Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



El amor es una rifa. Javier Marías presenta ‘Los enamoramientos’, su nueva novela

Por Javier Rodríguez Marcos

«Descuiden, no lo voy a encender», dice Javier Marías con un cigarrillo en la mano. El escritor madrileño, de 59 años, acudió al Círculo de Bellas Artes para presentar a Los enamoramientos, su nueva novela. Como el resto de sus libros publicados por Alfaguara, también este está disponible desde hoy en versión electrónica. Ante un grupo de periodistas repasó las claves de una obra cuya salida coincide con la reedición de Los dominios del lobo -su primera novela, publicada hace ahora 40 años- y con la publicación en Reino de Redonda, la editorial del propio Marías, de El coronel Chabert, una novela corta de Balzac de la que se habla en su propio libro. Si, además del de bellas artes, hubiese algún círculo que cerrar, lo cerraría el hecho de que la traducción de la obra balzaquiana se debe a Mercedes López-Ballesteros, una de las dos personas a las que está dedicada Los enamoramientos. He aquí algunas de las claves de la novela según su autor.

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Libro

Por Fco. Calvo Serraller

Como un náufrago que se agarra a una tabla flotante aun sin saber si será la de su salvación o la que prolongue cruelmente su agonía, así se nos presenta George Steiner (1929) en su ensayo titulado El silencio de los libros (Siruela), cuya traducción española acaba de publicarse junto con otro de Michel Crépu (Étampes, 1954), que se titula Ese vicio todavía impune, formando ambos parte de un mismo libro. La edición original conjunta de estos dos escritos es de 2006, pero el segundo es una continuación o réplica del primero, un dato interesante, porque, abordando un mismo tema, Crépu es un cuarto de siglo más joven que Steiner.

¿Dos náufragos, así, pues, tratando de solventar un mismo apuro y compartiendo un mismo tablón de incierto destino? Esa tabla de salvación o de perdición que les mantiene eventualmente a flote es, en todo caso, el libro, un artefacto material que ha servido como soporte de la memoria humana escrita durante unos pocos miles de años. Si pensamos que las pinturas de la cueva prehistórica de Chauvet datan de unos 32.000 años antes de Cristo, el libro es comparativamente un invento muy reciente, pero el dibujo, el canto, la danza y la palabra nos remiten, como quien dice, a la noche de los tiempos, a ese momento histórico indeterminado en que el hombre halló su identidad en el lenguaje.

¿Por qué entonces ese empeño por tomar como tabla de salvación a un libro, que no deja de ser un pecio más entre los múltiples recursos empleados por el hombre para recordar? Quizá porque, yéndonos la vida en ello -en la memoria-, ninguno de los archivos empleados está de más. Y no está de más no sólo por la información que recoge, sino porque cada archivo, cada forma de atesorar los recuerdos, representa un modo de ser y un modelo de conciencia. En este sentido, ahora que parece amenazada la supervivencia del libro por otros medios más rentables de acumular y usar la información, Steiner y Crépu meditan sobre las consecuencias antropológicas de su hipotética pérdida, que es, sobre todo, la pérdida de, en efecto, una forma de ser; esto es: una forma de vivir, de pensar y, por encima de todo, una forma de recordar. Una forma, por consiguiente, de reflexionar, ese atributo humano de crearse un intervalo -de darse una pausa, construirse un espacio- en la inexorable carrera temporal hacia la muerte.

Tiznada su frente con el signo de la caducidad, todos los productos del hombre son asimismo frágiles y perecederos. La propia aparición histórica del libro ya anunció su final. Pero no hay que equivocar el final de alguien o de algo con su fin, porque éste, termine o no termine, es siempre proyectivo. El hombre muere, pero no es ése su proyecto. Su auténtico proyecto es vivir, y vivir más allá de su final material, más allá de la muerte; o sea: recordar y ser recordado. No simplemente durar más, sino revivir, que es vivir más intensa, más profundamente. Steiner nos recuerda el adagio clásico que entroniza a la memoria como «madre de las musas». No hay, por tanto, más arte que el de la memoria, que no retiene sino la celebración de la humanidad por el hombre, ese ser frágil que supo proyectarse más allá del propio final. ¿Cómo entonces ese náufrago puede mantenerse a flote despreciando su tabla de salvación?

Tomado de: http://www.elpais.com



Juan Villoro, un niño muy serio

Villoro es uno de esos escritores que no dejan de sorprender. Igual habla de fútbol que de música, o de una novela que haya escrito o un libro para niños.

Villoro es uno de esos escritores que no dejan de sorprender. Igual habla de futbol que de música, o de una novela que haya escrito o un libro para niños.

Su voz es escuchada y reconocida no sólo en México, sino en España y Latinoamérica también.

Recientemente lanzó dos cuentos cortos para niños (uno más corto que el otro) se llaman: La Gota Gorda, historia inspirada en su experiencia durante el terremoto en Chile en 2010 y La Cancha de los Deseos, cuento que narra las desventuras de una selección nacional de futbol que siempre pierde, pero que el entusiasmo de la gente nunca decae (cualquier parecido con la realidad…).

Villoro es como esos niños que siempre están pensando, que siempre traen un asunto importante en la cabeza que no los deja en paz, y hasta cuando ríe lo hace seriamente ya que la risa es un asunto muy importante.

Sobre estas dos obras y sobre todo de su infancia platicamos con él.

ENTREVISTA CLICK AQUI Juan Villoro

Tomado de: http://www.mascultura.com.mx/juan_villoro



El sobreviviente

Por Javier Sicilia

Toda ausencia es atroz

Y, sin embargo, habita como un hueco que viene de los muertos,

De las blancas raíces del pasado.

¿Hacia dónde volverse?;

¿hacia Dios, el ausente del mundo de los hombres?;

¿hacia ellos, que lo han interpretado hasta vaciarlo?

¿Hacia dónde volverse que no revele el hueco,

El vacío insondable de la ausencia?

Hacia ellos, los muertos, que guardan la memoria

Y saben que no estamos contentos en un mundo interpretado.

Mas las sombras, las sombras que la interpretación provoca

Y nos separa de ellos,

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Carta abierta a políticos y criminales: “Estamos hasta la madre”.

Por Javier Sicilia.
El brutal asesinato de mi hijo Juan Francisco, de Julio César Romero Jaime, de Luis Antonio Romero
Jaime y de Gabriel Anejo Escalera, se suma a los de tantos otros muchachos y muchachas que han sido
igualmente asesinados a lo largo y ancho del país a causa no sólo de la guerra desatada por el gobierno
de Calderón contra el crimen organizado, sino del pudrimiento del corazón que se ha apoderado de la
mal llamada clase política y de la clase criminal, que ha roto sus códigos de honor.
No quiero, en esta carta, hablarles de las virtudes de mi hijo, que eran inmensas, ni de las de los otros
muchachos que vi florecer a su lado, estudiando, jugando, amando, creciendo, para servir, como tantos
otros muchachos, a este país que ustedes han desgarrado. Hablar de ello no serviría más que para
conmover lo que ya de por sí conmueve el corazón de la ciudadanía hasta la indignación.
No quiero tampoco hablar del dolor de mi familia y de la familia de cada uno de los muchachos
destruidos. Para ese dolor no hay palabras –sólo la poesía puede acercarse un poco a él, y ustedes no
saben de poesía–.
Lo que hoy quiero decirles desde esas vidas mutiladas, desde ese dolor que carece de nombre porque es
fruto de lo que no pertenece a la naturaleza –la muerte de un hijo es siempre antinatural y por ello
carece de nombre: entonces no se es huérfano ni viudo, se es simple y dolorosamente nada–, desde esas
vidas mutiladas, repito, desde ese sufrimiento, desde la indignación que esas muertes han provocado, es
simplemente que Estamos hasta la madre.

Leer carta completa:  CartaAbierta



La depredación de lo público

La crisis económica en Inglaterra ha provocado una serie de recortes presupuestales. El gobierno central ha limitado los recursos que entrega a las localidades y éstas deciden en dónde aplican la tijera. Un buen número de condados ingleses ha decidido terminar con el financiamiento de las bibliotecas públicas. Según los ahorradores, en estos tiempos no se justifica el gasto en esos símbolos de la antigua cultura. La gente tiene hoy acceso a otras fuentes de información, por lo que no necesita de esos edificios repletos de libros. Si quieren preservar sus bibliotecas, los vecinos habrán de dedicarse voluntariamente a cuidarlas. Hace un par de semanas, el novelista Philip Pullman puso el grito en el cielo: sofocar las bibliotecas públicas es una monstruosidad, un atentado a la civilización, una tragedia para la vida en común.
Pullman, el autor de la trilogía La materia oscura, tomó la palabra—literalmente. Pronunció un discurso en Oxford en defensa de las bibliotecas públicas que rebotó de inmediato por los conductos de la red. De pronto, miles y miles leían y comentaban su alegato. Asfixiar presupuestalmente a las bibliotecas no puede ser obra más que del fundamentalismo. Como el obispo Teófilo destruyó la Biblioteca de Alejandría por ser depósito de la cultura pagana, los fundamentalistas del mercado están dispuestos a rematar las bibliotecas por no resultar rentables. Estos dogmáticos del lucro, no entienden otra razón que el provecho económico. No tiene valor lo que no produce una ganancia cuantificable e inmediata. ¿Qué sentido tiene guardar un libro de filosofía que no ha sido consultado en diez años? ¿Por qué no eliminar de los estantes todos esos libros impopulares y preservar solamente los que se leen frecuentemente? Si quieren bibliotecas, bastaría con una buena colección de best-sellers.
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Un mundo distraído

Bárbara Celis

La tercera parte de la población mundial ya es ‘internauta’. La revolución digital crece veloz. Uno de sus grandes pensadores, Nicholas Carr, da claves de su existencia en el libro ‘Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?’ El experto advierte de que se «está erosionando la capacidad de controlar nuestros pensamientos y de pensar de forma autónoma».

El correo electrónico parpadea con un mensaje inquietante: «Twitter te echa de menos. ¿No tienes curiosidad por saber las muchas cosas que te estás perdiendo? ¡Vuelve!». Ocurre cuando uno deja de entrar asiduamente en la red social: es una anomalía, no cumplir con la norma no escrita de ser un voraz consumidor de twitters hace saltar las alarmas de la empresa, que en su intento por parecer más y más humana, como la mayoría de las herramientas que pueblan nuestra vida digital, nos habla con una cercanía y una calidez que solo puede o enamorarte o indignarte. Nicholas Carr se ríe al escuchar la preocupación de la periodista ante la llegada de este mensaje a su buzón de correo. «Yo no he parado de recibirlos desde el día que suspendí mis cuentas en Facebook y Twitter. No me salí de estas redes sociales porque no me interesen. Al contrario, creo que son muy prácticas, incluso fascinantes, pero precisamente porque su esencia son los micromensajes lanzados sin pausa, su capacidad de distracción es enorme». Y esa distracción constante a la que nos somete nuestra existencia digital, y que según Carr es inherente a las nuevas tecnologías, es sobre la que este autor que fue director del Harvard Business Review y que escribe sobre tecnología desde hace casi dos décadas nos alerta en su tercer libro, Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes? (Taurus).

«Aún no somos conscientes de todos los cambios que van a ocurrir cuando realmente el libro electrónico sustituya al libro»

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Los libros que han marcado el paso hacia el nuevo milenio

Jordi Garcia

Los críticos de Babelia han elegido, cada uno en su especialidad, diez obras fundamentales editadas en España, a partir de 1991. Veinte años en los que este suplemento ha ido dando las claves de la actualidad literaria y que ahora recogen su esencia en este canon.

Novela y diarios en español

El embrujo de Shanghai

Juan Marsé (Plaza & Janés, 1993)

La escritura o la vida

Jorge Semprún (Tusquets, 1995)

Estrella distante

Roberto Bolaño (Anagrama, 1996)

Una comedia ligera

Eduardo Mendoza (Seix Barral, 1996)

Plata quemada

Ricardo Piglia (Anagrama, 1997)

Pretérito imperfecto. Autobiografía

Carlos Castilla del Pino (Tusquets, 1997)

La fiesta del Chivo

Mario Vargas Llosa (Alfaguara, 2000)

La tentación del fracaso. Diarios

Julio Ramón Ribeyro (Seix Barral, 2003)

Tu rostro mañana I, II y III

Javier Marías (Alfaguara, 2002-2007)

Anatomía de un instante

Javier Cercas (Mondadori, 2009)

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Dulce para el lector, agrio para el autor

Álvaro Pons

No es exagerado decir que los aficionados al cómic vivimos un momento dulce. Pese a que la crisis ha pasado obligada factura en el número de novedades que llegan a las librerías, el panorama es utópico: se publica más que nunca, desde reediciones de clásicos a obras más vanguardistas; la consideración social del noveno arte ha dado un salto espectacular, impulsada tanto por la instauración del Premio Nacional de Cómic como por el auge de la novela gráfica, que han favorecido, junto a la avalancha de adaptaciones cinematográficas y televisivas, la presencia habitual del cómic en los medios de comunicación… Una situación absolutamente inconcebible hace apenas unos años, cuando ser reconocido como lector de cómic suponía, poco más o menos, ser sospechoso de ir asesinando viejecitas a golpes de catana.

Sin embargo, tan paradisíaco escenario sigue teniendo un debe fundamental: pese a todos los avances, pese al reconocimiento del autor de cómics como un creador equiparable a cualquier otro, las posibilidades de que un autor de cómics pueda hoy vivir de su obra son prácticamente nulas. Es cierto que no es difícil publicar hoy en día, de hecho, la multiplicidad de pequeñas editoriales y la aparición de nuevos y económicos métodos de autoedición digital hacen relativamente sencillo poder ver editada una obra siempre que cumpla una mínima calidad, pero lo escaso de las tiradas y un sistema de retribución basado en porcentajes sobre las ventas hacen que económicamente sea una ruina. Una obra que bien puede haber llevado un año de intenso trabajo puede suponer para el autor una remuneración de apenas 2.000 euros brutos, transformando la creación en un ejercicio vocacional. Una situación sorprendente en un medio donde el oficio de dibujante estuvo durante décadas asentado en una industria consolidada de la cultura popular que parece haber menguado hasta desaparecer. Tampoco hay que ser apocalípticos: no es imposible que un dibujante viva de hacer cómics, pero deberá aceptar trabajar -casi siempre por encargo y rara vez en sus propios proyectos- para otros países donde la industria del cómic sí es viable, como Francia o EE UU.

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Alain Finkielkraut «No hay ninguna garantía de que leer nos haga mejores»

Antonio Jiménez Barca

La silenciosa casa parisiense del filósofo Alain Finkielkraut (París, 1949) se encuentra, literalmente, tapizada de libros: hay estanterías con miles cuidadosamente ordenados en el salón, en las habitaciones, en el largo pasillo que conduce a los dormitorios. En 2005, este ensayista y profesor de Historia de las Ideas en la Universidad Politécnica, en una entrevista a un periódico israelí, aseguró -él mantiene que irónicamente- que la selección francesa de fútbol, alabada en su tiempo como modelo de mestizaje al responder al eslogan «blanc-black-boeur» (blanco negro árabe), se había convertido en «black-black-black»: todos negros. Fue acusado de racista. Corrían tiempos particulares: la protesta de los jóvenes inmigrantes de los barrios de la periferia, a los que Finkielkraut no ahorró críticas, había hecho arder miles de coches en una revuelta violenta, descabezada, desesperada y sin objeto. Sintiéndose víctima de un linchamiento, en vez de responder a las críticas, se acordó de varios modelos literarios, de varios personajes y se refugió en ellos: del Ludvik Jahn de La broma, de Milan Kundera (encarcelado por el régimen comunista checo por un chiste y una cadena de malentendidos), y el Coleman Silk, de La mancha humana, de Philip Roth (acusado y apartado de la universidad por utilizar un adjetivo despectivo y racista). De estas lecturas procede Un corazón inteligente, el último ensayo publicado en español por Finkielkraut, el más literario, donde analiza de una manera muy personal 12 novelas, entre las que se cuentan, además de las citadas de Roth y Kundera, obras de Camus o Grossman, entre otros, elegidas entre los miles de libros que integran su inacabable biblioteca.

PREGUNTA. ¿Le fue difícil elegir esos 12 libros?

RESPUESTA. No, me fue difícil escribir sobre ellos, pero no elegirlos. Son novelas que me han acompañado siempre, que he leído y releído, libros de los que sospechaba que tenía algo que decir de ellos. Hay otros que me gustan, claro, pero no son obras de las que me sienta capaz de comentar. Además, está lo ocurrido en 2005. Como sabe, a causa de una broma fui tratado de racista. Vi que me pasaba algo parecido a lo que le pasó a Ludvik y a Coleman Silk. En un primer momento, pensé en contestar a esas acusaciones, pero después me dije: «No, voy a tratar de aclarar primero lo que me ha pasado releyendo estos dos libros». Fue una suerte de catarsis personal. No arreglé cuentas, no respondí, pero esa experiencia me ayudó a crear este libro.

P. ¿Qué es un corazón inteligente?

R. Yo no he inventado la expresión. La he tomado prestada de una cita de Salomón en la Biblia. Él le pide a Dios un corazón inteligente. Ahora me parece que no es a Dios a quien hay que pedírselo, sino a la literatura, que es una suerte de jurisprudencia interminable de la vida humana.

P. ¿Y para qué necesitamos un corazón así?

R. El siglo XX nos ha enseñado el divorcio que hay entre la inteligencia y el corazón. Existe una inteligencia funcional que parece funcionar por encima de todo y una sentimentalidad que justifica todos los crímenes. Solo la literatura puede volver a unir los dos conceptos.

P. ¿Cómo?

R. Las humanidades en general disputan a la ciencia el monopolio de la verdad. Proust dijo que por lo particular se llega a lo general. La literatura es una extraordinaria unión entre lo particular y lo general. Los personajes literarios no son tipos, muestras, generalizaciones: son individuos. Y solo se llega a la verdad humana cuando no se reducen esos individuos a generalizaciones. Las ideologías nos hacen vivir sobre las abstracciones sentimentales. Amamos ciertas identidades: el pueblo, la clase obrera, y detestamos otras: la burguesía, el capital… La literatura es la gran guardiana de la pluralidad, deconstruye las simplificaciones de las ideologías, que, a su vez, son ellas mismas simplificaciones literarias. Necesitamos la literatura para librarnos de esas simplificaciones. Dicho de otra manera: necesitamos la buena literatura para librarnos de la mala.

P. ¿Leer le hace a uno mejor?

R. No necesariamente. No hay ninguna garantía de eso, por desgracia. El siglo XX nos ha enseñado que hay gente muy cultivada capaz de comportarse de una manera detestable. Algunos sacan de eso la conclusión de que la cultura no sirve para nada, de que no puede contener la barbarie. Y abogan ahora por una sociedad poscultural. Pero hay ejemplos de lo contrario en los que hay que fijarse: hubo campos de concentración en los que los prisioneros, gracias a que los nazis permitían la visita de la Cruz Roja, gozaban de cierta libertad. Era una libertad precaria, efímera, pero que les permitía organizar conciertos, obras de teatro, exposiciones… Así, eran capaces de albergar más sentimientos que la desolación y el horror. Como dijo Kundera, desplegaban todo el abanico de sentimientos del ser humano. La literatura, la cultura, sirve para eso: para desarrollar todo el abanico de sentimientos. Por fidelidad a esos prisioneros, debemos defender siempre la cultura. Incluso aunque sepamos que los verdugos aman la música.

Tomado de: http://www.elpais.com