Núm. 3 Tercera Época
 
   
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Adrián Mendieta
METÁFORAS DE LA LUZ
 
 
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El autor insiste mucho tanto en la negación de la existencia de Eldorado por Aguirre como en su rebeldía contra el rey Felipe de España y su sueño de un Perú independiente, revelándose así como precursor –poco apreciado por los próceres de la Independencia con la excepción de Bolívar– de la Libertad de América Latina. Quizá sea la primera novela histórica latinoamericana escrita desde una perspectiva criolla, no europea.

El realismo mágico de Uslar Pietri consiste en atribuir a los soldados la creencia, fortalecida por el deseo de enriquecerse, en el Eldorado, y los diálogos de los personajes de la novela repiten este mito en múltiples versiones, fortaleciendo así la energía sobrehumana desplegada para realizar la fatigante hazaña.

El personaje de Aguirre adquiere una funesta magnitud de espíritu malo y diabólico. El narrador no explica el porqué del carácter, su inescrupulosidad hacia las vidas de sus compañeros, su placer de matar, su desconfi anza mortal que condena al garrote cualquier resistencia o deserción. No hay ninguna explicación biográfi ca o histórica de su personalidad, empezando la trama con la expedición amazónica, omitiendo sus antecedentes: la novela no se llama Lope de Aguirre, sino El Camino de Eldorado. De ahí la magia que irradia este personaje enigmático. Mágico es el carisma, el poder psicológico que ejerce Aguirre sobre sus soldados. Maravillosa, inaudita, atrevida e irracional locura es su proyecto de un Estado independiente. Con tal protagonista, la novela se adelanta a las novelas del dictador, de El otoño del patriarca de García Márquez y El recurso del método de Carpentier.

Otero Silva reescribe en su novela Lope de Aguirre, príncipe de la libertad (1979), al contrario de Uslar Pietri, toda la vida de Aguirre en una especie de biografía novelada. Cabe preguntarse por qué estimaba necesaria Otero Silva esta reescritura después de la novela de Uslar Pietri sobre el mismo personaje histórico y con los mismos sucesos y personajes.

La diferencia es que Otero Silva no relata sobriamente la historia, sino que produce la impresión en el lector de una pesadilla, de un sueño. Además su relato adquiere la dimensión de lo grotesco: grotesca es la fl ota de navíos consistente de embarcaciones autoconstruidas, un bergantín, 3 lanchas, 40 embalses, 100 canoas, una hueste de 300 soldados españoles, 3 monjes, 18 concubinas y prostitutas, 24 negros, 600 criadas indígenas, 27 caballos y multitud de armas.

También, a diferencia de Uslar Pietri, Otero Silva expresa con impresionante dominio del lenguaje y en retórica brillante la locura de Lope de Aguirre. Además, destaca por la pintura expresiva, plástica, colorida, tanto del río embravecido como de la violencia, energía y soberbia sobrehumana del protagonista en una pintura dramática y a la vez lírica con un contrapunteo refi nado entre hombre y naturaleza.

Años más tarde, ya terminado el boom de la nueva narrativa latinoamericana, aparece en 1985 la novela post boom del colombiano Gabriel García Márquez: El amor en los tiempos del cólera, que escenifi ca dos viajes en el Magdalena, el gran río mágico de Colombia, su Amazonas u Orinoco que desempeña un papel importante en la historia del país y en la obra garcíamarquiana: El Libertador Simón Bolívar efectuó su último viaje, su viaje hacia su muerte, de Santa Fe de Bogotá a Santa Marta, en el Magdalena, viaje fl uvial descrito por el Nobel colombiano en su novela El general en su laberinto (1989). El propio autor, nacido en la costa del Caribe, partiendo de Cartagena de Indias, respectivamente Barranquilla, iba a Bogotá en barco en el Magdalena para empezar sus estudios en la universidad de la capital.

El amor en los tiempos del cólera no es una novela histórica, sino una historia grotesca de un amor que sólo en edad avanzada de los amantes se realiza, en un viaje de luna de miel en el Magdalena, escrita como una novela de entregas con rasgos melodramáticos y al estilo de la gran ópera. Ya se había acercado al primer tema en la costa caribeña, cerca de su lugar de nacimiento y de su primera juventud, apoyándose en el folclor marítimo, que había conservado la memoria de los ataques y saqueos del brigante inglés Francis Drake. De este fi libustero se dice en Cien años de soledad (1967) que en la ciudad de Riohacha en la costa Norte Drake se había complacido en “el deporte de cazar caimanes a cañonazos, que luego hacía remendar y rellenar de paja para llevárselos a la reina Isabel”. De Walter Raleigh, en cambio, escribe García Márquez en el cuento “El ahogado más hermoso del mundo” que tenía “un guacamayo en el hombro, con su arcabuz de matar caníbales”. Caníbal es deformación lingüística de “caribe”, una tribu indígena antropófaga exterminada por los fusiles blancos. Pero quizás no eran indios caribes, sino las vacas marinas, animales cuya historia literaria acabamos de escribir y que continúa escribiendo el propio García Márquez.

Escenifi ca en El amor en los tiempos del cólera (1985) dos viajes de su protagonista Florentino en el Magdalena con la diferencia de una década: en el primero, el capitán del buque “prohibió la distracción favorita de los viajes de esos tiempos, que era disparar contra los caimanes que se asoleaban en los playones (...).” Para este capitán del siglo XX estos animales del Magdalena eran, como hacía cuatrocientos años para Colón, con toda seguridad mujeres: o amazonas o sirenas, los buenos espíritus del río Magdalena. También para Florentino durante su primer viaje a lo largo del Magdalena:

Los días se le hacían fáciles sentado frente al barandal, viendo a los caimanes inmóviles asoleándose en los playones con las fauces abiertas para atrapar mariposas, viendo las bandadas de garzas asustadas que se alzaban de pronto en los pantanos, los manatíes que amamantaban sus crías con sus grandes tetas maternales y sorprendían a los pasajeros con sus llantos de mujer.

 

 
 
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