La lectura ausente… y aun así…

Hace unos días, en una de mis sesiones tutoriales, una estudiante, al hablarme de los proyectos en los que participaba en la facultad de Ciencias de la Comunicación, de la Universidad Veracruzana, con entusiasmo, refería un par de ellos: uno era sobre cultura y el otro sobre la lectura. En el primero, el objetivo era gestionar espacios que favorecieran la realización de actividades culturales en donde los propios estudiantes pudieran hacer visibles sus creatividades; el otro, hacer de la lectura una experiencia que favoreciera el aprendizaje y el conocimiento entre los jóvenes universitarios.

En el segundo de los casos, me decía que su proyecto era motivado tras reconocer que muchos de sus compañeros de la facultad, no tienen hábitos de lectura como tampoco ejercen su práctica, ya que cuando se ha dado el caso, ha podido reconocer que no saben leer. Sus ojos me hicieron ver su asombro, por lo que apunté que no se preocupara, que si bien eso era evidente (no leer y, por lo tanto, no saber hacerlo), esto es resultado de lo que hemos dejado de hacer los profesores, quienes -además- cada vez menos leemos (asumo esta voz por pura solidaridad comunitaria) y, por lo tanto, hay quienes no saben leer.

A partir de allí, hablamos de algunas experiencias que en la propia facultad hemos tenido al respecto de la promoción, la mediación y la práctica de la lectura. Refería el proyecto que tuvieron un par de colegas amigas hacen algunos años, quienes creativamente lograron armar un proyecto que tuvo resonancias entre un puñado de estudiantes; así como también, la oportunidad que tuve, durante algún tiempo, de promover la lectura, tomando como puntos de referencia la música y la vida cotidiana.

Y es que es cierto, y si bien tampoco es nuevo al ser un fenómeno que viene observándose en México desde hace varios lustros, el promedio de lectura, aun en el mundo digital y las llamadas Sociedades de los Conocimientos, apenas rayan los 4 libros en promedio leídos por universitarios (mujeres y hombres), por lo menos hasta el 2022. De allí que no sorprenda que en nuestra facultad, cuando se le pregunta a un estudiante sobre lo último que está leyendo, sean los menos quienes pueden responder, como tampoco puedan dar el nombre de algunos autores que en su campo de formación les sean una referencia.

Es decir, este mundo donde la lectura está ausente, el mismo que ha sido modelado por nosotros los adultos, entre los pendientes que se tienen es encontrar las formas para que la lectura sea -como lo refieren algunos autores- una suerte de práctica social, al ser uno de nuestros hábitos cotidianos, desde los cuales aprender y relacionarnos con el mundo.

Esto no quiere decir que los estudiantes no lean, sí leen, pues los soportes digitales son espacios, medios y formatos a través de los cuales se informan, sin embargo, la economía en el lenguaje, como también la prevalencia de la imagen y lo sonoro, han configurado un universo digital a través del cual las nuevas juventudes se acercan a la información, se la apropian y la comparten. Sin embargo, la dimensión estética, placentera y cognitiva nunca podrá ser la misma si no se liga a la literatura. Es cierto, lo digo desde mi singular ignorancia, pero como docente universitario y alguien que hace de la lectura un parte vital en su vida, lo intuyo al dejarse entrever en las aulas.

En ese contexto, no son pocos los autores que vienen señalando sobre los problemas que ante la falta de lectura tienen los universitarios, quienes suelen obviar o no entender las instrucciones que se les dan para cumplir con alguna actividad; lo que no deja de sorprender al revisar y retroalimentar lo que la mayoría de los estudiantes termina por entregar. Incluso, en esa misma semana a la que me refiero, en clases, una estudiante me dijo que no continuaría con su trabajo recepcional, pues hay algunas cosas que no entiende, incluso palabras que -en ocasiones empleo- y termina por no comprender. Reconociendo que eso es por la falta de hábitos de lectura, por lo que prefiere abandonar la elaboración de su trabajo recepcional y optar por una mención honorífica, pues tiene el promedio para acreditar experiencia recepcional por esa vía, ya que su aprovechamiento ha sido alto.

Así las cosas. Los universitarios leen, pero no lo que uno quisiera que leyeran, sobre todo una lectura ligada a la adquisición de una cultura general -como dice mi esposa-, algo que considero debiera ser una obligación, pues la ignorancia que tienen las nuevas generaciones sobre cosas que antes era natural se conocieran, hoy están ausente en sus aprendizajes. Junto a esto, es posible reconocer también que la mayoría de nuestros universitarios, no ha tenido una experiencia de admiración, de asombro, de contemplación frente a un texto que les sorprende en su arquitectura, por la metáfora que empleada, la analogía con que una frase cobra personalidad y significado, la composición de una idea que maravilla por lo que sugiera y está detrás de lo que un autor escribe.

De allí que en una charla que di en una universidad recientemente, me haya agradado escuchar a un estudiante preguntar cómo hacerle para que los universitarios lean más libros, pues él ya había concluido uno y estaba feliz. Hice una serie de sugerencias sin demasiado énfasis, destacando que uno de los problemas es que ahora es difícil que en los hogares mexicanos haya algo que leer en formato impreso, pues ni periódicos, ni revistas semanales, suelen ser parte de los consumos de la familia mexicana, como tampoco la costumbre de leerle en las noches a los niños y mucho menos a nuestros abuelos.

En ese contexto, la ausencia de lectura es un mal endémico en nuestra sociedad y con graves resultados entre los universitarios, los mismos que el día de mañana (en medio de su desinformación e ignorancia como espacio común desde el cual relacionarse con su vida), serán quienes administren un mundo que, de por sí, se cae a pedazos. Y aun así, siguen egresando de nuestras universidades, incluso alcanzando promedios de excelencia.

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