De saberes y creencias en un contexto de aprendizaje académico

En el contexto de una investigación que actualmente coordino, en una de mis clases acordé con los estudiantes que Introducción a los Métodos de las Ciencias Sociales, que imparto en la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación de la Universidad Veracruzana, realizar una actividad de enseñanza que permitiera reflexionar sobre la importancia y diferencia entre el conocimiento práctico y el académico; para lo cual les propuse organizarnos en grupos de trabajo que permitiera la indagación, la consulta y apropiación de información relacionada con distintos tipos de saberes: desde los religiosos, místicos o paranormales a los racionales ligados al conocimiento disciplinar o académico y científico.

La otra parte de esta estrategia áulica, fue conformar equipos que permitieran configurar un espacio de diálogo y discusión a partir de los tipos de saberes que detrás de esta propuesta contemplaba podían reconocerse. El objetivo de aprendizaje era hacer asequible y comprensible el papel que juega la información en el proceso de aprendizaje que como sujetos de conocimientos hemos vivido desde siempre y la forma en que hoy día, distintas narrativas que circulan a través de agencias de mediación, como serían los medios de comunicación convencionales y las tecnologías digitales, promueven, cultivan y abonan a formas de entendimiento del mundo que pasa por una multiplicidad de narrativas, no siempre legitimadas en la academia; pero que llegan a representar cierto tipo de epistemologías ilustrativas de esa pluralidad y diversidad que nos caracteriza como sociedad o cultura.

El Día D, al particularizar la estrategia de la sesión, les pedí a los equipos que nombráramos a un moderador que condujera la puesta en escena, para que también los equipos definieran quién pudiera guiar la participación de cada uno de ellos. Así, mientras hubo dos equipos que trabajaron con mitos ancestrales, creencias religiosas, místicas y paranormales, otros dos asumieron una postura favorable a los llamados conocimientos formales, académicos, racionales o científicos.

Si bien es cierto, como académico, quería tener un acercamiento a la forma en que mis estudiantes se apropiaban de información para defender una y otra postura, también quería descubrir con esa actividad, algunos saberes y ángulos asumidos por estos universitarios que, además, me permitieran tomar decisiones frente al diseño metodológico del proyecto Mitos, creencias, espiritualidades emergentes y nuevas expresiones de fe. Acercamientos a las mentalidades en América Latina que venía planeando; lo cierto es que esto también me permitió confirmar los dominios cognitivos y discursivos que había visto en un puñado de jóvenes a quienes más tarde terminaría por invitar a colaborar en este estudio.

Lo que me gustaría destacar en este puñado de reflexiones, son las heterogéneas y diversas creencias que hoy circulan por ahí, las mismas que son alimentadas por narrativas que, si bien algunas tienen un componente histórico-ancestral, lo cierto es que otras son emergentes y gracias a las tecnologías digitales, vienen sedimentando creencias entre algunos grupos humanos, que -en ellas-, encuentran respuestas a sus dilemas e inquietudes personales.

Es justo en el contexto de nuestra actividad, que pude confirmar el valor emocional e intelectual que tienen creencias con relación a tópicos ligados a leyendas como las de La Llorona, Los Chaneques o en torno a los fantasmas, los extraterrestres, el satanismo o Dios; incluida la cercanía a teorías conspiracionistas como serían las de los Iluminatis o los Anunakis. Por otro lado, la propia formación académica y disciplinar de los universitarios que participaron cuestionando tales creencias, permitió reconocer los alcances argumentativos para poner en tela de juicio narrativas que escapan a la razón convencional forjada desde un raciocinio cultivado en los procesos educativos que han vivido.

Junto a estos apuntes, llamaría la atención sobre una observación que hizo una estudiante que me pareció particularmente interesante, pues siendo la que mejor postura argumentativa observó al destacar las diferencias entre el conocimiento formal y el ingenuo, al cierre de su participación, destacó algo que sin duda muestra una postura aleccionadora en el contexto del aprendizaje esperado con la implementación de esta actividad de enseñanza: palabras más, palabras menos, destacó que en la ciencia también hay creencias y estás se vinculan a las construcciones teóricas, pues mientras una teoría no esté confirmada o validada por los investigadores, tienen como base una creencia académica. Es decir, dejaba ver que en las ciencias también hay mitos, a lo que se le puede agregar también el papel dogmático que algunas posturas científicas llegan a alcanzar; por lo tanto, bastante cercado a la dimensión dogmática de otras creencias.

Tras escuchar un puñado de argumentos fundamentados que hizo esta joven y los comentarios que esto suscitó, me correspondió decirles que -justamente- hubo un epistemólogo que llegó a plantear que el conocimiento científico también tenía como base un puñado de creencias, por lo tanto, como tales, llegan a relacionarse con actos de fe que devienen muchas veces doxas y convenciones académicas. No les di el nombre de tal pensador, sino que les pedí que investigaran quién había sido.

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