Ensayo estrictamente académico sobre hacer una tesis

I

Hay muchas tesis escritas, de todas las áreas posibles. Hay tesis que han sido defendidas con éxito y que abarcan temas que desafían nuestro asombro. Como ejemplo, nombro algunas que provocaron mi azoro: “Entrevista al vocalista de la arrolladora banda el limón”, o “Esquites instantáneos” o, incluso, “Técnicas y trucos de cómo pasar en el juego de Mario Bros al siguiente mundo”. Elegir un tema para hacer una tesis de grado puede ser similar a elegir el nombre de un vástago. Uno no puede creer que existan nombres como Batman o Disney Landia o el oxímoron Jesucristo Hitler. El nombre de una tesis, puede determinar su destino: o la prestigiosa circulación por PDF y su registro en otros trabajos, o el olvido.

Una amiga, cree que elegir tema de tesis es similar a escoger pareja. Sin duda, debe encontrarse un componente erótico en la elección del tema. No vale la pena avanzar más de primera base si no existe una atracción animal; de igual manera, no hay por qué molestarse más allá de la primera asesoría si el tema no es de nuestro interés: la pulsión que lleva a alguien a pensar que un cuerpo es exquisito es similar a la obsesión por desentrañar una problemática.

Pero de la misma manera que la calentura no es suficiente para construir una relación; un tema delicioso nos lleva, por mucho, al goce de libros y artículos o a uno de los insomnios que se disfrutan: aquel donde la mente susurra pistas que pueden aclarar el enigma. Mi prima psicóloga piensa que en una relación sana con la tesis se crece en muchos sentidos: maduras comprometiéndote con una postura personal, más allá de las ideas de los maestros; te disciplinas, creando hábitos que favorecen el abono a la reflexión y a la escritura; logras tomar distancia de la crítica al texto y no la confundes —un error muy usual— con la crítica a tu persona. Como los soldados que buscaban a Ryan, el único sobreviviente de tres hermanos, hijos de una mujer que los había visto partir a la guerra; así nosotros deberíamos buscar y resguardar de este mundo imperfecto a esos ejemplares de la virtud. Porque lo que abunda es gente que sufre la tesis. Personas que prefieren perder un empleo, pagar una beca ya disfrutada, quedar proscrito de la academia, o, incluso, quitarse la vida, antes que acabar una modesta tesis que nadie lee.

Leí que una de las razones por las que Jessica Small, una joven de 26 años, estudiante de la Universidad de Kent, se quitó la vida, es por la presión de entregar avances de investigación. Un amigo que lee, escribe y argumenta bien, no ha podido terminar su tesis de maestría desde hace más de una década. Se dice que un académico de la UAM se dio a la tarea de investigar por qué no acaban la tesis sus estudiantes y que, por solidaridad con sus informantes, nunca dio por concluido su trabajo. Alrededor de la tesis hay, incluso, colegas supersticiosos que afirman que si el tema te fue sugerido, jamás terminarás. Una amiga cree que el documento debe tener algunas erratas para que cuente con buena suerte en el porvenir: si está perfecta no ganará ningún premio y jamás se publicará como libro. Pero esto es cosa de egolatría de nerds.

II

Más allá de las tormentas emocionales que puede ocasionar la tesis, la cuestión que más ha llamado mi atención data del momento que comencé a asesorar tesis de la Universidad Veracruzana Intercultural (UVI), en Tequila, Veracruz, México. Escuela ubicada en la sierra de Zongolica, recibe cada año estudiantes de toda la región serrana, la mayoría indígenas nahuablantes. Y me asombré como niño ante un acto de magia, que la tesis no significaba en absoluto lo que para mí y mis amigos urbanos significaba. Mientras que algunos de mis amigos, a pesar de contar con evidentes capacidades y conocimientos para realizar un buen trabajo escrito, parecen petrificarse ante la gorgona de la tesis, mis alumnas de Tequila, no parecen temerle. Creo que para ellos, al menos hasta hoy, no es un objeto sacralizable. No terminaban porque contaban con un español escrito apenas legible. De pronto, la tesis viajó de una isla donde habitaba la neurosis, la inmadurez y la egolatría a un puerto desconocido: se convirtió en un desafío intercultural.

El investigador Gregorio Hernández, escribió al respecto en un artículo inusual que se titula Por qué no acaban la tesis: “Es más un problema de incompetencia social que un problema de habilidad psicolingüística o cognitiva, es decir, como profesor de la maestría no puedo negar las limitaciones reales de algunos de mis estudiantes-maestros en tanto escritores, pero no puedo tampoco seguir interpretando sus problemas solamente como un asunto de escasas “habilidades” o “competencias” de escritura.” De pronto estamos ante un Aleph difícil de comprender: la tesis podría ser entendida, también, como una imposición de una cultura escrita ajena a sectores de la población cuyo acercamiento a la lengua escrita se limita a leer nombres de calles o etiquetas de productos, por un lado; o, mucho peor aún, una experiencia que se remonta al momento traumático de proscribir la lengua propia para privilegiar la lengua del poderoso.

III

Pesada carga, desafío aleccionador o imposición colonial, la tesis, como requisito para obtener un grado, tiene larga vida aún. No se vislumbra alguna alternativa que la releve. Yo, por otro lado, he disfrutado hacerla. A diferencia de quienes la sacralizan o de quienes les resulta indiferente o la viven como una coerción, para mí ha sido una amiga paciente. Me señala caminos que explorar, me ha permitido concentrarme en otra cosa más allá de la pandemia, me ha presentado personas excepcionales. Pero algo odio de ella. Ya acabada la versión del avance o del mamotreto final, nos encontramos que no es suficiente aún el esfuerzo hecho, se requiere revisar las citas y la bibliografía. De manera imperdonable, la tesis logra que la palabra infantil apa, que remite a la acción de cabalgar un caballo imaginario, se convierta en un tortuoso estilo de citado. Para quienes habitamos el mundo académico, escuchar APA nos remite a traumas lejanos, que creímos olvidados. Y no contentos con definir un modo correcto de citar, el modelo es actualizado cada año: “¿ya conoces la nueva versión?”; “se han establecido cambios que no puedes obviar”; “puedes citar tuits”. 

IV

Creo que quiero hacer un ensayo sobre hacer una tesis porque, a pesar de mi buena experiencia hasta el momento, tengo más dudas que respuestas. Una de ellas es sobre el estilo: no sé cuál es mi maldito estilo. Se lo confesé a un gran amigo, a lo que me respondió: “lo llevas dentro” No necesito haber nacido en Tepito para advertir que me había albureado. Por supuesto me reí mucho y me pregunté qué tenía que hacer para que mi escritura provocara carcajadas. Perfecto, un elemento más. Mi tesis debe ser clara, profunda, graciosa, convincente y, además, tener un estilo. Claro: ¿algo más?

Recuerdo haber entrevistado brevemente al ensayista Rafaél Toriz sobre las razones por las que no había hecho tesis. Resulta que no hizo tesis sino una memoria. Que para el caso es lo mismo. A la mitad de la conversación virtual, el entrevistado cambió de rol y me interrogó: ¿por qué no haces la tesis de una vez, en lugar de escribir sobre hacer una tesis? Y creo que el cabrón tiene razón. Dejo esto ya.