Entrevista

Hay que pasar de pedir a actuar: Álvarez Gándara

  • De acuerdo con el Premio Nacional de Derechos Humanos 2017, la clave para tratar las distintas violencias que vive el país está en la articulación, pero también en la autonomía y el individuo

 

 

“Estamos viviendo una profunda transición y hoy, en este proceso de convertirnos en actores, tenemos una creciente y diversificada sociedad civil”

 

Karina de la Paz Reyes Díaz

08/03/2018, Xalapa, Ver.- “Hay temas públicos que si nosotros no somos los actores que nos ponemos de pie y los empujamos, no hay a quién pedírselos; hay una crisis del papel de los partidos (políticos), de las políticas públicas”, aseveró Miguel Álvarez Gándara en entrevista exclusiva para Universo previo a su participación en el Auditorio “Alfonso Medellín Zenil” del Museo de Antropología de Xalapa, donde recientemente impartió la conferencia “Caminos civiles hacia la paz”, en el marco del Programa Tendiendo Puentes para la Paz de la Universidad Veracruzana (UV).

Ante la petición de definir a México ante un niño, Álvarez Gándara se remontó a los pueblos y culturas “muy sabias”, se refirió a quienes llegaron a imponerse y dominar, e incluso habló del surgimiento del mestizaje: “México es una nación llena de desigualdades”, lamentó.

 ¿Cómo ve la situación social?
México hoy está viviendo muchas de sus tensiones, luchas y mejoras en un marco de violencias; hay negocios y trabajos donde funciona que la gente tenga pistolas y no sea capaz de dialogar y ponerse de acuerdo; y los gobiernos desgraciadamente no siempre han cuidado ese equilibrio.

Muchas veces han servido más a los de arriba y mantienen los climas de violencia, en lugar de asumir proceso de interlocución, que en términos pacíficos abrieran rutas de justicia. México actualmente está marcado por violencias y sin ruta de justicia.

¿Vivimos tiempos oscuros?
Muy oscuros, sin embargo también es un momento en que las sociedades –pueblos, organismos civiles– tenemos la grandísima responsabilidad de ser actores en este proceso, no ser sólo los peticionarios, beneficiarios de acciones de Estado y de gobierno.

Este proceso social tiene un enorme caudal de luces; de buenas experiencias, ejemplos y referencias; entonces, junto a este reto de que nos toca ser ‘actores’, al mismo tiempo hay muchas luces que nos indican por dónde, a pesar de la oscuridad.

¿Temas como pueblos indígenas, EZLN, Ayotzinapa, Nochixtlán, desaparecidos, migrantes y más, no son atendidos adecuadamente y “pasan de moda”?
Estamos viviendo una profunda transición y hoy, en este proceso de convertirnos en actores, tenemos una creciente y diversificada sociedad civil que ya no funciona sólo en la lógica de la solidaridad sino que va tomando agendas, causas y propuestas propias.

Pero son tantos los dolores y tan larga la cola de retos y de procesos emblemáticos que efectivamente no logramos mantener la solidaridad como proceso estable.

Por eso creo que estamos viviendo un fenómeno de grandes luces: articulación. Para todas esas temáticas tan diversas y para todos esos niveles de organización particular está surgiendo la claridad de que ante los grandes problemas y retos estructurales no hay manera de avanzar mediante casos aislados, sólo vinculándolos y haciendo crecer a un sujeto nacional y más potente es que puede haber rutas, concepciones y propuestas con peso y viabilidad.

Ciertamente, Chiapas tuvo un gran momento de convocatoria y movilidad, como la ha tenido Atenco y Alberto Patishtán Gómez… la lista es enorme, pero en ese proceso de los sujetos también aprenden que la fuerza está en su propio proceso, no en el grado de convocatoria que logren.

Entonces, yo agregaría otra palabrita que está sucediendo en esta transición que es, junto a las articulaciones, las autonomías. Venimos de una cultura política fundada en que lo público sólo le toca al Estado, al gobierno y a los partidos políticos, la ciudadanía sólo vota; no ha habido una cultura de propiciar nuestra participación y responsabilidad.

Pero ahora que está surgiendo esta movilización con organización y articulación, yo sí noto que al mismo tiempo van surgiendo expresiones de autonomía en cuanto a que no sólo presionan al Estado de lo que debe hacer, sino de que se plantean qué generar en cuanto a experiencias y alternativas propias.

De esta ruta de la autonomía, siento que estamos pasando de la mera resistencia a generar iniciativas y propuestas. Cualitativamente, hoy hay más que el paso del ‘No’, y hay una maduración con propuesta de fondo, estructural, estratégica, ya no sólo de coyuntura.

Creo que hay una mayor calidad en las reflexiones y propuestas, y aunque el momento sabe a dispersión –y hoy, en momento electoral es claro que esto que platicamos va totalmente en otro carril muy distinto al de los partidos, y los medios (de comunicación) no tienen antenas ni interés para captar estos fenómenos sociales–, aunque no son visibles, cada vez me convenzo de que son un proceso sólido, luminoso, fuerte y qué bueno que no sean tan mediáticos, porque así la energía la ponen en el propio proceso y van generando sus propios medios.

¿Qué opinión tiene de la reacción ante la aprobación de la Ley de Seguridad Interior?
Es un claro ejemplo de lo diferente que es cuando hay movilización y propuesta ciudadana y civil, a cuando no la hay. Si nos acordamos, en este sexenio (se aprobaron) las reformas estructurales. Estoy convencido de que ellos calcularon aventar el paquete en un momento donde pensaron que no se iba a poner de pie una oposición, que las habría a las temáticas particulares, por lo tanto, dispersas, y que el ciclo para levantar movimientos –que siempre es más lento– iba a tardar.

Para la Ley de Seguridad Interior tal vez tardamos un poquito más, pero fue más rápido que otras veces y pudimos enmarcar el momento político y legislativo que se estaba forzando a esta Ley –que les urgía aprobar antes del proceso electoral.

Lo cierto es que quedó claro que es una Ley sin legitimidad, cuestionada, con serias dudas; y está el hecho de que todas las instancias –tanto públicas como de Derechos Humanos, organismos internacionales de todo tipo– se hayan pronunciado en la convicción de que esta Ley no es lo que México necesita para enfrentar sus violencias.

A mí me hacen seguir impulsando la convicción de que mientras sigamos movilizados y articulados en las propuestas –no sólo en las críticas– de qué nueva estrategia de seguridad hace falta, enmarcada en qué concepto de paz, con qué medidas, mecanismos concretos para la formación de policías, etcétera, aunque la Ley está formalmente aprobada, la operatividad es un proceso abierto, en juego, disperso, en pugna, variado en las distintas regiones.

Creo que está abierto un terreno clave de participación crítica por sus defectos, por su mortandad, por su diversificación de delitos, de crímenes organizados. Antes eran nueve grandes cárteles nacionales, la semana pasada salió la noticia de que sólo en Acapulco hay 18 grupos criminales disputándose la plaza; entonces, esta apuesta de que los grandotes eran tema de seguridad nacional y que había que hacerlos chiquitos para que fueran sólo de seguridad pública no les funcionó, se multiplicaron a tal grado que diversificaron los delitos –no sólo la droga, sino secuestros, extorsiones, trata de personas.

Así que ese tema de la Ley es exactamente uno de los focos rojos que tenemos como reto y tarea, y tal vez no se ve tanto en la institucionalidad, pero yo conozco en muy distintos lugares del país que la dinámica civil y alternativa está en pie, en términos de propuesta, mecanismos, observancias y la insistencia de estar empujando otras rutas, otras vías.

¿Ha valido la pena su trabajo o alguna vez ha pensado que ha sido en vano?
Entiendo el tema. Sí, sí pasa y pasa en las generaciones que después de años de esfuerzos valoran que no lograron el cambio sustantivo que se intentó. Pero aún así, cuando lo conviertes en un proyecto de vida, donde ya no dependes estrictamente ni de logros ni de resultados ni del premio, sino de que los sujetos avancen… para mí la clave está en los sujetos.

Entonces, todavía encuentro razones que me alimentan y creo que alimentan la esperanza, y estas luces que hoy tenemos que ver, creo que ahí están precisamente, para que a pesar de la oscuridad y las dificultades encontremos siempre razones para pensar que tiene sentido poner la vida en estos esfuerzos, y que incluso lo debemos hacer con la visión en alto, a lo largo del proceso y no sólo el paso inmediato, y también sonriendo.

 Sobre el entrevistado
Miguel Álvarez Gándara, presidente de Servicios y Asesoría para la Paz (Serapaz), ha dedicado más de 50 años al trabajo en defensa de las garantías fundamentales y diálogo permanente en favor de la construcción de la paz tanto en México como en América Latina. A pesar de haber experimentado en algún momento el sentimiento de desilusión, asegura que vale la pena seguir y, pese a todo, sonreír.

Junto con el obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, Samuel Ruiz, Álvarez Gándara es fundador de Serapaz y su trabajo fue recientemente reconocido con el Premio Nacional de Derechos Humanos 2017 que la sociedad mexicana concede a través de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos a quienes han destacado en la promoción y defensa de los mismos.

Se trata de una persona entre cuyas influencias están el obispo Sergio Méndez Arceo, historiador e ideólogo de la Teoría de la Liberación; el propio Samuel Ruiz, de quien fue secretario; incluso el ex rector de la Universidad Nacional Autónoma de México, Pablo González Casanova.