Ocio y memoria musical en el confinamiento I

A Silvia,  mi esposa.

Mujer a la que amo y admiro todos los días

 

Fue hace algunas semanas cuando en una charla de sobre mesa, nos quedamos hasta entrado el mediodía con mi hija Ximena, Silvia y yo conversando sobre la importancia que en nuestra educación sentimental y el aprendizaje musical, había tenido nuestra familia y la misma TV.

De lado de Silvia, haber crecido en el rancho (como ella le llama a aquel sitio donde pasó su niñez en aquel lugar enclavado en sotavento veracruzano), donde por las tardes solía escuchar la radio, gracias a una grabadora que tenía su mamá, momentos que recuerda desde muy pequeña -dice ella-, especialmente con aquella imagen que tiene en sus recuerdos, cuando cruzaba un riachuelo montada a caballo y sostenida por uno de los brazos de su papá, mientras que con la otra mano cargaba la grabadora.  Pero también la música que escuchaba su hermana Dora, gracias a quien tuvo oportunidad de conocer las propuestas de alguno de aquellos grupos que desde los 70 y hasta los 80 solía escuchar en casa, junto a algunos cantantes argentinos que por entonces llegaron a México para hacer la delicia de los oídos de aquel público. 

En el mío, gracias a mis padres, sobre todo Don Checho (como le digo a mi papá), quien por costumbre escuchaba música caribeña bailable o a tríos del periodo romántico mexicano; mientras que mi madre (doña Lucre) prefería oír música  más cercana al pop. En aquel aprendizaje también mi abuela Elda quien, además de traerme a estudiar a Veracruz, afianzó en mí el gusto por el bolero y la balada de los viejos cantantes latinoamericanos; caso contrario al de mi abuela paterna, doña Tema (espero en algún otro momento hablar de su extraño nombre: Epistema), quien me acercó a la música más de arrabal como al rocanrol sesentero en español.

Pero en ambos casos, le decíamos a Xime, hubo un programa en la televisión pública mexicana, que para Silvia y quien escribe fue importante: Siempre en domingo conducido por Raúl Velasco, aquel programa dominical que se enlazaba tras la hora de México, magia y encuentro que se transmitía por canal 2 para que, durante algunas horas de la tarde y la noche, el público mexicano pudiera ver en su programación a los cantantes que -entonces- estaban de moda.

Por aquellos años de finales de los 70 y buena parte de los 80, las opciones musicales pasaban -preferentemente- por aquel programa, así que millones de mexicanos nos habituamos a sentarnos en las tardes domingueras y después del futbol del mediodía para reposar la comida, a ver un programa que se centraba en la presentación y promoción de cantantes ibéricos, latinos y mexicanos (y uno que otro anglosajón) de la vieja como de la nueva guardia. Si bien se combinada con una serie de actividades que podían ser culturales, artísticas o comerciales, el corazón de la propuesta era presentar a cantantes, quienes interpretaban un par de canciones y venía el siguiente, aderezado con algún comentario, alguna entrevista o alguna nota vinculada al intérprete o cosa parecida. 

Así, nos tocó ser testigos de la emergencia del rock en español, de la aparición de las agrupaciones juveniles músico vocales, del Festival OTI, del concurso Juguemos a Cantar o Valores Juveniles Barcardi (El abuelo y papá de La Academia y similares); sin dejar de mencionar el fenómeno mediático que, con cada visita de Julio Iglesias al país teníamos oportunidad de testificar: largas filas de mujeres y hombres que hacían vallas a lo largo del trayecto que iba del aeropuerto a su primera parada; lo que después se repetiría con grupos juveniles como Menudo. 

En fin, que en silencio y en ocasiones sonriendo y haciendo algún comentario, mi hija escuchaba a unos padres que, emocionados o con la propiedad de algún momento, hacían algún apunte con relación a su aprendizaje musical como de esa memoria que se ha alimentado del recuerdo y que, gracias a la magia de la tecnología, sigue vivo y oxigenado con la revisita que hacemos a alguno de los cantantes que escuchábamos en los viejos discos de acetatos o casetes, algunos de los cuales tuvimos oportunidad de ver en Siempre en Domingo. 

Sin duda, una experiencia musical que ha contribuido a definir lo que hoy queremos y hemos podido ser; y en donde la mediación ha pasado por una oferta musical que también encontró en Notitas musicales, Teleguía o El Cancionero Picot, medios a través de los cuales difundir su propuesta; la misma que por herencia y/o convencimiento, fuimos adquiriendo y haciendo nuestras a través de nuestras familias. Abuelos, padres y hermanos que contribuían a darle sentido a una atmósfera que nos rodeaba. A la de Silvia, con los matices propios de un entorno natural, donde seguro los pájaros, los grillos, las aves de corral, le ponían su toque. En el caso de este quien les escribe, porque lo nocturno se veía acompañado de los discos que sonaban en las rocolas de los cabarets y cantinas que circundaban la casa de mis padres.

Hoy que recupero estos apuntes, tras la charla que hemos tenido en casa en medio del confinamiento sanitario, aquellos recuerdo y esta memoria de la que ahora echo mano para saldar algunas cuentas, se aviva y revive gracias a la oferta que hoy la industria musical a través del llamado streaming, sigue proponiendo, pero donde estos servicios de oferta on line vienen jugando un protagonismo que se agradece, al permitir que a un click y como parte de una nueva experiencia de consumo musical, podamos escuchar a aquellas viejas melodías, pero también a armar nuestras propias playlist. Algo que que ha permitido que en la última lista que estoy armando, se entrecrucen lo personal y entrañable, intérpretes como Serrat, Miguel Gallardo, Milanés, Pedro Guerra, Camilo Sesto, Palito Ortega, entre una docena de cantantes que, de otra forma no sería posible, algo sobre lo que quiero reflexionar también.

Pero como decía una histórica veracruzana de nombre Lolo Navarro: esa, es otra historia, de la que he de hablar en la siguiente entrega.

 

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