Universidad Veracruzana

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NATURALMENTE FIELES (Conductas monogámicas)

Enrico Ceccarelli*

El éxito reproductivo de un individuo es proporcional a la cantidad de parejas que tenga: entre más sean éstas, más posibilidades tendrá de alcanzar dicho objetivo, evolutivamente hablando.

Desde esta perspectiva es fácil entender por qué la monogamia no es una condición común en la naturaleza y cómo la existencia de individuos que deliberadamente limitan su radio de acción a un solo compañero representa una especie de misterio. Si a esto aunamos que las tasas de divorcio están en continuo aumento (en Estados Unidos casi el 50% de los matrimonios concluye por esta vía, por ejemplo), es fácil no creer más en el amor eterno, así como dudar de lo dicho por el cura cuando casa a los contrayentes, sentenciando que su unión durará “hasta que la muerte los separe”.

No obstante lo señalado, en la naturaleza hay muchos ejemplos de especies en las que la relación dura para toda la vida. Clásico es el caso de las palomas, estrictamente monógamas y fieles para toda la vida. El macho tarda mucho tiempo en elegir su pareja, cortejándola largamente. Su vínculo termina únicamente con la muerte de uno de los dos; sólo en este caso el sobreviviente puede decidirse a buscar una nueva pareja.

De manera general, un método bastante seguro y fácil para saber si una especie animal prefiere tener una pareja fija o un apareamiento más libre, es identificar la presencia de dimorfismo sexual. Si el macho es mucho más grande o tiene un aspecto muy diferente de la mujer, usualmente se establece la poligamia. En cambio, si macho y hembra tienen tamaño y aspecto similares, la relación entre los dos sexos es, la mayoría de las veces, de tipo monógamo.

En el caso de las aves casi todas son monógamas, debido a que sus crías no son autosuficientes durante mucho tiempo, hasta que aprenden a volar, de modo que requieren de los esfuerzos conjuntos de ambos padres, los cuales se alternan en la incubación de los huevos, así como en la tareas de alimentación. Para muchas especies, como las águilas, la fedelidad es la característica clave de la pareja. Incluso los cisnes salvajes forman parejas inseparables: cuando uno de ellos muere, el otro se vuelve triste y se niega a elegir una nueva pareja.

Monogamía por asistencia y por control

En el pasado no se hacía mucha distinción entre las especies animales consideradas estrictamente monógamas; pero hoy en día los etólogos proponen diferentes causas para la condición monógama, en función de interpretar en términos evolutivos este sistema de acoplamiento. En este sentido, existe la llamada Monogamia por asistencia, en la que dos individuos viven en pareja debido a ciertos factores ecológicos que hacen particularmente ventajoso el cuidado parental y la protección de la descendencia.

El caballito de mar macho, por ejemplo, asume la responsabilidad del embarazo llevando los huevos protegidos en su bolsa durante tres semanas aproximadamente. Cada macho adquiere una relación duradera con la hembra; los dos compañeros se “saludan” cada día antes de salir de forma independiente para alimentarse e ignoran a cualquier individuo del sexo opuesto que conocen durante sus desplazamientos.

A decir de los estudiosos, la Monogamia por control se establece como resultado del dominio de un individuo sobre su pareja. En los espectaculares camarones payaso, dado que las hembras receptivas son escasas y muy dispersas, los machos que se encuentran con una pareja potencial la siguen sin cesar hasta convencerla y se muestre disponible al acoplamiento.

En otras especies, por el contrario, es la hembra la que obliga a su pareja a la monogamia, obstaculizando las intenciones libertinas de los machos para monopolizar en favor de sus hijos el cuidado parental ofrecido por sus parejas. En el caso del ave marina alca común, cuando el macho muestra interés sexual por otra hembra que ha anidado cerca suyo, su pareja exhibe un comportamiento agresivo hacia él.

Algo más que una cuestión de biología

Aunque la monogamia no sea un sistema de apareamiento común en ningún grupo taxonómico animal, es excepcionalmente rara en los mamíferos. Casi todos los grandes mamíferos son polígamos: leones, gorilas, jirafas, búfalos, ciervos, etc. La maternidad compromete largamente a las hembras debido a la duración del embarazo, el periodo de lactancia y el cuidado de las crías. En estos períodos relativamente largos los machos no ejercen ninguna función en particular, pudiendo así dedicar sus atenciones a otras posibles parejas, cortejarlas y procrear.

Los casos de mamíferos monógamos son poco frecuentes. El madoqua, una variedad de antílope africano, debe dedicarse casi todo el tiempo a su defensa contra leones y chacales, por lo tanto para cada individuo de esta especie la presencia de un compañero que lo ayude a supervisar la aparición de un depredador es de crucial importancia para ponerse a salvo, de manera que la monogamia es casi una necesidad más que una opción en su caso. Los perros licaones también son monógamos; es la suya una especie en la que la cooperación masculina resulta esencial para la cría de los cachorros, pues mientras uno de los padres tiene la tarea de procurar la presa, al otro le corresponde embocarlos.

En lo que a nosotros se refiere, la monogamia tiene que ver con nuestra evolución como especie. Probablemente el desarrollo de asentamientos agrícolas y ganaderos, que para nuestros ancestros implicó la defensa de la tierra para heredarla a la siguiente generación, favoreció su difusión. Una interesante reflexión sobre el tema ha sido formulada por David Barash (uno de los autores del libro El mito de la monogamia. La fidelidad y la infedelidad en los animales y en las personas): “La monogamia entre los animales es una cuestión de biología. Incluso entre los seres humanos. Pero en el caso de los humanos, la monogamia es algo más. También es una cuestión de psicología, sociología, antropología, economía, derecho, ética, teología, literatura, historia, filosofía y de la mayoría del resto de las ciencias humanas y sociales”.

 

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*Estudiante de doctorado en el Instituto de Neuroetología, UV

Correo: enrico.ceccarelli85@gmail.com

Edición: Eliseo Hernández Gutiérrez

Ilustración: Francisco J. Cobos Prior

Dir. de Comunicación de la Ciencia, UV

correo: dcc@uv.mx

 

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