Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Almuerzo con… Alberto Manguel

Por Javier Rodríguez Marcos

«El conocimiento es como el Everest: hay que escalarlo»

El restaurante no abre hasta las 13.30 y Alberto Manguel señala un banco de la calle: «¿Nos sentamos aquí a charlar?». Argentino de nacimiento, canadiense de nacionalidad y residente en Francia, Manguel, de 60 años, almuerza temprano pero se adapta a las costumbres de los países en los que ha vivido. En 1968 pasó un tiempo en España. Llegó sin un céntimo y le tocó comer «lo que podía y cuando podía». Lentejas sobre todo, «baratas y buenísimas». En América había dejado la universidad y un trabajo en una librería en la que había conocido a Borges, para el que ejerció como lector cuando el escritor se quedó ciego.

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Macarena Gelman «Fui un regalo robado»

Cuando los militares fueron a casa del poeta Juan Gelman, él estaba exiliado. Se llevaron a su hijo y a su nuera, embarazada de una niña que entregaron a otra pareja. A los 23 años, esa niña supo quién era. Ahora busca la verdad de las dictaduras del Cono Sur.

Por Gabriela Cañas

Macarena nació por segunda vez cuando tenía 23 años. La plácida y apolítica vida que llevaba en su Montevideo natal se trastocó por completo cuando su madre le confesó que no era hija suya y ella descubrió que era una niña robada; arrancada de los brazos de unos padres secuestrados, torturados y asesinados por la dictadura argentina, y entregada a quien ella creía que era su padre: un policía uruguayo. A Macarena aquella noticia le cambió la conciencia y la vida. A partir de entonces, supo de tormentos y de desapariciones, de horrores y complots represores, y supo también que ella era un producto de todo eso. Descubrió que su abuelo llevaba años buscándola y que se llamaba Juan Gelman. Corrió a Internet y así fue como aprendió que era un poeta, un poeta muy importante, argentino también, como sus verdaderos padres, que vivía y sigue viviendo autoexiliado en México y que desde allí reclamaba el derecho a recuperar a esa nieta de cuya infancia nunca pudo disfrutar.

Macarena pleiteó para cambiarse el apellido. Ahora lleva los apellidos Gelman García, como su auténtico padre, como su auténtica madre, aunque mantuvo su nombre de pila, el que le impuso su devota madre adoptiva, porque los Gelman tienen ascendencia sevillana.

Busca los restos de su madre y apoya públicamente en su país la lucha por la derogación de la Ley de Caducidad por considerar que da cobertura legal a la impunidad. Incluso ha asistido al intento fallido de desenterrar el cadáver de su madre en un lugar que resultó equivocado. Contar su historia se ha convertido para ella en una herramienta para abrirse paso en la espesura de los silencios cómplices.

Cenamos juntas en un céntrico hotel de Montevideo, al que llega con vaqueros, camisa sencilla y jersey. Es un atuendo parco y sencillo, difícil de recordar, como si reclamara para sí misma una vulgaridad de la que definitivamente carece. De los jovencísimos padres que nunca conoció habla con ternura y, a veces, en presente.

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¿Leer sirve para algo bueno?

¿Son menos corruptos, despóticos, coléricos o violentos quienes leen? La lectura tiene una utilidad sensorial y una utilidad práctica, pero tal vez no tenga ninguna utilidad ética, que es la que más se pregona.

Por Luisgé Martín

La ópera ha sido considerada siempre el espectáculo artístico más completo y refinado. Aúna música, literatura y teatro. Para disfrutarla hay que ser una persona cultivada y tener educadas todas las capacidades estéticas. Es necesario, además, poseer una sensibilidad especial. Podríamos decir, por lo tanto, que los amantes de la ópera forman parte de un linaje extraordinario. De una quintaesencia humana. En febrero de 2001, sin embargo, los socios del Círculo del Liceo de Barcelona -quintaesencia de la quintaesencia- decidieron rechazar el ingreso en el club operístico de las diez mujeres que, después de siglo y medio de absoluta hegemonía masculina abolida en unos nuevos estatutos, habían solicitado la admisión. Entre esas mujeres -por si alguien duda de sus méritos- estaba Montserrat Caballé. Es decir, los seres más sensibles, los que se conmovían hasta el retorcimiento del alma con la música de Verdi, con la voz doliente de María Callas o con las quejas de amor de Madame Butterfly, se comportaban en la vida real como gañanes de taberna.

Este suceso, excesivo y paradigmático, es un exordio vistoso, pero resulta fácil encontrar diariamente muchos otros ejemplos que nos obligan a plantearnos si la cultura contribuye a iluminar las ideas o si, por el contrario, sirve sólo para empachar las mentes y emponzoñar los ánimos. Uno de nuestros novelistas jóvenes más eximios, a quien se le debió de aparecer una virgen en algún camino de Damasco, como a Fernando Arrabal, escribe cada semana en los periódicos sesudos y floridos artículos en los que igual pone en cuestión la teoría de la evolución -«siempre me ha llamado la atención la rotundidad con que se suele negar la intervención del misterio cuando se trata de explicar el origen del hombre; pero lo cierto es que, si existe un momento en la historia del universo en que parece más que probable la intervención del misterio, es precisamente el momento en que el hombre irrumpe en el mundo» – que describe con extraño discernimiento las sociedades modernas -«matrimonios deshechos porque sí a velocidad exprés, hogares desbaratados con el menor pretexto o sin pretexto alguno, hijos desparramados y convertidos en carne de psiquiatra, abortos a mansalva, nuevas fórmulas combinatorias humanas negadas a la transmisión de la vida, etcétera»-. A algunos otros escritores, no menos eximios, les vemos participar en tertulias televisivas diciendo disparates y simplezas que sólo mejoran las de los invitados de Salsa rosa en el rigor de la gramática y en la riqueza del vocabulario. Y aquellos a los que no se les ha aparecido ninguna virgen ni han sido invitados a ninguna tertulia no pueden tirar tampoco la primera piedra. En el sector editorial y en el mundo literario -un castillo de hombres cultos, de cultivadores de ese gran bien espiritual que es la lectura- se encuentra la mayor concentración de individuos biliosos, marrulleros, hipócritas, envanecidos, desequilibrados y tortuosos que conozco. Incluyéndome, por supuesto, a mí mismo.

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