Eeeeehhhhhhh pu….ro fut bol mexicano: de la violencia y homofobia en la sociedad mexicana

Eeeeehhhhhhh pu….ro fut bol mexicano: de la violencia y homofobia en la sociedad mexicana

Por Cuauhtémoc Jiménez Moyo

Visiblemente asombrado, el inefable piojo Herrera, ante la pregunta de un periodista acerca de la recomendación de la FIFA de erradicar de los estadios de fut bol el grito de “eeehhh puuutooo”, el piojo negó enérgicamente que el grito se tratara de una expresión homofóbica. Para el ex entrenador de la selección mexicana, es una expresión que se usa para saludar a los amigos, para expresar enojo o dolor. Nada de homofobia. Nada de violencia. Nada.

A pesar de que es verdad que muchas palabras del español mexicano son polisémicas, no podemos negar que la palabra usada en los estadios y en muchos otros ámbitos tiene una historia. Fue usada para designar a las prostitutas. Como una palabra tan larga no ofende tanto como lo deseaban las buenas conciencias, necesitaban reducirla a una más categórica e hiriente. Su éxito rápidamente posibilitó que se usara aludiendo al género masculino: puto. Pero la palabra en masculino no sólo designa al vendido, al ser “ruin” que vende su cuerpo; la palabra designa al homosexual, al error de la naturaleza, al mejor-desaparece-de-mi-vista. Esto no lo ignoran los cientos de aficionados que gritan al portero contrario cuando este debe despejar de meta. No se necesita ser académico ni historiador para saberlo: cualquier persona en México, de cualquier origen cultural y económico, sabe que la palabra es usada, fundamentalmente, para señalar, para herir, para negar el derecho a ser. Lo polisémico no quita lo homofóbico.

En un país tan violento como el nuestro se vuelve necesario reconocer nuestra pobreza moral, hacer consciente nuestra ignorancia y nuestra violencia y nuestro machismo y nuestra homofobia. Un axioma en psicoanálisis: si el paciente no reconoce ni hace consciencia de su estado, es imposible cualquier camino a la cura. Gritar lo que se grita muestra una herida fundamental en nuestros pequeños corazones: si requerimos herir al otro, dañarlo, señalarlo, reducirle sus derechos, es porque lo han hecho con nosotros. Creer que sólo los de mi barrio, de mi clase, de mi condición son dignos de mi respeto refleja nuestro provincianismo. Necesitamos poner fin al mar carmín que pinta nuestro país. Y se comienza por las pequeñas cosas: por nuestros hogares, con nuestras esposas y esposos, con nuestros hijos, vecinos; en las oficinas, estadios, escuelas. No tendremos esperanza si no hacemos consciencia que hoy día parte de lo pintoresco de nuestro país es reflejo de una podredumbre moral y psicológica que es necesario comenzar a erradicar.