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Nota: Los monstruos en la ciencia

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Publicado por Oliva Noticias en Miércoles, 27 de octubre de 2021

¿Qué es un monstruo? Esta palabra proviene el latín monstrum, y se refiere a aquel ser que presenta anomalías o desviaciones notables respecto a su especie, o bien a una ser fantástico que causa espanto.

En este sentido, también podemos considerar “monstruo” a cualquier cosa excesivamente grande o extraordinaria, a personas o cosas muy feas (aunque el gusto se rompe en géneros), o a personas muy crueles y perversas. Y no podemos omitir a las actividades excedes en mucho a las cualidades y aptitudes comunes, quien no ha tenido una montaña monstruosa de trastes por lavar después de una fiesta familiar concurrida.

Entonces, para que algo nos parezca un monstruo, es necesario que sus características se salgan de las medidas de lo que conocemos. Por ejemplo, sabemos que las gallinas ponen huevos y que los gatos paren gatitos diminutos, bellos y peludos. Es algo que descubrimos cuando la humanidad observó por primera vez a las gallinas y a los gatos, luego o quizás antes, observamos a otros animales afines…hacer el mismo. Las gaviotas y todas las aves ponen huevos así como los gatos y los demás mamíferos tienen crías, que son su versión mini y súper tierna. Parece una ley de la naturaleza ¿No es cierto?

¿Qué crees que pensó la primera persona que vio un ornitorrinco (aparte de los habitantes de Australia y Tasmania)? Aun hoy en día, los ornitorrincos ¡mamíferos súper peculiares que pone huevos! Nos parecen fuera de lo común, aunque ya no monstruos. Para esa primera persona, debió ser impactante.

Cuando yo nací, tenía el cuerpo cubierto de vello, una condición común en bebés prematuros llamado “lanugo” pero impactante para cualquier madre o padre primerizos, que no sepan de esta condición. Los podemos imaginar a lado de los cuneros del hospital, jurando amor incondicional a su recién nacido bebé lobo o loba. Aunque el lanugo se pierde en unos cuantos días.

Para los padres y madres que fundaron las ciencias, debió ser una experiencia similar mientras avanzaban en el conocimiento del mundo. Además, como parte del espíritu científico es comunicar los hallazgos, imagínate intentando explicar un ornitorrinco, sin fotografías ni videos, sin internet, solo con descripciones y dibujos.

Si lo podías capturar y transportar, genial, pero si no y ¿Si moría en el camino? Todo hemos visto el aspecto monstruoso de los animales disecados o conservados en formol.

Las anomalías son parte importante de la maquinaria de la ciencia.  Casi todos los grandes filósofos y científicos de la Europa del siglo XVII, entre ellos Descartes, Newton y Bacon, estaban obsesionados con las anomalías.

Esta obsesión no solo se centraba en los animales, sino en todo aquello que parecía inexplicable: un eclipse solar, un colmillo de narval encontrado en un mercado de rarezas (¿quizás pertenecía a un unicornio?), un terremoto, una nueva peste.

 

Las criaturas monstruosas han tenido un espacio importante reservado en el imaginario hasta de las personas más serias y brillantes en la ciencia. Hay que tener en cuenta que los siglos XVI y XVII fueron tiempos de extraordinaria agitación religiosa, económica e intelectual.

Con el descubrimiento de nuevos continentes y territorios, el mundo se vio inundado de novedades de todo tipo y de animales que nadie podría imaginar: aves del paraíso y armadillos para los europeos como caballos y cerdos para los pueblos nativos de México, por mencionar algo.

Esta mezcla inédita de mundos, creo un terreno científico extremadamente inestable para los pensadores europeos de principios del siglo XVII. Todo estaba cambiando y personas como Francis Bacon se dieron cuenta de que era posible que las mejores mentes de los últimos dos milenios se hubieran equivocado en todo. Y que toda tu concepción del mundo esté equivocada, ya es, en sí mismo, un acontecimiento monstruoso.

Ante semejante situación, algunos preferían hacerse la zarigüeya, por ejemplo, en la filosofía natural aristotélica, los monstruos y otras anomalías se consideraban valores atípicos que debían reconocerse pero no explicarse.

Mientras que los científicos más aventurados utilizaron a estos “monstruos” como arma contra la ortodoxia dominante en la filosofía natural y la historia natural.

Despojados de la influencia religiosa, visto con la lupa de la ciencia, lo aterrador se volvió maravilloso. Las deformaciones al nacer, como los gatos de dos cabezas y los siameses, ya no eran presagios o castigos divinos, sino situaciones que se podían explicar y con más estudio, prevenir.

La naturaleza tenía mucho que contarnos, era fecunda, creativa y la variada más allá de lo que la humanidad había podido imaginar. Estaba bastante claro que la filosofía natural aristotélica estaba condenada al fracaso.

Descartes fue unos de los principales que pensó que estos monstros deberían poderse explicar. El mundo enfocó su interés más que nunca a los casos extraordinarios y nunca se registraron más disparates y revelaciones extraordinarias, como entonces. Todo el mundo traficaba con maravillas en el siglo XVII.

Por ejemplo, en 1609, cuando Galileo dirigió su telescopio hacia los cielos. Descubrió que la superficie de la luna estaba marcada por cráteres, cuatro lunas de Júpiter, las fases de Venus. Publicó estos hallazgos en 1610 y causó sensación, un verdadero bet seller del siglo XVII. Se vendió como pan caliente, y trascendió las fronteras recién descubiertas.

En ese momento, lo que Galileo describió, además de una herejía, era una locura. Una que incitó por los siglos siguientes, locuras un más disparatadas que se convirtieron en obras de ciencia ficción gracias a las plumas hábiles para contar cosas extraterrestres.

Los antepasados ​​los museos actuales, eran los «gabinetes de curiosidades», repletos de maravillas y monstruos de todo tipo. Donde no podían faltar los fósiles, ni los animales pegados a propósito al estilo el monstruo del Dr. Frankenstein cuyo propietario juraba ninguna intervención posmortem.

 

Ya Aristóteles había dicho que el asombro es «el comienzo de la filosofía», y claro de la ciencia. Los monstruos y lo que los acompaña, en los siglos XVI y XVII es fascinante. Descartes, escribe 1649 sobre las pasiones del alma: primero se compromete el asombro y luego la curiosidad, y los dos trabajan juntos.

La maravilla que nos causan los monstruos, es como la chispa que enciende la mecha de la curiosidad. Entonces, la curiosidad ordena el intelecto y todos los sentidos en la búsqueda para encontrar la causa del asombro.

Los monstruos y otras maravillas sirvieron como catalizadores para acelerar nuevas teorías del conocimiento. Estos seres brincaban de un lado a otro, de la ciencia a la literatura, de la literatura a la ciencia, y de estos dos lugares a otras manifestaciones artísticas y de regreso. Y seguirán haciendo hasta el final de los tiempos.

Lo que ahora llamaríamos un fósil, la huella de un helecho en la roca, podría haber sido interpretado a principios del siglo XVII como una broma de la naturaleza. Pero hoy sabemos… que la naturaleza no bromea, al menos no con este sentido del humor.

Si quieres saber más sobre ciencia monstruosa, acompáñanos el próximo martes 9 de noviembre con el Dr. Javier Plata Rosas investigador de la Universidad de Gudalajara. Quien nos platicará de medicina sepulcral, biología aberrante y psicología horrida, entre mucho, mucho más.

La cita es en Facebook Live SabadosenlacienciaXal o directamente en nuestra sala virtual https://sabadosenlaciencia.webex.com/meet/tardesdeciencia

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