Fragmento de la nueva novela del poeta Javier Sicilia, ‘El fondo de la noche’.
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Ciudad de México (22 marzo 2012).- El bosque de Borice olía a pino. Aunque los pulmones de Kolbe estaban seriamente dañados, su olfato capturó una brizna de frescura y por un momento el horror desapareció para hacer brotar el paraíso del suelo insalubre de Oswiecim. La presencia de aquel universo hecho de verdes, azules, amarillos envueltos por el viento de la mañana y el trino de los pájaros acentuaban más el absurdo en el que los nazis querían encerrar el mundo de los hombres: Dios hacía salir su sol sobre buenos y malos y tal vez, desde donde estaba, debía mirarlo como los hombres miraban un montón de hormigas devorando un grillo sobre el maravilloso equilibrio de un inmenso y hermoso campo. Vivir en ese paraíso –pensó Kolbe mientras el aroma y el rumor del viento que llegaban por pequeñas oleadas a su olfato y a su oído lo hacían olvidar el furor que el encuentro con Krott le había despertado– era muy simple. Pero los hombres habían preferido destrozar el equilibrio en nombre de todo tipo de abstracciones y velarlo. Quienes creyeran que estaba perdido, se equivocaban: se encontraba allí, delante de sus ojos, envolviéndolo todo. Bastaba con que quisieran mirarlo para que inmediatamente apareciera en toda su belleza. El pecado era simplemente el orgullo que, en nombre de la interpretación, velaba los ojos y rompía el misterio de la relación.
Krott dio varias órdenes y Kolbe, apartado bruscamente de su intimidad, se dio cuenta de que el cuerpo le dolía y de que en un claro del bosque, hacia donde los SS los empujaban, había algunos cobertizos bajo los cuales había hatos de estacas, leña, hachas y carretillas. El trabajo al que los llevaban consistía en cortar árboles y llevarlos del bosque al cobertizo y del cobertizo a una cerca que se encontraba a doscientos metros del lugar. Lo absurdo de todo aquello no era sólo que se realizaba en el centro del paraíso, sino que, a pesar del gran número de carretillas, los prisioneros estaban constreñidos a llevar los troncos sobre sus espaldas.
Al morir Tomás Segovia recordé dos imágenes suyas de los años setenta. Una pareja camina por la avenida Orizaba, cerca del antiguo Colegio de México. Van abrazados, brincando grandes trechos, borrachos de alegría como novios adolescentes. Ella lleva un vestido color caqui, es rubia, juncal y hermosísima. Él posee el rostro de un noble caballero español y podía haber sido modelo de Velázquez de no ser por el atuendo juvenil y la cuidada cabellera sesentera –oro a veces, otras plata– que ondulaba a su paso. Eran Tomás y Mary. Ella debió de estar en sus veinte y él cerca de sus cincuenta, pero la estela de su amor me ha llegado hasta ahora.
Leer demanda hoy nuevas aptitudes: el nativo digital pone en juego recursos que el nativo libresco no utilizaba.La perspectiva histórica demuestra que las revoluciones en los modos de leer han tenido que ver no solamente con las innovaciones técnicas de los dispositivos, sino con las formas culturales adquiridas por los lectores. Así, el historiador francés Roger Chartier señala como cambios revolucionarios el paso de la lectura en voz alta a la lectura silenciosa, del rollo al códice y de la lectura intensiva a la extensiva. En la Escolástica, un singular período de la Edad Media, se dio el paso de una lectura intensiva de los mismos textos una y otra vez al punto de ser memorizados –manteniendo una relación de reverencia hacia el libro como lugar de lo sagrado–, a una lectura extensiva, donde se leían de modo superficial e irreverente muchos textos de diverso tipo. Incluso los Humanistas habían desarrollado un sorprendente artilugio, denominado “rueda de libros”, mediante el cual se podía acceder a varios libros abiertos en páginas predeterminadas para leerlos todos a la vez. Sin dejar de reconocer el efecto de la imprenta de Gutenberg en la multiplicación de los libros y el consiguiente mayor acceso a los mismos, el último gran cambio señalado por Chartier tiene que ver con el paso del libro a la pantalla. Podemos afirmar que el texto electrónico reúne las características del rollo (scroll en inglés no solamente quiere decir “rollo” sino que designa al tipo de desplazamiento que hacemos en el monitor para leer) y también del códice, al hacer clic en una “página” para avanzar hacia otra. Internet, a la vez, es escenario de una nueva lectura extensiva. Si antes este tipo de lectura fue potenciado por la imprenta, ahora, la World Wide Web lo extiende hasta límites insospechados. ¿Qué tipo de lectura realizan los jóvenes en la pantalla? ¿Es comparable al modo de leer el libro impreso? Para responder a este interrogante, desarrollé una investigación cuali-cuantitativa que incluyó una serie de entrevistas en profundidad, cuyas conclusiones fueron extrapoladas luego a una encuesta representativa con chicos de 14 a 18 años que concurren a la escuela media de la ciudad de Buenos Aires, tanto a establecimientos de gestión privada como estatal y de distintos niveles socioeconómicos. Se estableció una comparación con adultos, en este caso, docentes de ese mismo nivel educativo.