Universidad Veracruzana

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Fundamentos del programa

Orientación  Investigación

Justificación

La acelerada expansión de áreas caracterizadas por procesos de marginación, segregación espacial, deterioro ecológico y conflictos territoriales requiere comprender la concatenación e interacción –a lo largo del tiempo– de factores, agentes y actores de diversa naturaleza. En este sentido, la investigación académica debe partir de una revisión de los fundamentos epistemológicos y axiológicos implicados en la reproducción de narrativas que apuntan hacia la apresurada generación de soluciones, muchas de las cuales resultan en estrategias ineficaces. Es por esto que la principal apuesta de la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje (METP) radica en el valor del conocimiento científico en la búsqueda del bien común. Como consecuencia, el diseño del programa otorga un gran peso a la comprensión de distintas tradiciones, modelos de investigación (multi, inter y transdisciplinares) y enfoques analíticos (espacio, territorio y paisaje) utilizados en estudios socioespaciales. Sobre esta base, y un sólido aprendizaje metodológico, el plan curricular avanza hacia cursos que reflejan los intereses específicos y las capacidades que el grupo de profesoras y profesores ofrece para la formación de las y los estudiantes.

Así, los propósitos de la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje coinciden con los ejes rectores del actual plan de trabajo de la Universidad Veracruzana –la sustentabilidad y los derechos humanos–, así como de las áreas prioritarias de investigación establecidas por el CONAHCYT, de modo que se constituye en un programa orientado claramente a la investigación de alto nivel, que sin embargo puede generar conocimiento base para el diseño de  políticas públicas.

La METP surge en el seno del Instituto de Investigaciones Histórico- Sociales de la Universidad Veracruzana, producto de la interacción entre cuerpos académicos, investigadoras e investigadores –tanto del propio instituto como de otras entidades Universitarias y particularmente con colegas del Instituto Nacional de Antropología e Historia– abocados a estudiar procesos ocurridos en áreas geográficas específicas. Este intercambio de ideas, planteamientos y hallazgos, dio lugar a seminarios, coloquios, direcciones de tesis y proyectos de investigación compartidos. Sobre esta base, se trabajó en construir un programa de maestría que, sin perder el diálogo con los posgrados ya existentes en el IIHS[1], se enfocara en estudios desde tres distintos enfoques analíticos: espacio, territorio y paisaje.

Contexto social

Al orientarse la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje al análisis de los procesos que ocurren en los espacios, paisajes y territorios, resulta obligado comprender problemáticas contemporáneas, cuyo origen se remite largo tiempo atrás. Estas problemáticas comprenden el incremento en las desigualdades sociales que se reflejan como segregación y marginalización espacial, y que se concatenan con procesos de deterioro ecológico. En este sentido, los egresados de la METP tendrán una sólida formación para analizar situaciones concretas en las que ocurren estos problemas, pero siempre en relación con procesos globales y desde una perspectiva de historicidad e interdisciplinaria.

Para poder estimar el grado de severidad de estos problemas, bastan algunos datos. En 2018, CONEVAL estimaba que la pobreza en áreas rurales de México afectaba al 55.3% de la población (alrededor de 17 millones de personas); mientras que en las zonas urbanas el porcentaje de pobres era menor (37.6%), pero en números netos era prácticamente el doble (35.5 millones de personas).  En este mismo sentido, la marginación en el país se concentra en siete entidades (Oaxaca, Chiapas, Guerrero, Puebla, San Luis Potosí, Veracruz y Yucatán), las cuales albergan al 86.5% de los municipios de alta y muy alta marginación (CONAPO, 2020).

Por otro lado, un estudio reciente (Zaremberg y Guarneros-Meza, 2019) estimó, con base en un análisis hemerográfico, que los conflictos socioterritoriales asociados con la extracción minera, de hidrocarburos, eólicos e hidroeléctricos en México, representaban 879 casos conflictivos asociados con 304 proyectos.

El campo profesional y el mercado laboral

Las y los egresados de la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje METP tendrán una formación teórica, metodológica y ética que les permitirá realizar tareas de docencia e investigación en el ámbito académico, o bien integrarse en equipos de trabajo a cargo de la concepción, diseño o evaluación políticas públicas de carácter espacial o territorial.

Marco legal del programa de posgrado

Los posgrados en la Universidad Veracruzana se rigen por el Reglamento General de Estudios de Posgrado vigente, así como por el Reglamento de Planes y Programas de Estudio vigentes. Este reglamento marca que el objetivo de las maestrías de la Universidad Veracruzana es ampliar los conocimientos, competencias y reflexión, brindando herramientas avanzadas de formación teórica y metodológica orientadas a la investigación, la docencia o las actividades profesionales.

Fundamentación académica.

Antecedentes del programa educativo

La Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje se orienta al estudio de los espacios, los territorios y los paisajes, asentándose sobre tres pilares analíticos: la interdisciplinariedad, la historicidad de los fenómenos y la perspectiva de los sujetos sociales. Desde inicios de la década de 1980, la generación de conocimientos especializados, segregados en disciplinas, ha sido fuertemente cuestionada; lo que ha señalado la necesidad de quebrar las fronteras paradigmáticas (Wallerstein, 1996). La Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje reconoce que un objetivo de este tipo implica algo más que la sumatoria de disciplinas (enfoque multidisciplinar) o de propiciar investigaciones ubicadas en la frontera entre dos disciplinas, pues lo que se requiere es la construcción de conocimiento mediante la articulación dialógica entre distintas perspectivas disciplinares, focalizada en el entendimiento de procesos y problemas de investigación; en este caso, de aquellos que se relacionan con el espacio, los territorios y el paisaje. De esta forma, la propuesta de un posgrado con carácter interdisciplinario apunta a “pensar de otra manera” (García, 2006). En este sentido, Immanuel Wallerstein (1996) considera que las disciplinas aisladas surgieron como parte de los procesos que caracterizan a la Modernidad como sistema histórico y por lo tanto obedecen a su lógica. En esta maestría buscamos entender sus contradicciones y permanencias desde el estudio de la subalternidad, la resistencia, el conflicto y la diversidad.

El posgrado asume que la historicidad implica reflexionar sobre cómo todo acto de comprensión está indisolublemente vinculado con las condiciones históricas (lugar social) de quien pretende estudiarlo (Gadamer, 2017) y que el conocimiento resultante es, a su vez, un constructo social situado en el espacio y el tiempo. En este sentido, resulta también imperativo reconocer la concatenación de procesos y factores que se enlazan a lo largo del tiempo, para expresarse en cambios y continuidades en la realidad bajo estudio. Por tanto, recurrir a la perspectiva de la larga duración, tal y como la definió Fernand Braudel (1958), permite integrar la dimensión diacrónica y sincrónica al análisis.

Finalmente, dar relevancia a la perspectiva de los sujetos sociales implica reconocer el papel que las personas tienen en la creación de la realidad, al mismo tiempo que, de manera dialéctica, ésta condiciona su materialidad y sus percepciones. En este sentido, de manera individual y como grupos sociales, producen y son producto de los espacios que habitan, construyen, transitan y se apropian. De este modo, las discusiones, investigaciones y formación en la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje se inspiran en ideas de autores que se pueden adscribir a una diversidad de disciplinas y campos académicos.

Como punto de partida, se debe reconocer que el espacio es un concepto amplio, complejo y polisémico, que se enmarca en una tradición académica más anglosajona y que se ha utilizado preferentemente en los estudios urbanos, en muchas ocasiones asociado a conceptos tales como: lugares y no lugares, centro y periferias, enclaves, nodos económicos, núcleos, entre otros. En la historia urbana, una cuestión que interesa es el cambio de las estructuras en el tiempo y la comprensión de la centralidad urbana en la articulación de sistemas económicos que ordenan el territorio. La aproximación a las ciudades, delineada por preguntas sobre su centralidad en los procesos de globalización, responde a la búsqueda de modelos explicativos de procesos de modernización. Se estudian las instituciones que centralizan el poder del Estado en las ciudades, desde donde se generan dinámicas de poder y control de la ciudad sobre el espacio. Aquí se identifican estructuras políticas y económicas de la vida social en el mundo de lo urbano que permanece, al grado de que la ciudad parece no cambiar, sino expandirse, borrando la frontera con la naturaleza como lo opuesto a lo urbano.

Los estudios urbanos de corte sociológico se aproximan a los fenómenos urbanos con base en un análisis sincrónico, mientras que la historicidad se entiende como lo que construye el objeto de estudio. La escuela racionalista positivista observa a la ciudad como a un organismo y retoma categorías del urbanismo y de la historia de la arquitectura, para estudiar cómo el espacio físico y los cambios tecnológicos regulan a las sociedades urbanas. Analiza la gobernabilidad bajo una mirada instrumental e institucional, desde: el gobierno municipal, los actores económicos, los agentes, los grupos sociales y las políticas fiscales y económicas para regular los mercados urbanos. Con este marco analítico, se explica al Estado que garantiza la permanencia, a través de las estructuras que anulan distintas tendencias y trayectorias, porque logran acuerdos, mientras los límites de la ciudad se expanden. El centro del análisis son los reajustes estructurales que resultan de períodos de crisis (económicas, naturales, agrícolas o levantamientos sociales) externas al sistema urbano, que explican la permanencia de la ciudad, como artificio de lo moderno.

Si bien el estudio de las ciudades se aboca a explicar a la sociedad moderna, el quehacer investigativo sobre los sistemas urbanos debe evitar caer en discursos sobre la modernidad como un proceso histórico evolucionista y determinista; donde se asume a lo urbano como el espacio que se impone sobre lo rural, a la tecnología como el dominio de la naturaleza (entendida ésta al servicio del hombre y el progreso) y a la epistemología occidental como superior a distintos saberes y otras formas de conocimiento. Esto implica que en el análisis de la sociedad moderna se visualice a las ciudades como parte de las luchas que ocurren en áreas rurales y territorios habitados por pueblos originarios. Desde este punto de inflexión, en la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje se revisarán los conceptos de rural y urbano, así como los diversos enfoques que se han utilizado para analizar los procesos de urbanización y las múltiples experiencias y movilizaciones que han ido conformando a las ciudades; es decir, se buscará entenderlas como resultado de la acción humana y, al mismo tiempo, como agentes en la conformación del ser social que las habita y cuestiona. Así, en la METP los estudios sobre el espacio social se retoman para explicar aquello que genera cambios y el grado en que la penetración estructural transforma las dinámicas desde donde se articulan esas estructuras del sistema urbano, en la naturaleza de la ciudad. Volver a traer la dimensión espacial para un análisis diacrónico permite visualizar las tendencias generadas en las prácticas que norman la vida cotidiana, así como la construcción del espacio donde se representa el ser social.

La geografía urbana también dialoga con la historia y la antropología con relación al concepto de espacio social, para cuestionar que el espacio urbano sea un objeto que se estudia como algo dado, ya como lo que determina la acción humana, o como una ciudad-escenario (Soja, 2000). La discusión vuelve a centrar el debate en el espacio social desde su historicidad, pues es ahí donde “la historia invade y altera la vida; es donde se tiene la completud de la experiencia y de lo que no se ve y es incomprensibe, así como de lo más tangible de la vida cotidiana” (Blake, 2002). De manera que la trascendencia de estudiar el espacio social deviene del reconocimiento de cómo las logicas de producción, de poder y control se inscriben en las ciudades para reproducirse (Henri Lefebvre, 1974; David Harvey, 2001; Soja, 2010). Por su parte la geografía crítica cuestiona las explicaciones marxistas que reducen a los cambios estructurales a la lucha de clases; por ejemplo, autoras como Massey (1994, 2005) señalan la necesidad de explicar las correlaciones entre clase, género, racismo, etnia y ciudad para entender la complejidad de la marginación en las ciudades capitalistas y comprender los debates socioespaciales que cambian ante la nuevas realidades y luchas territoriales.

Ahora bien, en un mundo que se torna cada vez más urbano, la importancia de los estudios relacionados con la temática del espacio y la ciudad plantean la necesidad de una aproximación interdisciplinaria, que permita la construcción coherente de un fenómeno. Así, desde el espacio urbano y la escala territorial de la que se trate y delimite, la investigación puede desarrollarse como una indagación, que relacione temáticas historiográficas, ambientales, sociológicas, del medio ambiente construido o del diseño del paisaje, como posibles elementos integradores de áreas con relativa amplitud y heterogeneidad, o la singularidad de los lugares. Es en este sentido que los estudios sociales y en general las humanidades, se enriquecen con análisis del espacio, desde los aspectos físicos y simbólicos, al mostrar las contribuciones de las disciplinas del diseño arquitectónico y urbanístico, para ampliar el campo que nos permita entender y explorar procesos sobre la manera en que emergen los entornos urbanos. Al tiempo que hagan reconocibles y satisfagan conceptos trascendentes como la sustentabilidad, la adaptabilidad, la democracia o la resiliencia; los cuales han resultado polisémicos, controversiales e incluso se han reducido a meras frases publicitarias. Asimismo, el análisis del espacio ayuda a explicar las formas de producción de las ciudades, las desigualdades que en ella se generan (Nates, 1999; Auyero y Berti, 2013) y la tensión entre lo rural y lo urbano. Desde este enfoque espacial las temáticas ligadas a la bioseguridad y al efecto de las pandemias ocupan un lugar sumamente relevante en la investigación histórica, social y antropológica (Cavalleti, 2010; Boates et al., 2020). Con el propósito de comprender la complejidad de fenómenos que ocurren en el  ámbito urbano, trabajos recientes en México se han abocado al estudio de los procesos contingentes de ocupación en zonas económicas estratégicas (Hiernaux, 2020), la relación entre desigualdad social y segregación espacial (Ziccardi, 2019), la sociabilidad y la vida cotidiana en su dimensión espacio- temporal (Lindón, 2020), discusiones sobre el significado y las implicaciones de la gentrificación (Mondragón y colaboradores, 2020) y las experiencias de habitar desde la perspectiva de género (Soto, 2018).

Por otro lado, el concepto de territorio comenzó como un objeto de estudio particular para la geografía humana, entendido como la organización y ejercicio del poder en grupos de habitantes organizados espacialmente o como una porción de la superficie terrestre, delimitada y apropiada. Cuando el espacio es delimitado y controlado por actores sociales se convierte en territorio, generando formas varias de territorialización de procesos sociales diferenciados (Ramírez y López, 2015). Sea como sea, el concepto está íntimamente ligado al control y al poder.

La reflexión antropológica más reciente sobre el espacio, en correspondencia con el giro espacial al interior de las ciencias sociales, ha reconocido que tanto los grupos culturales como los espacios –hasta hace poco descritos como ámbitos discretos– deben abordarse en su devenir histórico y en su carácter continuo, interconectado y jerarquizado. Así, la labor antropológica en los últimos tiempos parte de la desnaturalización de las divisiones culturales y espaciales (Gupta y Ferguson, 2008; Descola, 2012). Esta tendencia ha permeado no sólo en los estudios rurales y con pueblos originarios (Denicourt, 2014; Gac Jiménez y Miranda Pérez 2019; Guerrero García, 2020; Pinedo, 2019), sino también en los estudios urbanos, poniendo en cuestión las etnografías que en su momento hiciera la Escuela de Chicago en los barrios y guetos urbanos y moviendo el lente de la ciudad como contenedor o expresión de relaciones sociales, hacia la exploración del sentido de lo urbano, las prácticas, representaciones y procesos de subjetivación implicados en la experiencia de habitar (Giglia, 2012;  Signorelli, 1999).

A otra escala, los trabajos sobre el capitalismo y sus efectos en distintas regiones son sumamente relevantes en las discusiones que interesan en la METP. En esta línea de análisis, el desarrollo teórico sobre el sistema mundo capitalista ha colocado en el centro de las conceptualizaciones actuales de las ciencias sociales al concepto de globalización, ya que no se puede abordar casi ningún fenómeno social, político o cultural sin ubicarlo en un espacio globalizado, que implica flujos transnacionales y no permite delimitarlos a un territorio específico. Ahora bien, es necesario no perder de vista que, si bien este concepto emerge en la segunda parte del siglo XX, la globalización es un proceso histórico que viene de muy atrás, por lo menos desde los inicios de la época moderna, la expansión europea y el desarrollo capitalista. Este proceso nunca fue unilateral, ya que estuvo atravesado por conflictos e intercambios múltiples. En realidad, se debería hablar de una nueva fase dentro de un proceso de larga duración, que justifica una mirada retrospectiva sobre las propias condiciones de conformación de las agencias involucradas y en sus dinámicas.

Por otro lado, la fase actual de la globalización no elimina de ninguna manera la dimensión del territorio: configura y reconfigura los espacios geográficos y sociales, donde los territorios emergen y se transforman, junto a los agentes involucrados en las dinámicas globales, regionales, nacionales y locales dentro de la trayectoria de ese mismo proceso histórico. Lo hace, primero, bajo el impacto de una globalización asimétrica que, lejos de eliminar las fronteras, las reconfigura, desplaza, agudiza y multiplica. Y, segundo, como consecuencia de resistencias que, a su vez, participan de ella. Así, un mismo fenómeno social puede relacionarse con dinámicas transnacionales y estar arraigado en un territorio específico, donde las distintas temporalidades se condicionan mutuamente.

Sin duda, el entendimiento del desarrollo del capitalismo requiere de un análisis que identifique las formas de sobreexplotación de los recursos naturales y de la fuerza de trabajo, en lo que se ha considerado como neoextractivismo (Svampa, 2019; Veltmeyer y Petras, 2015), mismo que se manifiesta en la implantación de megaproyectos en distintos sectores. En ese contexto los movimientos socioambientales se multiplican y se expresan en diferentes tipos de luchas sociales: resistencias locales y transnacionales, defensa de los recursos naturales, defensa y reapropiación del territorio, movimientos sociales por el respeto y reconocimiento de las identidades, así como por horizontes simbólicos que trascienden el desarrollo económico como fin social. El estudio de las luchas socioambientales y de defensa de los territorios ha adquirido nuevas dimensiones dados los impactos de la pandemia COVID19, mismos que han puesto de relieve las enormes desigualdades entre áreas y regiones, y que no pueden disociarse de los efectos de la destrucción del medio ambiente.

En relación con ello, pero con particular interés por la deconstrucción de miradas occidentales, se encuentran las discusiones de autores decoloniales como Boaventura de Sousa (2011), Walter Mignolo (2010) o Aníbal Quijano (2014). Particularmente, autoras feministas decoloniales (Rivera Cusicanqui, 2018; Cabnal, 2010) han fundamentado sus elaboraciones teóricas y de militancia política en el entendimiento del cuerpo de las mujeres, como el primer territorio de conquista en las sociedades humanas; irrupción violenta que escaló y se diversificó en el contexto de la modernidad y el capitalismo, para concatenarse con la dominación y explotación de otros espacios. Resulta entonces obligado revisar los planteamientos que se han hecho sobre la relación entre género, espacio y medio ambiente. En este sentido encontramos posiciones tan diversas como las geografías feministas (McDowell, 1999), los ecofeminismos (Mies y Shiva, 1993); la ecología política feminista y el feminismo ambientalista (Rocheleau y Nirmal, 2015).

En este mismo sentido, desde la sociología del desarrollo y la sociología del conocimiento, las aproximaciones teórico-metodológicas, como aquellas que recuperan las argumentaciones y lineamientos desarrollados por Norman Long (2007), permiten comprender situaciones de interfase entre distintos actores sociales –en las que se ponen en juego tanto la dimensión material como la simbólica– que definen el destino de los territorios. Para este autor, las prácticas, representaciones sociales e imaginarios de los involucrados resultan objetos primordiales de estudio, lo que se conecta con los postulados de Michel Foucault (2006) sobre la gobernamentalidad.

Por su parte, el paisaje –en tanto concepto y objeto de estudio— surgió en el seno de la geografía, la disciplina a cargo de estudiar distintas áreas de la superficie terrestre desde sus elementos físicos hasta su integración con los sistemas sociales. Sin embargo, al interior de las ciencias sociales ocurrió lo que se consideró como el “giro espacial”, haciendo evidente el interés por objetos de estudio y enfoques analíticos donde el espacio ocupaba el centro de las discusiones. Por su parte, las ciencias naturales comenzaron también a abordar aspectos sociales que era necesario integrar para comprender los cambios en el mundo físico. El paisaje se volvió entonces un concepto central en varias disciplinas. Su definición misma y la manera de analizarlo han evolucionado en el transcurso de los siglos. Si al final del siglo XIX e inicios del XX, entender un paisaje significaba para el geógrafo explicar sus formas –tanto naturales como antrópicas– (Vidal de la Blache, 1908; Sauer, [1925] (1963)), la mirada se desplazó progresivamente de las realidades a las representaciones. Se empezaron a analizar los paisajes vividos y percibidos, combinando el estudio objetivo con un estudio subjetivo, en el cual el observador, su cultura, su psicología y su modo de apropiación adquirieron cada vez más importancia (Nogué: 2006; Fernández: 2006). En paralelo, el valor estético del paisaje y el paisaje como construcción cultural se impusieron como enfoques centrales en estos estudios (Roger, 2007; Maderuelo, 2005). Otra tendencia, más vinculada con la intervención, se enfocó en examinar los paisajes con un objetivo aplicado; es decir, proteger, pero también a gestionar y ordenar los paisajes actuales (Sabaté, 2006; Zoido 2006). De estos variados conceptos, resultaron estudios complejos, antagónicos o a veces complementarios, llevados a cabo por geógrafos, pero también por historiadores, arquitectos, sociólogos, antropólogos, filósofos, entre otros.

La tendencia de integrar la perspectiva del observador para entender los espacios producidos y representados, vividos y percibidos, o sea los paisajes, cobró especial importancia. De acuerdo con Roger Chartier (2005), la forma en que son percibidos los objetos materiales en el espacio implica reconocer que el mundo cambia según las distinciones que utiliza una sociedad para representarlos. En este sentido, la perspectiva posmoderna, que entró en acción en la década de los setenta, rompió con los esquemas interpretativos elaborados en la modernidad, denunciando cómo se había partido de análisis eurocéntricos para explicar las ciencias sociales. El enfoque posmoderno propuso construir métodos y teorías sociales para estudiar y reconocer la pluralidad cultural, que remitieran al historicismo y al revisionismo crítico de la escritura académica, para refutar el “método científico”, las “verdades absolutas”, así como la objetividad tan proclamada por el positivismo en la “era del progreso”. De este modo, la posmodernidad, la poscolonialidad y la subalternidad dirigen sus investigaciones hacia la subjetividad y el relativismo cultural. Así, en las décadas de los 80 y los 90 abundaron en Europa, América Latina y Estados Unidos estudios abordados desde estas propuestas.

En la historia, por ejemplo, el cruce del espacio con el tiempo se hizo claramente evidente en las conceptualizaciones de Fernand Braudel cuando habla de la geohistoria y de la importancia de considerar los cambios espaciales desde la perspectiva de la larga duración; ideas que desarrolló fundamentalmente en sus libros El Mediterráneo y el mundo mediterráneo en el reino de Felipe II (1976) y Civilización material, economía y capitalismo. Siglos XV y XVIII (1984). La perspectiva cultural en los estudios sobre los paisajes y los espacios se alimentó también de las importantes aportaciones que, en este sentido, aparecen en los trabajos de la llamada escuela de los Annales y de los autores que se ubican en el campo de la historia social y de la historia de las mentalidades, como Georges Duby, Jacques Le Goff, Peter Burke, Arlette Farge y Natalie Zemon Davis. Varios historiadores recuperaron la constitución histórica de la representación de la subjetividad, la cual no es abstracta, sino situada (Mendiola, 2000), en un tiempo y en un espacio. Para otros autores, como Emmanuel Le Roy Ladurie, Antonio García de León y Eric Van Young, es el horizonte de enunciación lo que marca la distinción y da significación a los paisajes, los espacios y los territorios, entendidos no como objetos, sino como formas representadas tras la mirada de los otros. Finalmente, si bien la perspectiva de historicidad en los estudios espaciales no se restringe a investigaciones enmarcada en la Historia como disciplina, en el contexto de la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje resultan imprescindibles trabajos relacionados con los cambios en la conformación político-territorial (Ortiz y Serrano, 2007) y las historias regionales (Martínez, 2001; Aguilar y Ortiz, 2011).

En la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje nos interesa también contribuir a los debates que se han dado en el campo de la historia ambiental, relacionados con la influencia que los acontecimientos naturales han tenido en la historia humana y la forma en que las transformaciones ecológicas de origen antropogénico han definido el propio curso de la historia, pero también cómo estos procesos han estado mediados por cambios ocurridos en las mentalidades y en la construcción de la memoria (Arnold, 2001; Hughes, 2015). Así mismo, buscamos aportar al análisis de los procesos de dominación, explotación y distribución de los beneficios derivados de la manipulación de la naturaleza, que se plantean desde distintas corrientes y posicionamientos de ecología política y sociología de la ciencia. En este sentido, consideramos necesario atender los planteamientos de autores que han examinado territorios colonizados en distintas latitudes (Leach y Mears, 1996; Agarwal, 2005). Del mismo modo, resulta indispensable recuperar el pensamiento crítico que, en este sentido, ha surgido para el contexto latinoamericano (Toledo, 2015; Escobar, 2018: Leff, 2019). En esta misma línea de análisis, es ineludible considerar los trabajos que desde la antropología han analizado la relación de distintos grupos humanos con su entorno natural y cómo en este proceso histórico se han generado prácticas, dinámicas, rituales, itinerarios, signos, significantes –materiales y simbólicos– que marcan y se expresan en territorios y paisajes. En este contexto, se asume que la construcción de identidades territoriales requiere comprender un conjunto de relaciones dialécticas entre espacio y cultura (Giménez, 2000).

De manera transversal, la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje busca participar en las discusiones en torno a lo que algunos autores (Carton de Grammont, 2009a; Appendini y Torres, 2008) han denominado como “nueva ruralidad”, a la que caracterizan por la disolución de las fronteras, entre lo que se considera urbano y rural, en razón del incremento de las actividades e ingresos no agrícolas en los hogares del campo y la migración masiva de sus integrantes hacia las urbes nacionales y más allá de la frontera; mientras las agroindustrias transnacionales se expanden y comandan la producción de bienes primarios. La otra cara de la moneda son los procesos de “ruralización” de las ciudades, los que se asocian con la migración de contingentes campesinos e indígenas hacia los centros urbanos, así como con la progresiva insuficiencia de servicios públicos y la degradación de la infraestructura. La pluriactividad se ha vuelto uno de los principales rasgos de la nueva ruralidad, la cual se traduce también en la refuncionalización de la propiedad social, la expansión de los cultivos comerciales y de exportación a expensas de los cultivos de subsistencia, y la deforestación y deterioración ambiental, todos fenómenos que se pueden apreciar en paisajes diversos en los cuales la frontera entre lo rural y lo urbano ya no aparece claramente.

Ahora bien, en términos metodológicos, la METP reconoce a la etnografía, la investigación documental, la utilización de TICs, así como aproximaciones de investigación colaborativa y de investigación- intervención social deben ocupar un lugar importante en la formación de las y los estudiantes, tal como ha sido señalado por algunos autores. Así, en un mundo globalizado, neoliberal y de cambios de paradigmas, la labor de la investigación se complejiza cada vez más, al surgir nuevas exigencias y campos de abordaje, lo que plantea retos epistemológicos, analíticos y metodológicos. En tiempos en los que las discusiones académicas apuntan hacia la necesidad de construir y reconocer una “epistemología del Sur”, resulta imperativo que las y los estudiantes revisen los diversos abordajes y perspectivas de análisis que han ido surgiendo para abordar la complejidad que implica el entrecruce de múltiples factores en distintas escalas, así como para la comprensión de procesos diacrónicos y sincrónicos.

En esta lógica, resulta imprescindible facilitar a las y los estudiantes un acercamiento crítico a la lectura de cartografías, así como generar en ellos las competencias que les permitan elaborar los materiales gráficos y mapas que su proyecto de investigación requiera. Finalmente, al ser la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje una maestría que busca formar investigadores con una visión crítica sobre la complejidad de los procesos históricos en el presente, y desde el pasado, la metodología propuesta para el trabajo investigativo en los archivos y en la construcción de la evidencia histórica se caracteriza por una lectura rigurosa de las fuentes que permita ubicarlas en su contexto histórico, en los debates y conflictos políticos y sociales de su propio tiempo, así como en la historiografía. Los alumnos aprenderán a leer desde una perspectiva dialógica diversas fuentes (escritas, orales, materiales, visuales y fotográficas) producidas por distintos actores y agentes, para entender los referentes de realidad históricos que les permitan desarrollar sus propias preguntas de investigación desde la creatividad. A la par se pondrá énfasis en las herramientas cuantitativas pertinentes a la particularidad de cada proyecto.

Fundamentos de la enseñanza

Al ser la Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje un posgrado orientado a la investigación interdisciplinaria encuentra su fundamento epistemológico en los planteamientos de Immanuel Wallerstein (1996), Edgar Morin (1992) y Rolando García (2017), quienes postulan que comprender la realidad requiere trascender las delimitaciones disciplinarias para construir y comprender problemas de investigación específicos que resultan al identificarse un conjunto de relaciones y procesos. Este propósito no se reduce por lo tanto a sumar conocimientos de distintas áreas académicas, ni se trata tampoco de generar un conocimiento ubicado entre dos o más disciplinas, sino de “pensar de otra manera”. Se parte así del reconocimiento de la confluencia de múltiples factores que interactúan de manera que no son aislables y que por consiguiente no pueden ser descritos simplemente sumando estudios disciplinarios.

En este contexto, el marco epistemológico que fundamenta esta concepción particular de interdisciplinariedad está asociado con los postulados constructivistas de Jean Piaget y de I. Prigogine (Escuela de Bruselas). Sobre esta base, Rolando García (2017) plantea que observar la realidad como un conjunto de totalidades organizadas conlleva asumir principios fundamentales. El primero apela a que los conocimientos parcializados por disciplinas identifican una serie de rasgos de la realidad que no son los mismos que cuando el foco se coloca en las relaciones entre elementos y entre procesos, lo que develará “rasgos emergentes”. El segundo principio apunta a asumir que los cambios que ocurren en la realidad requieren una mirada desde la historicidad; lo que Braudel denominó como de larga duración, distinguiendo procesos que ocurren a distintas velocidades y escalas temporales particulares. No obstante, reconociendo esta integración espacio- temporal en la construcción del problema de investigación, poder concretar un estudio de esta naturaleza requiere definir sus alcances en estas dos dimensiones.

En este proceso, la METP adopta una aproximación de interdisciplinariedad y de constructivismo en el proceso educativo, así como un enfoque de aprendizaje basado en el desarrollo de competencias (Tardif, 2008).
Este enfoque plantea que el proceso de aprendizaje ocurre a varios niveles: afectivo, cognitivo y meta cognitivo. Para Tardif una competencia puede ser definida como un “saber actuar complejo en situación” y su desarrollo paulatino demanda la movilización de recursos de distinta naturaleza: sensoriales, cognitivos, emocionales y sociales. En este enfoque se fomenta en las y los estudiantes: la capacidad analítica, la reflexión, la autocrítica y el posicionamiento axiológico.

En la estrategia educativa que hemos elaborado en la Maestría en estudios de Espacio, Territorio y Paisaje se desarrolla conjuntamente una actividad docente, que se inspira en enfoques de interdisciplinariedad[2], tanto dentro del aula como en las experiencias directas de aprendizaje en campo. Para alcanzar este fin, el Plan de estudios de la METP abarca, de manera equilibrada, una serie de cursos básicos, que proporcionan los conocimientos y habilidades teóricas y metodológicas necesarias para la construcción de investigaciones focalizadas en el estudio del espacio, el territorio y el paisaje, junto a un conjunto de seminarios y actividades académicas, en la que las y los profesores- investigadores de la METP dan seguimiento puntual a los proyectos que los estudiantes van desarrollando a lo largo del programa. La estrategia de aprendizaje se centra en el Reglamento de Posgrados de la Universidad Veracruzana, dirigido a: “guiar a los alumnos en la realización del trabajo recepcional”, mediante sesiones de trabajo impartidas a lo largo del periodo escolar. [3] Esta actividad se complementa y se refuerza, además, con un conjunto de espacios y actividades académicas (coloquios, comisiones de seguimiento a proyectos de investigación, etcétera), en la que participan las y los profesores- investigadores pertenecientes a las tres LGAC que integran el grupo de profesoras y profesores de la METP.

Misión

Ofrecer un programa sólido de formación académica enfocado en la investigación sobre los espacios, territorios y paisajes, que busca trabajar desde la interdisciplinariedad, la historicidad y la perspectiva de los sujetos sociales, dentro de un marco axiológico orientado hacia la sustentabilidad, la justicia, la igualdad y los derechos humanos.

Visión

Constituirse en un programa de maestría que en el corto plazo logre reconocimiento a nivel nacional y a mediano plazo se posicione a nivel internacional, por su calidad en la formación académica de especialistas en el estudio de espacios, territorios y paisajes; desarrollando en sus egresadas y egresados las competencias necesarias para hacer valiosas contribuciones en este campo académico, mismas que pueden fundamentar la toma de decisiones en relación con problemáticas estratégicas locales, nacionales y de carácter global.

Objetivos Curriculares: Humanos, Sociales, Profesional e Intelectual

La Maestría en Estudios de Espacio, Territorio y Paisaje tiene como objetivo la formación académica de profesionales interesados en la investigación de procesos espaciales, territoriales y del paisaje, desde una visión interdisciplinaria, de larga duración y que recupera la perspectiva de los sujetos que los habitan y transforman. Se pretende que esta formación les permita integrarse a organizaciones, universidades y centros de investigación, a nivel nacional e internacional, tanto en el sector público como en el sector privado.

Las y los estudiantes al cursar el programa serán capaces de:

  • Distinguir y comprender la aplicación de los enfoques de espacio, territorio y paisaje en proyectos concretos de investigación.
  • Posicionarse respecto a las distintas formas de entender la interdisciplinariedad y adoptar la que mejor convenga para la construcción de su problema de investigación.
  • Diseñar y desarrollar un trabajo de investigación en el campo de los estudios de espacio, territorio y paisaje.
  • Comprender y manejar un conjunto de contenidos teóricos y metodológicos relacionados con su problema de investigación.

METAS

  1. Alcanzar el 70% de titulación, en tiempo y forma, en la primera cohorte generacional, y que este porcentaje se incremente en cada nueva generación.
  2. Lograr que el 60% de las y los estudiantes de la primera generación de la maestría realice una estancia nacional o internacional en instituciones de educación superior o centros de investigación.
  3. Lograr que el 100% de los estudiantes realicen una actividad académica complementaria durante los dos años de duración del programa, la cual puede consistir en la presentación de una ponencia en un evento académico, o bien la publicación de un artículo académico o la elaboración de un documental.

[1] Maestría y Doctorado en Ciencias Sociales, así como el Doctorado en Historia y Estudios Regionales.
[2] Cabe en este punto reconocer que la interdisciplinariedad se dará de manera particular en cada trabajo de investigación de las y los estudiantes, quienes tendrán la libertad de elegir –en acuerdo y con la orientación de su director o directora de tesis– el proceso que mejor se adecúe a su proyecto; pudiendo en algunos casos incluso plantearse desde una perspectiva de transdisciplinariedad, en la que la participación de los actores involucrados y el reconocimiento de la propia experiencia se consideran medulares en la construcción de conocimiento (Nicolescu, 1996).
[3] Reglamento General de Estudios de Posgrados, Universidad Veracruzana, 2010, art.32.

Referencias Bibliográficas

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Fecha: 16 febrero, 2024 Responsable: Maestría en estudios de Espacio, Territorio y Paisaje Contacto: vmartinez@uv.mx