar el libro que desea llevar consigo, y fuerzas para llegar con él a la playa sin que se moje. Salvo que sea tan pesimista que ya lo lleve en el equipaje. Esto desde el punto de vista práctico. Desde el punto de vista de la literatura, el absurdo aún es mayor, porque un solo libro no pinta nada. Es como si a un general le ordenaran presentar batalla con un solo soldado, aunque fuera el más aguerrido. Los libros, como los soldados, funcionan no ya en número, sino a mogollón. Leer significa leer mucho y sobre todo haber leído mucho y variado. Algunos libros rematadamente malos ocupan un lugar importante en la formación y el corazón de cualquier lector. Un libro es una pieza encuadrada en un género, en una literatura, en una época. Y en un circuito comercial, porque el comercio es la argamasa que mantiene unido el edificio social: la comunicación en forma sólida.

Un libro no es un juguete y la lectura no es una diversión. El que uno pueda divertirse leyendo es otro asunto

A la feria hay que ir como quien va al huerto a recoger los frutos de la tierra: algo fatigoso y primordial

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Sólo para débiles

Juan Villoro

En su libro Traiciones de la memoria, Héctor Abad Faciolince describe a un verdulero de Mendoza, Argentina, afecto a las frases sugerentes. Hombre sabio y muy dedicado a los tomates, explica así su negativa a hacer ventas a domicilio: “Yo vivo de sus tentaciones, no de sus necesidades”.

La frase resulta perfecta para hablar de la prensa, donde unos viven de la tentación y otros de la necesidad. Es obvio que los diarios requieren de informaciones básicas. La agenda del presidente, la catástrofe de turno, los goles de la liga y el estado del clima son prioridades que no pueden soslayarse. El periodismo de necesidad se ocupa de lo esencial –el resumen del universo en primera plana- y permite que exista el periodismo de antojo, al que nos dedicamos los colegas del verdulero de Mendoza.

¿Por qué leemos un artículo? La razón natural –“biológica”, podríamos decir- es que tenemos hambre de argumentos. La ética de los curas, la aplicación de la ley, los escándalos financieros, los crímenes no resueltos y la conducta de los políticos pertenecen a las cosas que debemos saber. Como el arroz, la sal y el aceite se trata de imprescindibles asuntos cotidianos. Quien solicita comida a domicilio jamás se equivoca en esa clase de pedidos.

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¿Has leído un buen libro últimamente?

Alberto Manguel

Todos somos un lector único, en medio de otros que comparten nuestra misteriosa devoción

En el tren, dos muchachas, inmersa cada una en su libro, como si el mundo exterior no existiese, como si cada una se hallase encerrada en la consabida torre de marfil. Inclino la cabeza para alcanzar a leer los títulos. Una está leyendo Pot-Bouille de Zola, la otra Lenta biografía de Sergio Chejfec. La primera suspira, cierra su volumen, y le dice a su compañera: «¡Cuánto me gustaría leer un buen libro!». La segunda cierra a su vez el suyo y pregunta: «El que estás leyendo ¿no es bueno?». «Es bueno, pero no bueno para ¿me entiendes?». Su compañera la mira perpleja. «Para mí», le responde, «todo libro que me gusta es bueno. Los otros los dejo de lado».

Con azoramiento, con regocijo, con gratitud, leemos de pronto en cierto párrafo, en cierta línea, la confesión de nuestros secretos más guardados, de nuestros deseos más ocultos, de nuestras intuiciones más indecibles

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Réquiem por un vocho

Les voy a contar la extravagante historia de uno de los primeros Volkswagen sedán que llegaron a México procedentes de Alemania.

Es posible que todo esto ocurriera en 1959, pero si no es así, los lectores son muy libres de enmendar mi desmemoria. Alguna vez ya he contado que, como todo niño mexicano respetable, yo tuve un tío orate.

En mi caso, la cuestión fue doblemente grave porque mi tío estaba loco, pero era muy rico. Nada le gustaba más que comprar autos de lujo, llevarlos a su casa, esperar la llegada del domingo, levantar el cofre del suntuoso auto, echarle mecánica y dejarlo inservible. Yo fungía como su ayudante y aprendí que estos lances terminaban siempre del mismo modo: ¿ves, sobrino?, me decía, estos coches son muy pacota.

Desconozco la etimología de la voz «pacota», pero sé lo que significa. En el caso de mi tío, equivalía a réquiem por un auto. Esto ocurrió muchas veces.

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Leer por placer: leer para siempre

Bettina Caron

Con la lectura pasa algo parecido a lo que nos ocurre con el amor, con los amigos entrañables y a lo que también sentimos con algunos objetos, lugares y recuerdos que nos acompañan a lo largo de toda la vida.

Esos que van cambiando con nosotros, que se van transformando y adquiriendo nuevos significados, pero que permanecen.

Porque la lectura estuvo siempre. Cuando eramos muy pequeños a través de las canciones de cuna, una de las primeras formas de comunicación, con la palabra.

Un poco después llegaron las rimas, los cuentos para ir a dormir, las adivinanzas, los trabalenguas, las rondas. Pero siempre las palabras, las palabras mediadoras entre las emociones y la necesidad de acompañamiento, de comunicación, de transmitir «esas cosas» que van mas allá de las palabras.

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El rastreador de ‘harrypotters’

Carmen Mañana

Javier Ruescas es un estudiante de periodismo de 23 años que ha conseguido que Alfaguara publique el 26 de mayo su tercera novela, Tempus fugit. Impresionante, pero no extraordinario. Y casi lo menos sorprendente en la corta carrera de este madrileño. Desde los 19 años, editoriales como Santillana, Espasa, Molino o Ediciones B le pasan los manuscritos de las novelas juveniles cuyos derechos estudian comprar para que los evalúe. «Hago los informes casi con miedo, porque soy consciente de que puede que un libro se publique o no, según lo que yo diga», explica. Su criterio influye no solo en los editores, sino también entre los lectores. ¿La prueba? La gran apuesta de Espasa para esta temporada, Hermosas criaturas, de Kami García y Margaret Stohl, se publicita acompañada por una frase que no pertenece ni a un autor reconocido ni a un crítico. En carteles y escaparates, en letras gigantescas, se utiliza como reclamo la recomendación de este universitario. No es la primera vez. En la segunda entrega de la serie Los juegos del hambre (Molino) se recoge el comentario de Ruescas junto a los de Stephenie Meyer, creadora de la tetralogía Crepúsculo, y de The New York Times.



Nabokov traicionado

 Winston Manrique Sabogal

Con los libros suele pasar lo mismo que con las personas, que cuando quieres a alguien tu corazón y tu cabeza se dividen entre conservar siempre el mejor de sus recuerdos o, por el contrario, querer saberlo todo a riesgo de decepcionarte. Al final puede más la tentación y buscamos saber más, y el resultado está entre cenizas y fulgores. Esta introducción es por el inédito que se acaba de publicar en España de Vladimir Nabokov, El original de Laura (Anagrama), un título orientativo que se ha dado a la novela que el maestro rusoestaounidense apenas estaba bosquejando cuando murió en Suiza en 1977.

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Qué leen los grandes escritores

                                                                                                          Alberto Manguel

La lectura suele no detenerse en la última página de un libro, sino continuar más allá, contagiando a otros lectores y engendrando nuevos libros. Un libro que nos conmueve, nos irrita o nos hace reír, nos incita a hablar de él, a rodearlo de comentarios y glosas, a reescribirlo según nuestro entendimiento. Para apropiarnos de él, le otorgamos nuestro aval o nuestro rechazo, echándolo por la ventana u ofreciéndoselo a un amigo, a otro lector, para que prosiga nuestras labores. Bibliotecas enteras han nacido de este canibalismo literario, cuyos autores más célebres (Averroes, Samuel Johnson, Alfonso Reyes, Walter Benjamin) son leídos para saber qué han leído ellos, dando lugar a nuevas lecturas y nuevas bibliotecas. Quizás por eso Mallarmé supuso que sólo un buen libro debería bastarnos puesto que, a partir de él, sus lectores se encargarían de componer todos los otros.

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El deslumbramiento de Parral, Chihuahua.

Carlos Montemayor (1947-2010)

Murió el escritor mexicano Carlos Montemayor en el Instituto Nacional de Cancerología,    donde permaneció    internado a consecuencia de un tumor maligno en el estómago que le fue diagnosticado en octubre pasado. Acorde con su voluntad expresa, sus restos fueron cremados y recibirá un homenaje póstumo en la Academia Mexicana de la Lengua. Nacido en Parral, Chihuahua, el 13 de junio de 1947, Carlos Montemayor relató en diversas entrevistas que desde muy joven sintió inclinación hacia la música, incluso pensó en inscribirse al Conservatorio Nacional, pero su padre logró impedírselo y lo envió a estudiar la preparatoria a la capital de su estado natal. En su primer año de universidad, ya residiendo en la Ciudad de México, la música finalmente podía ocupar un lugar en la vida del joven Montemayor, pero cuando regresó a Parral decidió desviar sus pasos hacia las letras: «El paisaje de Parral me deslumbró y tuve la necesidad de expresar ese reencuentro con mi pueblo. Desde entonces esta imagen ha estado en toda mi literatura», relataría años después ante periodistas.

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Leer para vivir

La lectura es como el paracaidismo: en condiciones normales la practican algunos espíritus arriesgados, pero en caso de emergencia le salva la vida a cualquiera. 

Óscar Tulio Lizcano, víctima de la guerrilla colombiana, acaba de rendir un inaudito testimonio de la forma en que los libros preservaron su dignidad. En la clínica de Cali donde se recupera de ocho años de privaciones como rehén de las FARC, habló de la selva donde perdió 20 kilos pero no la lucidez. De los 50 a los 58 años vivió agobiado por las enfermedades, la desnutrición, las humillaciones de perder todo sentido de la privacidad. Para conservar la cordura, clavó tres palos en la tierra y decidió que fueran sus alumnos. Lizcano les enseñó política, economía y literatura. Como tantos maestros, se salvó a sí mismo con la prédica que lanzaba a sus perplejos discípulos. Un comandante vio el aula donde los palos tomaban lecciones y decidió pasarle libros. Lizcano leyó a Homero y seguramente admiró la desmesura de Héctor, que desafía al favorito de los dioses. «La poesía me alimentó», ha dicho el hombre cuya dieta material era tan ruin que se veía mejorada por un trozo de mono o de oso hormiguero.

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