Universidad Veracruzana

Blog de Lectores y Lecturas

Literatura, lectura, lectores, escritores famosos



Estrella errante

Por Guadalupe Loaeza

Para Tomás por sus seis años.

Querida mamá:

Hacía mucho tiempo que no te escribía, porque temía darte puras malas noticias. En otras palabras, no quería ni «hacerte desatinar» ni mucho menos «derramarte la bilis», dos expresiones que solías decir cada vez que te anunciaban algo desagradable. ¿Te acuerdas que acostumbrabas llamarme por teléfono muy tarde, para preguntarme: ¿Qué tienes de nuevo?; y si osaba decirte que nada, de inmediato me decías: ay, pues qué aburrida eres. ¿Cómo no lo sería, si a veces me llamabas a altísimas horas de la noche? Pero en esta ocasión, por fortuna, te tengo una supernoticia, una noticia que seguramente te dará muchísimo gusto. ¿A quién crees que le acaban de otorgar el Premio Nobel de Literatura? A Jean-Marie Le Clézio. Sí, tu maestro del IFAL. ¿Te das cuenta? Se lo dieron por ser «el escritor de la ruptura, de la aventura poética y del éxtasis sensual, el explorador de una humanidad más allá y por encima de la civilización reinante». Ya te imaginarás lo felices que nos pusimos todos mis hermanos y yo cuando nos enteramos por la televisión. De inmediato pensamos en ti, en el buen ojo que siempre tenías. ¿Te acuerdas cuando nos decías: Estoy segura que mi profesor va a llegar muy lejos. Es inteligentísimo. Es un hombre muy profundo y sensible? Entonces corría el año de 1967 y estabas preparándote para obtener el diploma de La Sorbonne. ¡Ah, cómo estudiabas, cómo batallabas con Les utopistes, o con los cursos de philosophie positive o mientras te aprendías de memoria el poema Les fleurs du mal de Baudelaire. Fue precisamente gracias a tu perseverancia y a la pasión por todo lo que tenía que ver con la cultura de Francia que en muy poco tiempo te convertiste en la mejor alumna de Le Clézio. De hecho eras su consentida. Además, lo invitabas constantemente a comer en la casa. Recuerdo una época en que venía, con su mujer, Mariana, por lo menos una vez por semana. Lo cual le caía como anillo al dedo, ya que justo en esa época, como dijo Jean Meyer (él también te quiere muchísimo) en una entrevista: «El siempre ha sido un hombre independiente, sin plaza en ningún lado, de tal manera que durante muchos años se las vio negras (en la época en que vivía en México) cuando andaba de pantalón de mezclilla y huaraches, no era una pose jipiosa es que no tenía dinero». Ahora me explico todo, por eso cuando venía a comer, dejaba el plato siempre limpio, especialmente, cuando le hacías disfrutar tus salsas de cacahuate, de pasitas o de pepita. Te confieso que de todos, todos tus maestros del IFAL que invitabas a nuestra mesa, el que más me gustaba, de lejos, era Le Clézio. ¡Qué bárbaro, me parecía guapísimo! Lo recuerdo como un joven sumamente tímido y de muy pocas palabras. ¿Sabías que para entonces ya había ganado en 1963 el Prix Renaudot, por su libro Le Procés-verbal, el cual, se asemeja mucho, estéticamente hablando al L’Etranger de Albert Camus? ¿Verdad que era de una sencillez apabullante? ¿Quién nos iba a decir que ese muchacho de 27 años, que se ponía rojo como un tomate cada que alguien le dirigía la palabra, se convertiría en el Premio Nobel de Literatura? ¿Verdad que jamás nos contó que lo habían expulsado de Tailandia, donde había ido a hacer su servicio militar como coopérant, por el hecho de haber denunciado la prostitución infantil? ¿Verdad que jamás nos comentó que a los 7 años escribió un libro dedicado al mar? ¿Verdad que no sabías que Jean-Marie era originario de una familia bretona, emigrante de la isla Mauricio desde siglo XVIII y que su papá era médico militar que había ejercido en Nigeria durante la Segunda Guerra Mundial? ¿Sabías que hablaba maya y náhuatl? No, nunca hablaba de sí mismo.

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Y el libro se hizo móvil

Las novelas descargadas en el teléfono saltan al papel en Japón – 25 millones han leído en pantalla ‘Koizora’, el último ‘boom’ – el fenómeno es lento en Europa, pero ¿estamos en puertas de una revolución?

Por María Ovelar

La novela ha encontrado una forma nueva de vida en la era tecnológica. En Tokio, en la línea Ginza de metro, una mujer pulsa entusiasmada las teclas de su móvil. La pantalla del dispositivo es enorme -sobre todo si se compara con una europea-, y en el vagón reina un silencio total. No está escribiendo un SMS especialmente largo. Está redactando una novela. En Japón, más de 25 millones de personas han devorado el libro electrónico titulado Koizora (literalmente, Cielo de amor) en las pantallas de sus móviles. Koizora es una historia romántica escrita por una joven nipona cuyo nombre real se mantiene en el anonimato y que ha elegido llamarse igual que la protagonista del libro celular: Mika.

En Japón no se trata de un fenómeno nuevo. Los nipones suelen enloquecer con relatos que se descargan y se leen en terminales móviles desde el año 2000, cuando nació Mahou no iRando, una web con una idea que en un principio a muchos pudo parecer peregrina: crear un software para colgar en la Red novelas en construcción a través del teléfono.

Una estrategia nada casual si se tiene en cuenta que en Japón el 75% de los usuarios de móviles emplea su dispositivo para navegar por Internet, según un estudio del Wireless Watch Japan. La web Mahou no iRando, que permite a todos los cibernautas comentar las obras de otros usuarios, atrajo la atención de una sociedad que utiliza el móvil para todo: «Los japoneses lo usan para atender llamadas, para navegar por la Red, escuchar música, hacer fotos, grabar vídeos, jugar a videojuegos, aprender inglés, como monedero electrónico… Hasta reciben alertas en caso de terremoto», cuenta Ana M. Goy Yamamoto, doctora en Economía y Gestión Empresarial de Japón de la Universidad Autónoma de Madrid. El hábito de lectura en el suburbano responde también a una prohibición: en Japón no está permitido hablar por el móvil en el metro, así que el silencio invita a sumergirse en las historias que se narran en la pantalla.

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