Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Sobre la Colección Biblioteca del Universitario

Por Agustín del Moral

I

¿Qué hay en un acto fundacional? ¿Se funda con y por el solo hecho de fundar? ¿Se funda de una vez y para siempre? ¿Qué condiciones debe reunir todo acto fundacional para que, dejando atrás el hecho inaugural en sí, lo que instaura permanezca, deje huella, se convierta en un legado?

En 1957, Sergio Galindo fundó y pasó a dirigir lo que en aquel entonces comenzó siendo el Departamento de Publicaciones y hoy en día es la Dirección General Editorial de la Universidad Veracruzana. Creo que nunca estará por demás traer a la memoria este acto fundacional. Sergio Galindo no sólo fundó; fundó, además, con esa carga de humanidad que anima a las grandes empresas, a las que adquieren carta de naturalidad como instituciones en el mejor y más sano sentido de la palabra, a las que, como en este caso, terminan convertidas en instancias emblemáticas de una institución mayor: nuestra casa de estudios.

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La muñeca triste y otros muertos del 2 de octubre

Por Marina Álamo Bryan

Primera parte de tres

El asombro ante el retrato de la muerte es posiblemente universal. La manera como se congela el fin de una vida tiende a reproducirse de manera casi alquímica en la plata de la fotografía; graba cada detalle, guarda cada arruga y mancha, a veces incluso guarda la verdad de los últimos instantes. Por eso es importante aprender a mirar a los muertos, reconocerles aunque sea con la mirada, evitar replegarnos, aunque nos duela y nos recuerde a la maldad humana, porque el rostro de los muertos siempre es el más sincero y nos enseña mucho más que el de los vivos las más de las veces. Los muertos poseen una calma imprevisible. En ocasiones su rostro refleja el terror de su asesinato, pero resulta más tenebroso cuando esto no es así. La contradicción embebida en su calma se vuelve paradoja atosigante. Eso pasa con la imagen que aquí presento, una que he dado en llamar la muñeca triste.

La imagen post-mortem de la primera víctima oficialmente reconocida después de la matanza del 2 de octubre en la Plaza de las Tres Culturas. Su nombre, Ana María Regina Teuscher Kruger, fue el primero en publicarse en diarios y noticias, incluso reconociéndosele en la esquela conmemorativa que se encuentra hoy en Tlatelolco. Esta imagen fue vista públicamente por primera vez en el mismo año de 1968, en la revista Siempre! Sin embargo, durante los subsecuentes 40 años, la última imagen de esta dama cayó dentro del confuso torbellino de la secrecía. Su muerte misma causó cierto revuelo, se supo su nombre, se supo su injusticia; pero luego todos hicieron de cuenta como si no supieran. Hace seis años se volvió a publicar la imagen, en El Universal, acompañada de otras 11 más, del fotógrafo Manuel Rojas, quien tuvo la astucia de resguardarlas de las manos del poder. Las imágenes se presentaban como un triunfo, como un secreto que por primera vez veía la luz. La sociedad se escandalizó y se sorprendió de nuevo ante la crueldad del 68, omitiendo el hecho de que la imagen incluso apareció en la portada de la primera edición de un libro publicado en 1987. (Ante la inmundicia inherente a las falsedades incluidas en dicha publicación, ni siquiera me quiero dignar a mencionar su nombre, los que lo conocen lo conocerán). El punto es que la muñeca triste no es nueva, lleva gritando su propio nombre por 40 años, pero al parecer hemos elegido ignorarla en más de una ocasión.

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Eres mujer

Por José Emilio García

Pues no sé cómo lidiar contigo.
No sé cómo acercarme a ti;
tiemblo de tan sólo pensarlo.
Voy y me siento esperando
que tú te me acerques
que tú me hables
que tú seas quien tome la iniciativa.
No podría darle más vueltas al asunto.
En mi cabeza lo planeo todo:
los pasos, las palabras, las sonrisas;
en mi ilusa cabeza tenemos un final feliz.
Mas tan pronto me acerco
tu presencia me espanta;
rehusaría tu mirada si pudieras verme.
Tal vez si no fueras tan bonita,
si no te quisiera tan bonita pues,
tan brillante, tan majestuosa y llena de vida.
“¡Miren! ¡Esa es la suya!”, dirían,
y yo estaría tan orgulloso de ti,
pero sobre todo de mí.
Suspiro.
Con el corazón latiendo
como cuando subo las escaleras
bajo la cabeza y te dirijo unas palabras:
«Contexto histórico»
Pero mis palabras parecen fuera de lugar.
«¿Vida del autor?»
Silencio.
«¿Índice?»
No me dices nada y na’más no sé
ni cómo empezar,
no sé cómo acercarme.
Tesis, eres mujer, pues no sé cómo lidiar contigo.
Tal vez si te me quedo viendo fijamente…

Tomado de Literalia



No era su nombre

Por Iván Ballesteros

Cuando vio el cuerpo ensabanado sobre la plancha fingió que un escalofrío la recorría. El grosor y tamaño de aquella masa casaban con la de su hijo. Ella sabía, de ante mano, que no se trataba de él. En el momento que el dependiente levantó la sábana para mostrarle aquel rostro hinchado le sorprendió el increíble parecido. Sí, es Xavier, dijo.

Después de firmar el papeleo correspondiente se pudo llevar, esa misma noche, el cadáver. Por fin podría cumplir su deseo.

Tomado de www.estepais.com



¿Cuándo se muere?

Por Gabriela Solis Casillas

Cuando el fondo dejó de importar para dar paso triunfal a su majestad, la forma: la forma por la forma. Cuando el debate e intercambio de ideas era sustituido por el chisme y el comentario permanente de trivialidades: la vecina por encima de Sartre y la temporada otoño-invierno aplastando a Marx eran síntomas mortíferos. Cuando todo se volvió acerca de la imitación, la copia. ¿La originalidad? Era una pérdida de tiempo, una cualidad inútil. Cuando la vara con la cual se mide pierde las medidas impuestas por la propia individualidad y se vuelve fundamentalmente determinada por los otros, se muere.

Tomado de www.estepais.com



El sentido más sentido: El misterio de la muerte

La santidad era de otro orden que la inteligencia;
y las cosas humanas no tenían nada que ver con la religión.
Así relegué a Dios fuera del mundo.

Simón de Beauvoir, Mémories d´une jeune fille rangé

Por Pio Daniel

Si para algunos la muerte nulifica el sentido de la vida, para otros el vivir valida la muerte a través de las aportaciones que el ser realizó durante su existencia. La muerte pertenece al orden participativo de la democracia, pone a un ser humano a reflexionar quizás lo más importante y el fin mismo de su existencia: la vida. Jala parejo con cada individuo que pulula por la tierra. Hay muchos tipos de muerte, la muerte en vida ronda en la desesperanza que cohabita en el mundo moderno. Desde la perspectiva más escolástica a la panteísta, la muerte es un misterio que se integra al orden material y energético en los distintos niveles de existencia. Me gusta evocar los versos que plasma José Gorostiza en el poema muerte sin fin, suelo recordarme esa última estrofa, cada vez que la repito causa un estremecimiento que recorre mi ser aunada a una sensación de paz : “Desde mis ojos insomnes/ mi muerte me está acechando, / me acecha, sí, me enamora / con su ojo lánguido. /¡Anda putilla del rubor helado, / anda, vámonos al diablo!.” La muerte baila vida, quizás para encubrir sus límites, lo sagrado de ambas, ¿pero qué hay en medio de lo que ocultan los sentidos de ambas? …el pasado queda en tu nacimiento, el futuro que será tu muerte: el presente donde debieras tener bien prestos, alterados tus sentidos par percibir el amor, ¿qué estas haciendo ahora? maravillosa y divina contradicción.

Aquella vez en la cantina Sergio Rascon, pintor del desierto con genial trazo expresionista, me reveló: el pasado es odio, el presente amor y el futuro miedo; fue vital a partir de ese momento dejar de preocuparme por el pasado y el futuro para poder realizarme con todos mis sentidos en el presente. Quizás como escribió José Alfredo Jiménez : “…la vida no vale nada, comienza siempre llorando y así llorando se acaba” . La muerte por antonomasia es deducible de impuestos, libre y gratuita. La muerte es una gesta gratuita por vivificarse. El sistema social sólo facilita una muerte en serie casi burocratizada, como proceso kafkiano. La naturaleza se establece en el orden del caos y ahonda el misterio de la muerte, coronando el absurdo como el estado más natural del drama, no por nada ya Aristóteles garantizaba la supremacía de la tragedia sobre la comedia.

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El francés Jean-Marie Le Clézio, Nobel de Literatura

«Escribir no es sólo estar sentado en tu mesa contigo mismo, es escuchar el ruido del mundo», señala el escritor.

 

«Novelista de la ruptura, de la aventura poética y de la sensualidad extasiada, investigador de una humanidad fuera y debajo de la civilización reinante», así califica la Academia Sueca la obra del nuevo premio Nobel de Literatura, el francés Jean-Marie Le Clézio (Niza, 1940). En 45 años de oficio, Le Clézio, un gran viajero fascinado por los mundos primarios, ha escrito una cincuentena de libros cargados de una gran humanidad, señalan los medios franceses. «Como todos los premios literarios, [el Nobel] significa ganar tiempo, resurgir, tener más ganas de escribir», ha declarado en la radio France Inter Le Clézio antes de saberse premiado.

El autor considera que el galardón es «una respuesta» y señala que «escribe para ser leído y ser respondido». Le Clézio sonríe cuando se le insinúa que este premio le inscribirá con mayor presencia en la historia de la Literatura: «Todo eso es relativo, no hagamos de esto algo demasiado grande». En cuanto a su hipotético discurso de aceptación del premio, Le Clézio asegura que le gustaría que versara sobre las dificultades que tienen los jóvenes para que les publiquen, o las que tiene un autor que escribe en lengua criolla para traducir su pensamiento al francés y encontrar un editor fuera de su isla. «Por qué todo es tan difícil cuando uno vive lejos de un país grande, de un país con dinero», se preguntaba el Nobel minutos antes de saber que iba a ser premiado.

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Estrella errante

Por Guadalupe Loaeza

Para Tomás por sus seis años.

Querida mamá:

Hacía mucho tiempo que no te escribía, porque temía darte puras malas noticias. En otras palabras, no quería ni «hacerte desatinar» ni mucho menos «derramarte la bilis», dos expresiones que solías decir cada vez que te anunciaban algo desagradable. ¿Te acuerdas que acostumbrabas llamarme por teléfono muy tarde, para preguntarme: ¿Qué tienes de nuevo?; y si osaba decirte que nada, de inmediato me decías: ay, pues qué aburrida eres. ¿Cómo no lo sería, si a veces me llamabas a altísimas horas de la noche? Pero en esta ocasión, por fortuna, te tengo una supernoticia, una noticia que seguramente te dará muchísimo gusto. ¿A quién crees que le acaban de otorgar el Premio Nobel de Literatura? A Jean-Marie Le Clézio. Sí, tu maestro del IFAL. ¿Te das cuenta? Se lo dieron por ser «el escritor de la ruptura, de la aventura poética y del éxtasis sensual, el explorador de una humanidad más allá y por encima de la civilización reinante». Ya te imaginarás lo felices que nos pusimos todos mis hermanos y yo cuando nos enteramos por la televisión. De inmediato pensamos en ti, en el buen ojo que siempre tenías. ¿Te acuerdas cuando nos decías: Estoy segura que mi profesor va a llegar muy lejos. Es inteligentísimo. Es un hombre muy profundo y sensible? Entonces corría el año de 1967 y estabas preparándote para obtener el diploma de La Sorbonne. ¡Ah, cómo estudiabas, cómo batallabas con Les utopistes, o con los cursos de philosophie positive o mientras te aprendías de memoria el poema Les fleurs du mal de Baudelaire. Fue precisamente gracias a tu perseverancia y a la pasión por todo lo que tenía que ver con la cultura de Francia que en muy poco tiempo te convertiste en la mejor alumna de Le Clézio. De hecho eras su consentida. Además, lo invitabas constantemente a comer en la casa. Recuerdo una época en que venía, con su mujer, Mariana, por lo menos una vez por semana. Lo cual le caía como anillo al dedo, ya que justo en esa época, como dijo Jean Meyer (él también te quiere muchísimo) en una entrevista: «El siempre ha sido un hombre independiente, sin plaza en ningún lado, de tal manera que durante muchos años se las vio negras (en la época en que vivía en México) cuando andaba de pantalón de mezclilla y huaraches, no era una pose jipiosa es que no tenía dinero». Ahora me explico todo, por eso cuando venía a comer, dejaba el plato siempre limpio, especialmente, cuando le hacías disfrutar tus salsas de cacahuate, de pasitas o de pepita. Te confieso que de todos, todos tus maestros del IFAL que invitabas a nuestra mesa, el que más me gustaba, de lejos, era Le Clézio. ¡Qué bárbaro, me parecía guapísimo! Lo recuerdo como un joven sumamente tímido y de muy pocas palabras. ¿Sabías que para entonces ya había ganado en 1963 el Prix Renaudot, por su libro Le Procés-verbal, el cual, se asemeja mucho, estéticamente hablando al L’Etranger de Albert Camus? ¿Verdad que era de una sencillez apabullante? ¿Quién nos iba a decir que ese muchacho de 27 años, que se ponía rojo como un tomate cada que alguien le dirigía la palabra, se convertiría en el Premio Nobel de Literatura? ¿Verdad que jamás nos contó que lo habían expulsado de Tailandia, donde había ido a hacer su servicio militar como coopérant, por el hecho de haber denunciado la prostitución infantil? ¿Verdad que jamás nos comentó que a los 7 años escribió un libro dedicado al mar? ¿Verdad que no sabías que Jean-Marie era originario de una familia bretona, emigrante de la isla Mauricio desde siglo XVIII y que su papá era médico militar que había ejercido en Nigeria durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Sabías que hablaba maya y náhuatl? No, nunca hablaba de sí mismo.

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Y el libro se hizo móvil

Las novelas descargadas en el teléfono saltan al papel en Japón – 25 millones han leído en pantalla ‘Koizora’, el último ‘boom’ – el fenómeno es lento en Europa, pero ¿estamos en puertas de una revolución?

Por María Ovelar

La novela ha encontrado una forma nueva de vida en la era tecnológica. En Tokio, en la línea Ginza de metro, una mujer pulsa entusiasmada las teclas de su móvil. La pantalla del dispositivo es enorme -sobre todo si se compara con una europea-, y en el vagón reina un silencio total. No está escribiendo un SMS especialmente largo. Está redactando una novela. En Japón, más de 25 millones de personas han devorado el libro electrónico titulado Koizora (literalmente, Cielo de amor) en las pantallas de sus móviles. Koizora es una historia romántica escrita por una joven nipona cuyo nombre real se mantiene en el anonimato y que ha elegido llamarse igual que la protagonista del libro celular: Mika.

En Japón no se trata de un fenómeno nuevo. Los nipones suelen enloquecer con relatos que se descargan y se leen en terminales móviles desde el año 2000, cuando nació Mahou no iRando, una web con una idea que en un principio a muchos pudo parecer peregrina: crear un software para colgar en la Red novelas en construcción a través del teléfono.

Una estrategia nada casual si se tiene en cuenta que en Japón el 75% de los usuarios de móviles emplea su dispositivo para navegar por Internet, según un estudio del Wireless Watch Japan. La web Mahou no iRando, que permite a todos los cibernautas comentar las obras de otros usuarios, atrajo la atención de una sociedad que utiliza el móvil para todo: «Los japoneses lo usan para atender llamadas, para navegar por la Red, escuchar música, hacer fotos, grabar vídeos, jugar a videojuegos, aprender inglés, como monedero electrónico… Hasta reciben alertas en caso de terremoto», cuenta Ana M. Goy Yamamoto, doctora en Economía y Gestión Empresarial de Japón de la Universidad Autónoma de Madrid. El hábito de lectura en el suburbano responde también a una prohibición: en Japón no está permitido hablar por el móvil en el metro, así que el silencio invita a sumergirse en las historias que se narran en la pantalla.

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Cuota de piso

Por Diego Ruiz

El día en que tuve que pagarle mi cuota de piso a la Ciudad de la Furia fue un sábado nublado en vísperas del Año Nuevo judío, me lo dijo mi vecino sefardí, que iba rumbo a la celebración, en la sinagoga que está cruzando la calle. Empieza hoy lunes –me deslizó apurado–, con la primera estrella de la noche, el año 5,796. Tanto tiempo de peregrinar y siguen esperando al profeta.

Pero aquel día era sábado, y alrededor del mediodía me encontré en el andén de Tacubaya, esperando la línea que va a Pantitlán. La rosa, no la café. Era la rosa. Después de más de un mes de utilizar mis piernas y el metro como transportes principales, los adoquines de Polanco se volvieron un lugar común y los vagones naranjas que hace Bombardier, un escenario habitual en mi transcurrir cotidiano. Si no fuera por el hecho de que es humanamente imposible, casi los consideraría cómodos. Por eso, en aquel momento no reparé concienzudamente, en que me encontraba en uno de los campos de batalla más grandes del mundo, a veces discreto en sus tensiones, a veces escandaloso. Y como quien camina por una vereda conocida, avancé hacia el vagón que frente a mi abría sus puertas. No había tanta gente como en un viernes a las siete de la noche, por eso me extrañó la marabunta que súbitamente me empujó en todos sentidos y desde todas direcciones. Antes de que ese tropel acudiera a mi desde algún lugar invisible, mis pensamientos se hallaban lejos del Sistema de Transporte Colectivo, no sé bien donde, acaso lejos también de estas calles, de esta ciudad. Por eso tardé unos minutos en comprender qué sucedía, y mientras tanto la confusión me gobernó. Algunos segundos después de ser casi atropellado, esas personas que me rodearon por los flancos, y evidentemente, por mi punto ciego (¿Qué tal la paradoja?), desaparecieron permitiéndome el paso franco al interior del vagón. Mientras yo lidiaba con mi desconcierto, el vagón cerró sus puertas y el tren avanzó. Acababa de ingresar al túnel y entonces lo comprendí todo; mi estrecho campo de visión sobre lo que sucedía y los empujones me impidieron hacerlo antes. Llevé mi mano a la bolsa trasera derecha de mi pantalón y la encontré vacía. Con un arte depurado me dejaron sin cartera y así, pagué mi cuota de provinciano.

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