- Así lo expresó José Adiak Montoya, escritor oriundo de Nicaragua, al hablar del quehacer literario y de las condiciones políticas que actualmente vive su país
Karina de la Paz Reyes Díaz
Fotos: Omar Portilla Palacios y Jimena Morandín
29/09/2022, Xalapa, Ver.- En 2013, la Feria Internacional de Libro Universitario (FILU) de la Universidad Veracruzana (UV) fue el primer evento literario extranjero al que salió, desde su natal Nicaragua, José Adiak Montoya. A la fecha, con 35 años de edad, es considerado uno de los escritores jóvenes más destacados de la literatura latinoamericana y volvió acá, para presentar su más reciente obra, pero también para hablar de la “utilidad” de esta bella arte.
“Había estado en ferias en Nicaragua y había hecho mucho trabajo literario allá, pero la primera vez que salí del país como escritor, para una feria internacional, fue precisamente a ésta, hace casi 10 años”, rememoró emocionado.
A la FILU 2022 trajo El país de las calles sin nombre (Editorial Seix Barral), novela que versa sobre el exilio en la década de 1980, durante “la guerra de la contra” (Revolución Sandinista) y la nueva ola desatada a partir de 2018, igualmente en su país. Son “círculos de violencia que parecen ser interminables”, dijo en una entrevista concedida minutos antes de la presentación del libro.
Fuiste uno de los jurados del Premio Latinoamericano de Primera Novela “Sergio Galindo” 2022, convocado por la UV. ¿Por qué este tipo de certámenes no pierden vigencia?
Son absolutamente válidos y necesarios. Como decís, ahora existen muchísimas plataformas, que si bien difunden la creación de quienes se dedican a escribir, creo que también es un arma de doble filo, porque de cierta forma tiene peligrosidad el hecho de autopublicarse, el no pasar por filtros de lectores, de edición o de jurados –que de alguna manera validan, recomiendan y hacen una especie de acompañamiento de lo que es el proceso creativo y el editorial como tal–.
Creo que a veces eso puede ir en detrimento de una primera obra. Creo, también, que estos esfuerzos de un premio a primera novela son alicientes muy necesarios para personas que se quieren dedicar a la literatura de manera profesional, sobre todo a la de calidad.
Éste es uno de los oficios más solitarios del mundo –porque cuando se ejerce, uno está sólo frente al computador, papel o en lo que se estile escribir–, pero luego que das el punto final a la obra, ésta tiene que pasar por un proceso de revisión, tiene que ir más allá del ojo del autor mismo, quien puede estar, tal vez, peligrosamente muy contento con lo que escribió.
Siempre hay errores que tienen que señalarse, recomendaciones que tienen que darse y eso a veces no está a la vista del autor. El tamiz siempre es importante.
¿Qué utilidad tiene la literatura para la humanidad, si en buena parte ésta no ha superado el racismo, la esclavitud o la hambruna?
Para mí tiene varias funciones. En lo personal me ha salvado la vida. Me ha llenado de los momentos más agradables de mi existencia, a través de la lectura.
Gracias a la literatura me he rodeado de personas muy valiosas, a quienes he logrado encontrar a través del amor común por este oficio.
Pero también tiene otras funciones, por ejemplo, en la literatura de ficción es reconocernos a nosotros mismos. Si bien a veces no es la respuesta, se tiene que encargar de hacer las preguntas correctas para poder avanzar de manera individual, comunal, como sociedad.
Creo que a través de las historias pueden pasar dos tipos de cosas: reconocernos a nosotros mismos o descubrir mundos que son completamente ajenos al nuestro y saber que ésos también son posibles y que existe una diversidad absoluta, que si bien podemos pensar que no nos compete, al final estamos juntos en este universo, en esta vida.
Entonces, creo que la literatura tiene esa función de reconocernos a nosotros mismos e intentar cambiar cosas que vemos mal.
Tal vez la función más práctica e inmediata es precisamente el hecho de que puede hacernos olvidar las penas que nos agobian de manera personal o como raza humana, y tener ese “segundo de evasión” para estar en otra realidad. Creo que esa es una función importante a la que todas las personas deberían estar invitadas para conservar la cordura.
A Nicaragua, con la tradición poética que tiene, ¿le ha sido útil la literatura?
Creo que en cierto momento, sobre todo en el siglo XX, en Nicaragua sí se logró poner a la poesía –sobre todo– en función de lo que se creía que era una utopía romántica: la Revolución Sandinista.
Hay muchas luces y sombras de cómo se utilizó la poesía y los talleres de poesía, al ponerlos en función social de un proyecto político específico partidario; creo que de cierta forma eso influyó en muchas personas, en la realidad de ese momento, la de los años ochenta.
Venimos de una tradición poética altamente estimable, fundada por Rubén Darío, nada más y nada menos, y luego, a lo largo del siglo XX se dio todo este florecimiento de la poesía.
Ahora, en las generaciones más recientes también se está viendo un poco a la narrativa, precisamente con el fin de juzgar si todos esos procesos revolucionarios y bélicos en los cuales se vio envuelto Nicaragua en el siglo XX, valieron la pena o se quedaron en papel mojado.
Porque a fin de cuentas, se hizo la revolución para las futuras generaciones de nicaragüenses y esas ya somos nosotros. Entonces, podemos decidir si eso valió la pena o no, y creo que se está viendo y reflejando un poco en la literatura actual de Nicaragua, que, precisamente, por estar indagando en ese tipo de cosas, resulta enormemente peligrosa para el poder.
Lo que se ha hecho en los últimos tres años es justamente erradicar cualquier señal de libertad, de oposición, de mínimo desacuerdo con el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo (actuales presidente y vicepresidenta, tan sólo él lo ha sido por cinco ocasiones, cuatro de ellas consecutivas).
Hay escritores desterrados, como Sergio Ramírez que tiene una orden de captura en el país. Eso es un delirio alucinante. Otros autores, entre los que me incluyo, decidimos que no era factible seguir viviendo en un país donde nuestra materia prima como escritores, que es la libertad misma y la imaginación, es aplastada todos los días.
¿Ver a la literatura como una amenaza es una tristeza y a la vez un triunfo?
¡Claro! ¡Por supuesto! Por eso creo que todos los regímenes totalitarios, a lo largo de la historia, han visto la peligrosidad que significa y representan para ellos los libros, los intelectuales, la gente que busca, a través de la palabra, compartir verdades que tal vez otra gente no podría ver, si no fuera por la luz del lenguaje.
A propósito de “la luz del lenguaje”, ¿qué reflexión nos das, con este antecedente de lucha y resistencia desde la escritura?
Es una cuestión difícil de contestar en una pregunta que todos los días nos hacemos muchos nicaragüenses.
A mí me da muchísima tristeza el hecho de pensar, sobre todo, en las personas más inocentes que entregaron su vida al proceso por una Nicaragua libre, que creyeron de manera ferviente y con convicción absoluta que un cambio era posible, que se podía crear una nueva Nicaragua que fuese una especie de paraíso en la tierra.
Ahora, pienso que todas esas ideas fueron muy ingenuas, hasta cierto momento. Lo que más me pesa es que hayan jugado con toda esa ingenuidad y fe del pueblo, para que ese proceso se haya pervertido en lo que es al día de hoy: una nueva dictadura familiar, exactamente igual a la de (Anastasio) Somoza, con ciertas diferencias que, a veces, la hacen hasta peor.
Para mí es muy desesperanzador el hecho de que todo haya llegado a un cauce tan putrefacto. El hecho de pensar que Daniel Ortega era presidente de la república cuando yo nací y sigue siendo presidente hoy, y quién sabe hasta cuándo, sí es una desesperanza que espero se me pruebe lo contrario a este sentimiento.
Sinceramente, espero que podamos ver la luz más temprano que tarde.
La literatura sigue jugando un papel importante en todo ese movimiento, ¿ves una nueva oportunidad para su “uso” en tu país?
Espero que sí. Creo que la literatura tiene la obligación de brillar en los tiempos más oscuros y es lo que está pasando.
¿Qué mensaje dejas a la comunidad universitaria?
Que no se conformen con la vida que les tocó. Pueden, al abrir un libro, ver mil variantes, mil vidas, mil mundos. Viajar en el tiempo y en el espacio.
Categorías: Entrevista, FILU 2022