Universidad Veracruzana

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De plásticos y otras adicciones

 

 

Alexa Mendoza Osio*

 

De repente tu rutina cambia. Tu alarma suena, te diriges al baño, tomas un café y comes un poco de fruta. Sales de casa, pero esta vez tu vestimenta es diferente. Afuera hace calor, a pesar de ser temprano, prefieres caminar sobre la sombra que dan los techos. Después de unos minutos te encuentras refrescándote dentro del mar. Llevas puestas unas aletas y un pequeño tubo que te permite seguir respirando, mientras contemplas un nuevo paisaje a través de tu visor.

Todo lo que ves te resulta fantásticamente desconocido. Colores nuevos, movimientos constantes de seres que te parecerían inertes, estructuras y acabados increíbles, te sientes feliz y fascinado por lo que ves.

Te acercas a un enorme coral, su estructura ramificada te impresiona, y notas que lo rodean al menos cuatro especies de curiosos peces coloridos. Sigues tu recorrido entre corales, peces, pulpos, y algunos animales que desconocías. Pero de pronto observas algo que te parece bastante conocido.

Entre las ramificaciones de un coral puedes notar una bolsa de plástico. ¿Podrías dar por sentado que esa bolsa nunca pasó por tus manos?

Y es que pareciera que en nuestra vida se ha hecho cotidiano el uso de los plásticos desechables como parte de nuestra rutina diaria, ya que debido a sus principales cualidades (duraderos, versátiles y baratos), nos brindan comodidad y practicidad.

Es muy fácil comprar un poco de fruta picada en un vaso antes del trabajo, comprar una botella de agua después de hacer un poco de ejercicio, o que te pongan las compras del súper dentro de bolsas plásticas, categorizando incluso, en cada bolsa, la comida, los productos de limpieza, los de higiene, etc. De este modo, y debido al ritmo de nuestra vida, apresurado, con diversas tareas a lo largo del día, se vuelve muy cómodo y hasta automático, tanto, que incluso podríamos no imaginar nuestra vida sin estos utensilios.

Sin embargo, hay un dato que no tomamos en cuenta al aceptar estos productos, y es que las mismas cualidades que hacen a los desechos plásticos un producto ideal, lo convierten en uno de los principales contaminantes del ambiente, en el que nosotros, los seres humanos, vivimos y compartimos con otras especies.

De estos utensilios plásticos, que nos brindan tanta comodidad se utilizan más de 300 millones de toneladas cada año. La mitad sólo se utiliza por única vez, normalmente por menos de 12 minutos. De todo ese plástico, sólo el 5% se recicla, 40% termina en rellenos sanitarios, mientras que el 55% (ocho millones de toneladas) acaban en los océanos cada año. Tantas toneladas de plástico dentro de los mares, afectan directamente los ecosistemas marinos. Específicamente, dentro de los arrecifes, pueden provocar enfermedades en los corales, aumentando su tasa de mortalidad y repercutiendo a los organismos que interactúan con estos; como peces, pulpos, erizos y caracoles marinos, entre otros.

Con más de 275 millones de personas que dependemos de los arrecifes de coral para obtener: alimentos, ingresos económicos derivados del turismo y la pesca, protección costera e importancia cultural, moderar el uso de plásticos desechables es fundamental para mejorar la salud de los ecosistemas e indirectamente la de los humanos.

Sin embargo, durante los últimos diez años produjimos más plástico que en todo el siglo pasado y  existen estimaciones que sostienen que para el año 2050 habrá más residuos plásticos que peces en los océanos. Entonces, ¿por qué aun habiendo evidencias estadísticas, y bases científicas sobre el uso de los desechos plásticos y sus consecuencias, seguiríamos utilizándolos en nuestras vidas tan indiscriminadamente? ¿Es acaso adictivo nuestro consumo de estos utensilios desechables?

En su más estricto sentido, las adicciones se definen como una enfermedad crónica y recurrente del cerebro, que se caracteriza por el consumo compulsivo de drogas, que genera una recompensa y sensación de alivio, a pesar de sus consecuencias nocivas. De tal manera, que en principio podríamos pensar en las drogas más conocidas, drásticas, e incluso ilegales. Pero si somos más analíticos, podremos darnos cuenta que los humanos hemos desarrollado otro tipo de adicciones, con drogas que van más allá de sustancias narcóticas para nuestro cerebro, pero que también podrían ocasionarnos daños.

Como resultado de muchas investigaciones en las últimas dos décadas, se sabe que existen conductas  que también se nos pueden volver adictivas. Por ejemplo, la adicción al juego, la adicción al sexo, la adicción a la televisión, la adicción al deporte, la adicción a las nuevas tecnologías, la adicción a los celulares o la adicción a internet. Algunos de los síntomas de estas adicciones implican: la incapacidad de controlar la conducta, la dificultad para llegar a una abstinencia permanente, el deseo compulsivo de consumo, y el no reconocimiento de los problemas que causa la adicción. Como resultado, la calidad de vida del adicto se ve afectada.

En este sentido, es importante cuestionarnos ¿cuántos de estos síntomas hemos desarrollado hacia el consumo de plásticos desechables? ¿Realmente podemos controlarlo? ¿Somos capaces siquiera de reconocerlo como un problema que afecta nuestra vida? ¿Valen la pena las pérdidas ambientales y socioeconómicas que estos productos ocasionan? Tras respondernos a estas sencillas preguntas, parece evidente la necesidad de una intervención.

Pero a pesar de la enorme cantidad de plásticos generados en los últimos siglos, aún estamos a tiempo de evitar que las impactantes cifras estimadas para años venideros sean una realidad y que por el contrario, nuestro consumo deje de ser una adicción.

 

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*Estudiante del Diplomado en Comunicación Pública de la Ciencia 2018

Correo: mendozaaleexa@gmail.com

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