El Milanés de ayer… el de siempre

Si la memoria no me falla, la primera ocasión que escuché su música, fue en mis años de bachiller, cuando en aquel programa que para un servidor fue especialmente importante, Música y algo más, conducido por Sergio Romano y un par de colaboradoras, algunos cantantes interpretaban sus canciones: Matty Bello, Caíto, Martha Isabel, Dos mujeres, entre otro que ahora no recuerdo. No obstante, fue hasta la interpretación de Guadalupe Pineda de la pieza «Te amo» (Yolanda, el título original, y sin duda una mítica canción del romanticismo latinoamericano), que sería una referencia para el gran público.

Aun con estos recuerdos de mi primera juventud, sería ya como universitario, cuando tendría acceso a más de su música, de la mano de algunos entrañables compañeros, entre los que destacaría a Blanca Aquino, una amiga que de -vez en vez- nos invitaba a su casa, para degustar algún bocadillo y alipuces oaxaqueños, pero sobre todo, a repasar la obra de este cantautor cubano.

Así, de poco a poco, fui haciéndome de su discografía (bueno en aquellos años, más bien eran los casetes), así llegaría a conocer un «disco», que para mí sigue siendo imprescindible: Pablo MIlanés (1976), con canciones profundamente inolvidables: «La vida no vale la nada», «Para vivir», «Llegaste a mi cuerpo abierto», entre otras; a las que se sumarían años después otro disco que me gustó mucho: Yo me quedo (1982), donde viene la mítica «Yolanda», pero también «Amo esta isla» o «Yo me quedo».

Total, que junto a Silvio Rodríguez, Noel Nicola, Vicente Feliu, Amaury Pérez, Carlos Varela, fui haciéndome aficionado a una propuesta musical conocida como Nueva Trova Cubana, donde sin duda Rodríguez y el propio Milanés, serían quienes encabezaron un movimiento que, sin dudarlo, fue un punto de inflexión en la cultura popular y musical de América Latina; incluso al convocar la atención de algunos compositores y cantantes ibéricos, como serían los casos de Víctor Manuel Santa Cruz (con quien hace un En directo) y Sabina, quien -incluso-, lo acogió en su casa durante algunos años, en aquella época cuando las leyendas urbanas alrededor del jiniense, muchos de sus amigos, no solo tenían «derecho de picaporte», sino que disponían de una llave para que entraran a su casa como si fuera la suya propia.

Como suele ocurrir, la obra es Pablo Milanés, se sumó a mi aprendizaje sentimental, a mi forma de entender porciones de mundo, pero también reconocer que como escucha podía ser exigente como aquello que, a través de la radio o la TV solía escuchar.

Vendrían con los años un par de discos a los que le guardo especial cariño: Principio y final de una verde mañana (1985) y uno que produce junto a su hija Haydee Milanés (2017) titulado Amor. En el primer caso, se percibe un giro en la composición, incluso en la instrumentalización de cada una de sus piezas, para que en el segundo, pueda también reconocerse una revitalización y puesta al día de un ramillete de canciones de diversa manufactura como de periodos inspiradores diversos.

Vayan estos recuerdos y reconocimiento a un cantautor que se nos ha ido, pero que siempre será en Querido Pablo (q.e.d.)

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