Leer el mundo contemporáneo o la confianza en los nativos digitales

Leer el mundo contemporáneo o la confianza en los nativos digitales

Por Cuauhtémoc Jiménez Moyo

 

Hace algún tiempo ya, a finales de 2011, se publicó una carta del periodista y profesor Camilo Jiménez, en la que exponía su intención de renunciar a su cátedra de Evaluación de Textos de No Ficción,  en la Universidad Javeriana. La razón de la renuncia, básicamente, consistía en su incapacidad para entender a los nativos digitales. Recordemos que la expresión ‘nativos digitales’ se refiere a aquella generación que ha vivido toda su vida consciente rodeada de avances tecnológicos que han revolucionado la forma de comunicarnos y de entendernos.

Sus argumentos son contundentes: 25 jóvenes en uso de todas sus facultades mentales no pudieron elaborar el resumen de una obra porque han perdido la capacidad de asombro, de concentración, de introspección, de curiosidad y, por si faltaba poco, de crítica. Se trata de jóvenes que consideran que la economía del lenguaje es representada por twiter y que la escucha y la retroalimentación se logran al poner oportunamente un me gusta en face.

Coincido con el orgulloso profesor, sin embargo a mí no me sorprende tanto como a él el fenómeno. Los migrantes digitales, es decir, quienes estábamos acostumbrados a darle cartas al cartero, a buscar información en bibliotecas y a leer libros, tenemos una ligera ventaja –quizá la única— respecto a los nativos: podemos extrañarnos por lo que vemos. Ellos, como lo han visto siempre, creen que esa es la realidad, que esa es la verdad.

Me asombra –a mí, que también soy profesor— la cantidad de cosas que hacen los jóvenes mientras discutimos un tema: revisan y comentan a sus cuates en el face, no se olvidan de su o sus correos electrónicos, revisan algún video en you tube y corroboran o corrigen –en el mejor de los casos— alguna intervención del profesor gracias a google. Me sorprende porque soy migrante y puedo cuestionar la aparente normalidad del fenómeno: ¿realmente hacer tantas cosas a la vez mejora la vida de los nativos?, ¿los hace más felices?, ¿fomenta la convivencia pacífica? O –si queremos ser pragmáticos— ¿los dota de competencias para afrontar un mercado laboral reducido? Cada vez que me pregunto esto mi respuesta es negativa.

La dispersión, la ley que dicta que si has obtenido un resultado a base de esfuerzo eres un tonto, o el principio favorito de la era del consumo, que te vuelve obsoleto si has tenido un bien por más de un año, resumen los principales demonios de los nativos. Como lo de hoy es consumir, deben promoverse sujetos dispersos, con intereses varios (pues hay demasiados productos y marcas que comprar), que no valoren el esfuerzo sino el ingenio para lograr algo con rapidez, tan ensimismados que requieran actualizar su face cada cuarto de hora, tan insatisfechos que requieran cambiar su celular o su monitor cada seis meses.

Y no digo esto por moralista, lo menciono porque lo he vivido, pues los migrantes somos presa fácil para esta vorágine, pues solemos creer que estamos desfaceados si no hacemos lo que el resto: sé muy bien lo que es estar ansioso por no saber qué te pusieron tus cuates a lo último que subiste, o querer una camioneta 4×4 cuando vives en una ciudad pequeña como Orizaba, Veracruz. Sé muy bien lo que es estar en todos lados y en ninguno. Pero gracias a los dioses de las bibliotecas soy migrante y, como todo migrante, puedo comparar. Comparo el nivel de concentración que he tenido al leer Por quién doblan las campanas con el falso gusto que me da ver las fotos familiares de mis cuates; contrasto el asombro que me produjo darme cuenta de que Penélope, esa hermosa mujer, esperó a Ulises 20 años porque lo amaba con el constante cambio de estado amoroso registrado en el face.  Comparar, contrastar, verbos pocos conocidos por los nativos.

Pero los nativos no sólo me producen horror al igual que al profesor de la javeriana, también me producen cierta fascinación: Eduard Snowden, el chismoso más célebre de la historia, es un nativo y, más allá de estar de acuerdo o no con sus decisiones, es un sujeto que no actuó como máquina sino como hombre, como ser humano capaz de juzgar su papel en la historia: tomó una decisión –quizá egoísta— razonada. Nadie podrá dudar que ese sujeto, ese nativo digital, tuvo que sopesar críticamente lo que estaba a punto de hacer, pues su vida podría cambiar –como lo hizo— dramáticamente.

De esta manera, tenemos que la era digital forma zombies pero también sujetos capaces de cuestionar al sistema mismo, ellos solos. Así que, mucho me temo, los zombies se crean sobretodo donde no hay maestros de calidad ni padres preocupados por la educación de sus hijos. Pues los nativos son mujeres y hombres como los migrantes, sólo que ellos no han tenido la oportunidad de comparar: pues lo que nos enseñan en las escuelas por literatura o por ciencia no puede compararse con actualizar tu estado. Los que enseñan arte, ciencia y humanidades, deben ser los mejores para que los nativos realmente comparen. Pues los nativos podrían comparar una rubia exuberante con una hermosa mujer afro, pues la comparación debe consistir en contrastar cosas de valor, pues de lo contrario, la elección resulta muy sencilla.

Así que la decisión –a mi juicio— no debe ser la renuncia, debe ser la preparación y la creatividad de los profesores y, también, el replanteamiento de las figuras paternas para que los padres de familia vuelvan a considerar a sus hijos como entes con los que se convive, a los que se educa, a los que se forma. Seguramente los nativos pueden ser más de lo que podemos ver, con un poco de ayuda podrían superarnos con facilidad: ser más de lo que hemos sido. Quizá –por qué no— con un poco de orientación, podrían incluso, posibilitar la evolución humana.