El estudio del cerebro nos ha permitido mejorar nuestro entendimiento sobre como funciona la mente, y sobre algunas diferencias entre humanos y el resto de los animales. Una de esas grandes diferencias radica en la forma en que se experimentan y almacenan las emociones. Si bien hoy aceptamos que las emociones están presentes en todas las especies animales, aún no hay consenso sobre las diferencias que existen en la forma en que una serpiente y un pez experimentan las emociones, comparado con la forma en que lo hace un chimpancé o un humano. Mientras que las criaturas más antiguas (evolutivamente hablando) poseen cerebros más “básicos”, es decir capaces de mantenerlos vivos y de aprender, los cerebros de especies como las orcas, los primates y los humanos poseemos cerebros que además de contar con componentes básicos de supervivencia, incluyen estructuras capaces de razonar, crear conocimiento a partir del preexistente, y construir formas de comunicación y lenguaje más complejas y abstractas.
Para muchos autores, el lenguaje verbal de los humanos es lo que verdaderamente nos separa del resto de especies animales. Aunque existe evidencia de que algunas aves, perros y primates pueden entender componentes básicos del lenguaje verbal, como el concepto de nombre propio y común de un objeto, o la adquisición de conocimiento a través de la inferencia por exclusión, por ahora solo los humanos poseemos un lenguaje verbal capaz de trasmitir a otro individuo detalles sobre un recuerdo, sobre un deseo, o sobre una emoción. Esta pequeña gran diferencia entre el cerebro de los humanos y el del resto de los animales, es responsable de radicales diferencias en la forma en las que se experimenta la vida y se almacenan los recuerdos.
En un estudio en el que se observó la actividad cerebral de personas que habían sufrido experiencias traumáticas como abuso sexual, asaltos, secuestros, maltrato durante la infancia o accidentes automovilísticos, se encontró que los individuos que habían desarrollado trastorno de estrés postraumático o TEPT, como consecuencia de estas experiencias, recordaban su trauma de forma visual, mientras que los individuos que no habían desarrollado TEPT a pesar de la experiencia traumática, recordaban la experiencia verbalmente, es decir como una narración oral, en lugar de un recuerdo de imágenes y estímulos sensoriales. En el estudio, se observó que cuando las personas eran colocadas en un equipo de resonancia magnética (equipo que registra la activad cerebral) y se les pedía que recordaran la experiencia traumática, las áreas de su cerebro que se activaban en las personas con TEPT eran principalmente las visuales y límbicas (cerebro emocional), mientras que cuando las personas que no desarrollaron TEPT recordaron sus traumas, las áreas del cerebro que principalmente se activaron eran las que tienen que ver con la capacidad de hablar y de estructurar una oración.
De alguna manera, un mal recuerdo almacenado en forma de palabras activa menos áreas del cerebro relacionadas con el miedo y con otras emociones, mientras que la evocación de un recuerdo de forma visual reactiva la experiencia en si misma y desencadena el estado de estrés, como si se estuviera reviviendo la experiencia de forma constante. Una imagen de algo aterrador es mucho más aterradora que la descripción verbal de esa experiencia. Un recuerdo almacenado en forma de palabras activa menos estructuras cerebrales relacionadas con las emociones, comparado con un recuerdo de imágenes. Esto significa que el dicho «Una imagen dice más que mil palabras» es totalmente cierto cuando a recuerdos se refiere. Mientras que revivir un recuerdo almacenado en forma de palabras evoca áreas del cerebro relacionadas con el lenguaje verbal, recordar una experiencia en forma de imágenes activa una seria de circuitos que tienen que ver con recordar los detalles sensoriales que se percibieron durante la experiencia (olores, sonidos, etc.), así como evocar el estado emocional que ocurrió en ese momento. Falta mucho para entender con claridad que es lo que hace que un recuerdo pueda ser almacenado como imágenes en lugar de palabras y viceversa, no obstante, creo que, si trasladamos estos hallazgos a lo que sabemos sobre la mente de los animales, la preocupación es obvia. Si los animales no poseen un lenguaje verbal, significa que todos sus recuerdos son sensoriales, y por lo tanto son más susceptibles a experimentar TEPT como consecuencia de una mala experiencia. Reflexionar sobre esta premisa, es vital para todas las personas que cuidamos, entrenamos o en general interactuamos con los animales. Evitar episodios aterradores para los animales bajo cuidado humano, no solamente es ético, sino que parece fundamental para evitar el desarrollo de trastornos psiquiátricos y conductuales, así como para su tratamiento.