Entrevista

Danza, especie de «locura controlada»: Rodrigo Angoitia

  • El académico ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte
  • Es la segunda ocasión que obtiene este estímulo
  • Quienes deciden dedicarse profesionalmente a la danza enfrentan barreras familiares, sociales y económicas, opinó

 

Es coreógrafo, bailarín y académico de la Facultad de Danza

 

Karina de la Paz Reyes Díaz

 

25/01/2018, Xalapa, Ver.- El coreógrafo, bailarín y académico de la Facultad de Danza de la Universidad Veracruzana (UV), Rodrigo Angoitia, ingresó al Sistema Nacional de Creadores de Arte (SNCA) del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) en la categoría de Composición en su edición 2017.

Es la segunda ocasión que logra el estímulo que otorga el Estado mexicano por un periodo de tres años; la primera fue de 2010 a 2013.

Angoitia, académico de la UV desde 2010, es originario de la Ciudad de México y desde 1996 radica en Xalapa. Estudió técnica Graham con Antonia Quiroz y Jaime Blanc; danza clásica, con Javier Torres y Oscar Ruvalcaba; actuación, investigación y análisis de movimiento, con Abraham Oceransky, Sonia Fernández y Beate G. Zschiesche; danza Butoh, con Ko Murobushi y Natsu Nakajima.

En entrevista con Universo, el también director del proyecto Estudio 28 –que fundó en 1997 con la coreógrafa alemana Beate Zschiesche– calificó a la danza como una «locura lúcida en la que encontramos esa naturalidad que se pierde cuando nos volvemos civilizados, pero sobre todo es la vía legítima hacia el placer».

Asimismo, habló de las limitantes que la disciplina enfrenta en el país y sobre las instituciones que forman bailarines profesionales, como la UV.

 

¿Qué le detonó su interés por la danza?

De adolescente me percaté que había perdido cierta libertad corporal que tenía de niño. En ese entonces ya tenía una inclinación hacia las artes y me proyectaba hacia la pintura, la música y las letras.

Pero en un momento me di cuenta de que tenía que hacer algo loco; porque para mí así era la danza. Esto fue un poco intuitivo y casual. En ese entonces mi hermana audicionó para los grupos pilotos de la escuela del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y yo dije “eso es lo loco”.

Me fui con ella a la audición, ahí tuve que conseguir mallas porque llevaba sólo mis shorts y me seleccionaron. A partir de ahí todo vino muy rápido, porque en esos años de la década de los ochenta surgieron los grupos independientes.

Después de un año me di cuenta que la danza me movía mucho y decidí entrar a la Escuela del Ballet Nacional de México. A los dos años el coreógrafo Raúl Parrao me invitó a participar en el Premio Nacional de Danza y lo ganamos. Entonces, digamos, a los 18 años comencé mi vida profesional.

 

¿Sigue considerando a la danza algo loco?

La danza es una especie de locura controlada. Existe cuando hay mucha emoción, exaltación o sublimación. En la antropología teatral se define como el comportamiento extracotidiano. De alguna manera, es una locura lúcida.

 

¿La disfruta como en sus inicios?

Sí, porque dentro de la danza hay una naturalidad que perdemos al volvernos civilizados. Pienso que es una locura normal. Es una recuperación de la animalidad y el instinto.

 

¿Es fácil dedicarse a la danza de manera profesional en México?

No es sencillo. Hay que superar distintas barreras, casi siempre la primera es la familiar, salvo los que son hijos de bailarines o tienen contextos afines.

La danza sigue cargando con un espectro de peyorización social; nos gusta mucho, pero cuando se trata de tu hijo piensas que se volverá gay. Se proyectan algunas neurosis sociales, por eso creo que el tema del cuerpo sigue siendo tan delicado.

Tengo la teoría de que la danza ha ido logrando la liberación de su instrumento, el cuerpo, de una manera más tardía.

Porque no es lo mismo que un artista gráfico dibuje en un papel un cuerpo desnudo o de cualquier otra manera, que ver un desnudo efectivo o a alguien enloquecer por medio de la danza-teatro con una energía física desbordada. A la sociedad todavía le cuesta reconocer nuestros aspectos instintivos ligados al cuerpo; hay un espectro de control y prejuicios.

También para las mujeres es difícil. He tenido colegas cuyas familias les han condicionado “la danza o tu casa”. Es una situación ambigua, porque a la sociedad le gusta mucho la danza. Considero que son aspectos que debe revisar la psicología.

 

¿Qué otras barreras hay?

La social. Por ejemplo, cuando llenas un formulario e indicas que eres bailarín, no te toman en serio. Se ve como una actividad muy simple.

Otra barrera es la económica. Dedicarse profesionalmente a la danza es complicado, especialmente a la danza de arte, y hay que generar estrategias diversas. Yo he trabajado en discotecas, en la calle. Es muy complicado.

 

¿Vislumbra algunas mejoras?

Sí, claro. Por ejemplo, está el apoyo del Fonca, que me llega después de 33 años de carrera. Eso me ha rescatado en un par de ocasiones del colapso absoluto; porque además hay que dedicarse realmente de lleno a la danza para trascender.

También está la autogestión, el inventarse opciones de trabajo. Eso es lo que hay que fortalecer y creo que diversificar las posibilidades de trabajo es una de las cuestiones que hay que construir aquí, en la Universidad.

Por ejemplo, ahora hay un movimiento fuerte e interesante de hip-hop. Es interesante porque es una danza de características viriles, cuando casi siempre se le ha considerado como algo femenino. La vía sería abrir la utilidad de lo que nosotros hacemos para todos los espectros sociales: adultos mayores, niños, adolecentes.

La danza tiene mucho que aportar y un ejemplo más es que la psicología ha ido profundizando en que todo es psicosomático, entonces un punto de trabajo es entrar desde el cuerpo al conocimiento propio.

 

¿En qué contribuye la danza a la sociedad?

Esto tiene que ver con el proyecto que desarrollaré a través del apoyo del Fonca. Yo veo dos aspectos: que el cuerpo se ve como algo que traemos cargando y nos permite trabajar, a veces determinado placer, pero desde el punto de vista de la danza que podemos resignificarlo.

Me parece que dominan el materialismo y los aspectos de placer que se compran, como si la moneda fuera la que nos llevara a la satisfacción.

Creo que desde el punto de vista religioso o de escuelas metafísicas, nuestro valor más importante es la existencia y se da en el cuerpo, entonces el mayor don al que podemos aspirar es explorar el cuerpo.

Es la mejor manera de conocernos, tener placer y comunicación propia, porque en la danza también hay catarsis y drama, no sólo placer.

Creo que a través de la danza podemos recuperar nuestra humanidad y es una vía para obtener placer de modo legítimo. Te enseña a sentir felicidad y brinda una capacidad de realización, por eso juega un rol importante en el desarrollo del erotismo y el bienestar.

 

Suena romántico considerar a la danza como la vía para llegar al placer legítimo

Hay toda una línea que se ha dado paralela a la religión cristiana y equivocadamente se piensa que el cuerpo es una fuente de pecado; se ha inculcado el miedo al cuerpo y yo creo que desde ahí se pervierte el acceso al placer y el erotismo, por eso hay que resignificarlo.

Además, el cuerpo se considera meramente físico; por eso en mi proyecto retomo elementos de otros pensamientos, como el hindú, que ven al cuerpo como un lugar metafísico, de trascendencia y reflejo del universo, no como entidad aislada.

 

Tres años, tres proyectos

Rodrigo Angoitia detalló que durante los tres años que será parte del SNCA desarrollará igual número de proyectos coreográficos. En ellos, la intención es asociar la danza con la movilidad y con partes específicas del cuerpo para generar poéticas, por ejemplo, “derivar una danza de la acción de barrer, como ocurrió con las danzas que nacieron de actividades como la cosecha o la maceración de las uvas”.

Pero también hay un énfasis en la escenificación en espacios abiertos, como la Plaza Xallitic o algún parque de la ciudad, porque “estamos en una crisis de públicos”.

Detalló que el proyecto que se presentará en 2020, Black in black, “es la necesidad de hacer un proceso de deconstrucción, por eso tiene ese sentido de inmolación del yo, con maquillaje corporal negro como elemento simbólico. Es un proyecto de desnudo, es despojarse para reencontrarse de alguna manera”.

Categorías: Entrevista, Principales